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I.IV Hipótesis y marco metodológico

1.2 Exilio como discurso de la negación

1.2.2 La pérdida de la memoria

Die Dunkelheit ist wie ein Schein, der unsere Nacht ergründet.

Wir brauchen nur das kleine Licht der Trauer Zu entzünden,

Um durch die lange weite Nacht wie Schatten Heimzufinden.56

La noche se convierte aquí en el camino, en el tránsito del exiliado redu­

cido a no ser más que el reflejo de su perfil. La oscuridad es, de nuevo, la única fuente de luz capaz de iluminar una tiniebla aun mayor: la noche de la mística en la que los contornos ocultos se van desvelando al tiempo que se desvanecen las sombras. En este poema, «die lange weite Nacht» es el lugar del alumbramiento, del desvelamiento, del encuen­

tro con una posible patria, «heimfinden». El llamamiento expreso que se destila en los versos de Arendt de sobrevolar el vacío y de transitar hasta el final por la noche iluminada son un índice claro de una concep­

ción del exilio no como cesura, sino como reformulación de la propia existencia y, por consiguiente, de redefinición del lugar que cada ser humano ocupa en el mundo.

ción. Así, la hermenéutica del pasado en el exilio es un revivir lo acon­

tecido desde la distancia transformadora y veleidosa, haciendo que el olvido acentúe y diluya rostros, lugares, momentos, convirtiéndose en un elemento configurador más de la realidad vivida.

La imagen más elocuente del acto de reminiscencia del exilio la pre­

senta Sócrates58 cuando asemeja el don de Mnemosina a unas planchas de cera en las que van quedando marcadas las impresiones vividas. Con el paso del tiempo, la distancia insalvable que aleja de la experiencia pretérita hace que la marca vaya perdiendo sus contornos, difuminán­

dose hasta ser casi imperceptible. Sin embargo, la pequeña hendidura nunca acabará por desaparecer del todo: es un testigo, la presencia de una ausencia. De igual manera, el exiliado se aferra a las marcas que han quedado impresas en las planchas de su memoria y les va otorgando nuevas formas59 más acordes con las circunstancias presentes. Esta manipulación aleve del pasado da como resultado, en muchos de los casos, la idealización de la propia patria.60 En la lejanía, el escritor exi­

liado se construye una ciudad a su medida, un espacio irreal que refulge en lontananza, pero en el que solo pueden moran sombras espectrales.

A este respecto anotará María Zambrano para su proyecto de libro sobre el exilio, nunca realizado y que debía llevar como título Desde el exilio: «El exilio es el lugar privilegiado para que la patria se descubra, para que ella misma se descubra cuando ya el exiliado ha dejado de bus­

carla».61 Pero la patria a la que se refiere Zambrano no es la geográfica, la España hundida por la ignominia, sino aquella otra que cada exi­

liado salva dentro de sí, lanzándola más allá de ella, «libre de confín»62

58 Platón, «Teetetes», en: Obras completas, vol. iii, Madrid 1871, 252, 191d.

59 También para el filósofo francés Pierre Nora la memoria es vulnerable y, por ende, légamo propicio a manipulaciones y deformaciones, a menudo de forma inconsciente.

Cfr. Pierre Nora, «Entre mémoire et histoire, la problématique des lieux», en: Les lieux de mémoire, París 1984, xix.

60 Ramón Xirau, en su estudio sobre la lectura de los poemas de Emilio Prados, poeta de la Generación del 27 exiliado en México, describe el ejercicio de dignificación de la patria perdida en el exilio de la siguiente manera: «Fue la España de la memoria y del olvido. Una España dignificada en el recuerdo, pero lejos, allá lejos, en el tiempo y en el espacio. De España sólo les quedaba [a los poetas] el alma». Cfr. Ramón Xirau, «Emilio Prados en su Jardín», en: Presencia (1948), 12­14.

61 Zambrano, «El encuentro» (op. cit. 45, cap. 1), 47.

62 Ibid., 35.

y ampliada, justo, por el lado que quedó abierto. Es importante resal­

tar en esta cita que el descubrimiento del país natal responde a un acto donoso que solo ocurre cuando el exiliado ha cesado su búsqueda. La patria, de esta forma, no se busca, se encuentra, tal y como acontece con los claros del bosque.

Unida a la pérdida de memoria se encuentra, sin duda, la pérdida de las raíces. Al final de la película La grande bellezza de Paolo Sorrentino, el personaje de una monja, considerada una santa por sus poderes tau­

matúrgicos, hace la siguiente confesión: «Io mangio solo radici perché le radici sono importanti»63. La importancia de las raíces se ratifica, así, en su ingesta. Las raíces nutren, conforman, reconfortan. Rumiar las raíces supone siempre un regreso al origen, al momento fundacional antes de que todo empezase a fragmentarse en partes desiguales. De esta forma, el acto de comer las raíces escenifica el ritual que recuerda al ser humano su procedencia suprahistórica.

