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I.IV Hipótesis y marco metodológico

2.3 Mística como segundo nacimiento

miento de todo lo profano que existía en su vida anterior, así como una radical transformación:

Para entrar en contacto con lo divino tiene que bañarse, despojarse de sus vestiduras habituales, ponerse otras nuevas, puras o consagradas. Se le afeitan el cabello, la barba y las cejas, se le cortan las uñas (las partes muertas, por lo tanto, impuras, del cuerpo). En casos extremos, se le hace morir simbólicamente a la vida humana y renacer en calidad de dios.124

De esta cita se colige que el neófito no es solo aquel que ha aniquilado su Yo anterior, sino, sobre todo, el recién nacido, el despertado, aquel que conoce los misterios tras haber experimentado una revelación meta­

física siendo capaz, por lo tanto, de trascender su naturaleza anterior.

En este sentido debe entenderse la capacidad del místico de dar forma a la nueva vida que se despliega ante él.

Muy significativo a este respecto es el hecho de que María Zambrano utilice la imagen de la transformación de la crisálida en mariposa para indicar el acto de autofagia por el cual la oruga devora su propio capu­

llo para que acontezca el alumbramiento de las alas. Del mismo modo, el místico debe aniquilar su Yo para dar cabida al nuevo ser que va a gestarse en su interior:

Y así vemos que el místico ha realizado toda una revolución; se hace otro, se ha enajenado por entero; ha realizado la más fecunda destrucción, que es la destrucción de sí mismo, para que en este desierto, en este vacío, venga a habitar por entero otro.125

Esta imagen se corresponde a la perfección con la metamorfosis divini­

ficadora que sufre el alma humana tras la labor purificadora de la luz divina y que san Juan ejemplifica en la metáfora del madero consumido por el fuego. La exposición continuada del madero a la llama divina hace que este se inflame y acabe consumido, convirtiéndose en la propia llama: «Viene [la llama al madero] a transformarle en sí y ponerle tan

124 Roger Caillois, El hombre y lo sagrado, México 1984, 36.

125 Zambrano, «San Juan de la Cruz» (op. cit. 69, cap. 2), 289.

hermoso como el mismo fuego […] está caliente y calienta; está claro y esclarece; está ligero mucho más que antes».126 En este contexto, el doctor de la Iglesia utiliza también el símbolo del ave fénix127 que arde y renace de nuevo.

Otro de los estadios importantes del rito iniciático suele estar mar­

cado por la necesidad de separación y de contacto con lo desconocido, el exilio místico que ya se comentó en un apartado anterior. La impor­

tancia de este simulacro de muerte radica en el hecho de que en varias tradiciones se prevé, durante este tiempo, el aprendizaje de un lenguaje secreto, el de los misterios y el de los iniciados.128 Al igual que le ocurre al exiliado con la adquisición del bilingüismo, con el aprendizaje del nuevo lenguaje se le abre al místico una redoblada posibilidad de mani­

festación, así como de representación de su entorno.

Para entender mejor en qué consiste la vida trascendida a la que accede el místico tras la muerte simbólica de su existencia pasada, tiene que quedar claro que el fin último de todo rito iniciático es un acerca­

miento a la divinidad y, por lo tanto, una adquisición de las aptitudes que permiten un mejor trato con el nivel superior del Otro. Como ya se expresó, el ojo solo puede ver lo que es de su misma naturaleza y esto requiere, por lo tanto, que el órgano del místico se adapte a la esencia divina mediante la adquisición de ciertas capacidades inusitadas.

A este respecto, el psiquiatra canadiense Richard Maurice Bucke129 asegura que existe un notorio aumento de las capacidades mentales del individuo tras la experiencia mística. Los estados de consciencia ampliada a los que se llega en el rapto permiten al individuo situarse en un plano de existencia mucho más elevado que el individual y, de este modo, adquirir una comprensión mucho más profunda de la tota­

lidad de la realidad.

126 San Juan de la Cruz, «Noche oscura» (op. cit. 66, cap. 2), 623­624, Libro II, 10.1.

En los mismos términos de transformación de sustancias describe Teresa de Lisieux cómo el alma al pasar por el crisol del dolor, es decir, por la noche oscura, se purifica casi alquí­

micamente al modo del oro.

127 Id., «Cántico espiritual» (op. cit. 66, cap. 2), 11­53, A 1.9.

128 Eliade, Das Heilige (op. cit. 54, cap. 1), 163­165.

129 James, The Varieties (op. cit. 14, cap. 2), 135

También en la tradición hinduista se asegura que aquellos que han com­

pletado todas las etapas de samyama, estado cumbre de meditación y concentración de unión con brahman, ganan poderes paranormales como el de la invisibilidad, la fuerza de un elefante, la clarividencia y la telepatía.130 En esta lista de superpoderes no pueden faltar aquellos casos facilitados por testigos oculares en los que el místico levita, comienza a hablar lenguas desconocidas o efectúa contorsiones y ejercicios gimnás­

ticos casi olímpicos.131 De igual manera, son numerosos los estudios científicos que en la actualidad se llevan a cabo para comprender de dónde procede esa sobrehumana capacidad de resistencia ante situa­

ciones naturales adversas que presentan algunos monjes tibetanos, capaces de aguantar temporadas larguísimas en el más completo aisla­

miento, sin recibir apenas alimento y soportando las bajas temperaturas.

Todos estos son ejemplos de algunas de las capacidades adoptadas que configuran la nueva vida, la vida elegida del místico en su camino hacia la trascendencia del Otro, que, como apunta Bataille, es el propio sobrepasamiento.132

2.4 Características discursivas de la