También para Simone Weil las raíces son importantes, son «le besoin le plus important et le plus méconnu de l’âme humaine».64 El enraiza­

miento, o arraigo, del individuo contribuye a la construcción de una identidad armoniosa con el medio social, cultural y profesional en el que se inscribe su existencia.65 Las raíces son una aportación, un regalo que se otorga al sujeto por su participación real, activa y natural, en una determinada colectividad que conserva vivo el legado del pasado, así como ciertos presentimientos respecto al futuro. Por la integración natural y automática a un entorno determinado, la mayoría de las veces en virtud del nacimiento, el ser humano gana unas raíces que serán el fundamento de su vida moral, intelectual y espiritual.66

Pero si el arraigo es importante, el desarraigo, el déracinement67 lo es en igual manera por su capacidad de romper por completo la cohe­

sión del individuo con el entorno, volviéndose, así, «une maladie pres­

que mortelle».68 Para Weil, un caso claro de desarraigo acontece en las

63 Paolo Sorrentino, La grande bellezza, Italia/ Francia, 2013.

64 Simone Weil, L’Enracinement, Québec 1949, 36.

65 Ibid.

66 Ibid.

67 Ibid.

68 Ibid., 37.

conquistas coloniales cuando los nuevos colonos se niegan a tomar las nuevas raíces, a ingerirlas, manteniéndose desarraigados respecto al nuevo territorio. Lo interesante del planteamiento de Weil es que las raíces siempre son plurales69 y, por ello, el ser humano a lo largo de su vida puede nutrirse de multitud de ellas; en otras palabras, arraigarse y desarraigarse a su antojo: «Chaque être humain a besoin d’avoir de mul­

tiples racines».70 Sin embargo, para que el enraizamiento con nuevas realidades acontezca sin producir fisuras y desgarros en la personali­

dad del individuo es necesario que se haga de forma totalmente volun­

taria. El desarraigo o el arraigo forzados no permiten la «digestión»71 correcta de las raíces y el ser humano, entonces, se encuentra en el más profundo extrañamiento.

De manera análoga, Hannah Arendt sostiene que las raíces, el arraigo con la tradición antecedente, mantiene a la persona vinculada a su realidad. Lo contrario a las raíces es el vacío abisal que se forma en torno a los regímenes totalitarios que cortan las raíces72 y desencadenan al sujeto de su origen para dejarlo errando en la confusión más absoluta:

Denken und Erinnern, sagten wir, sind die menschliche Art und Weise, Wurzeln zu schlagen, den eigenen Platz in der Welt, in der wir alle als Fremde ankommen, einzunehmen. Was wir üblicherweise Person oder Persönlichkeit – im Unterschied zu einem bloß menschlichen Wesen oder einem Niemand ­ nennen, entsteht gerade aus diesem wurzel­

schlagenden Denkprozeß.73

69 Esta concepción de la pluralidad de raíces que implica la posibilidad de adquisición constante de otras nuevas concuerda con la siguiente afirmación de Joseph Roth: «Der Mensch ist kein Baum». De este modo, se invalida la retórica del «Blut und Boden» que privilegia el sedentarismo frente al nomadismo. Cfr. Joseph Roth, «Der Segen des ewigen Juden», en: Klaus Westermann (ed.), Joseph Roth Werke. Das journalistische Werk 1929-1939, vol. iii, Colonia 1991, 532.

70 Weil, L’Enracinement (op. cit. 64, cap. 1), 36.

71 Ibid.

72 El comentario taxativo de Arendt al respecto es: «Totalitarianism kills the roots». Cfr.

Hannah Arendt, «Social Science Techniques and the Study of Concentration Camps», en: Jewish Social Studies 12 (1950), 49­64, aquí 64.

73 Id., Über das Böse, Múnich 2015, 85.

Para Arendt, el fortalecimiento de las raíces se produce en cada compás de la memoria. Recordar es, así, el proceso cognoscitivo que consiste en echar raíces y que permite al individuo reconciliarse con un mundo en el que nació como un extraño, y en el cual, en razón de la unicidad de su persona, seguirá siendo siempre un extraño. Las raíces como con­

formadoras de la personalidad desvelan la importancia que tiene en el pensamiento arendtiano la continuidad del hilo de la tradición.74 Si se produce la ruptura irrevocable con el antecedente, la persona pierde su lugar en el mundo, se deshumaniza. Asimismo, la facultad de memoria es para Arendt la sujeción estabilizadora que impide volver a caer en los errores del pasado. El acto de remembranza supone el adentrarse en las profundidades históricas para encontrar las raíces que fungen como límite de lo aceptado. Por ello, el sujeto desmemoriado, en su desarraigo existencial, es capaz de todo acto. A este respecto, el mayor mal posible no es radical, porque no tiene raíces, y justo porque no tiene raíces carece a su vez de límites y puede expandirse hasta extre­

mos inimaginables75.

En el prólogo de los ensayos políticos de Between Past and Future, publicados en 1961, la voz narradora afirma que sin el testamento de una tradición que seleccione, trasmita, preserve e indique dónde están los «tesoros»,76 y cuál es su valor, dejaría de existir la continuidad en el tiempo y surgiría, como consecuencia, una brecha irreparable entre el pasado y el futuro. El acontecimiento que rompe con las raíces es, por lo tanto, aquel imposible de comprender porque no es ni predecible ni explicable en términos de la historia conocida. En este sentido, la falta de una herencia y la pérdida de las raíces revelan la crisis actual

74 La imagen de un hilo que mantiene unidas a las generaciones pasadas y venideras se remonta al conocido pasaje del «Brihadaranyaka Upanishad», uno de los textos hinduistas más antiguos escrito entre los siglos vii o viii a. C., en el que se menciona la existencia de un hilo, sutra, en el que están ensartados este mundo, el otro mundo y todas las existencias.

Aquel que conoce el hilo y lo acciona es capaz de llegar al conocimiento brahmánico. Cfr.

«Brihadaranyaka Upanishad», en: Doctrinas secretas de la India. Upanishads, Barcelona 1973, versos 7.1. De igual manera, el término musubi de la enseñanza sintoísta alude a la misma concepción holística del mundo en razón de la cual existen conexiones evidentes entre todas las partes del universo haciendo que permanezcan entrelazadas de forma armoniosa unas con otras.

75 Arendt, Über das Böse (op. cit. 73, cap. 1), 77.

76 Id., Zwischen Vergangenheit und Zukunft, Múnich 2015, 9.

de la tradición filosófica, puesto que las antiguas herramientas de comprensión77 muestran su invalidez para clarificar la nueva realidad desarraigada.

Una imagen similar que pone de manifiesto la importancia de con­

servar el vínculo con la tradición precedente aparece en el artículo

«Amo mi exilio» de María Zambrano, escrito a su regreso a España y publicado en 1989 en el periódico abc: «Salimos del presente para caer en el futuro desconocido, pero, sin olvidar el pasado, nuestra alma está cruzada por sedimentos de siglos, son más grandes las raíces que las ramas que ven la luz».78 En la cita, el peso de las raíces es tal que obliga al individuo a una confrontación real con el pasado mediante un trabajo subterráneo de revisión de la Historia. Darle palabras a la memoria, devolverle su polifonía y convertirla en una melodía com­

prensible para todo aquel que se disponga a escuchar es la labor del que arrastra sus raíces inmemoriales en el periplo del exilio. Para Zambrano, pues, el exilio no provoca la ruptura con las raíces de la primera rea­

lidad, el desarraigo inicial con el lugar que ocupábamos en el mundo conocido. Muy al contrario, el desprendimiento del exilio provoca un adentramiento aun más profundo, hacia los ínferos del ser, en busca de un enraizamiento más original y esencial que permita al individuo sentirse miembro de una ciudanía suprahistórica: «Verse en sus raíces sin haberse desprendido de ellas, sin haber sido de ellas arrancado».79

Por todo esto, es evidente que en el exilio las raíces también son importantes. Ya sea por su pérdida, por su refortalecimiento o por su acumulación, lo cierto es que el tono elegíaco de la literatura del exilio hace evidente la necesidad de ejercicios de memoria que conserven y protejan el arraigo primero con todo aquello que se perdió.

Por ello, porque el corazón es finito y tiene raíces, es decir, memo­

ria,80 Odiseo regresó a Ítaca, aun aceptando que Troya la sobrepasaba en grandeza, volvió con Penélope, aun sabiendo que no podría olvidar los encantamientos de Calipso. De esta forma, la cicatriz que el ama de llaves Euriclea reconoce en Odiseo es la huella de ese enraizamiento

77 Ibid., 17.

78 Zambrano, Las palabras (op. cit. 9, cap. 1), 67.

79 Id., Los bienaventurados (op. cit. 41, cap. 1), 33.

80 Santayana, «The Philosophy of Travel» (op. cit. 5, cap. 1), 41­49, aquí 47.

primero e indeleble que lo une a la patria: la raíz primera que subyace en la base del montículo de raíces nuevas con las que el exiliado ha ido nutriéndose en su viaje.