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La pérdida de la intimidad con el amado

I.IV Hipótesis y marco metodológico

2.2 Mística como discurso de la negación

2.2.3 La pérdida de la intimidad con el amado

que desemboca en un conocimiento alternativo con sede en la piedad zambraniana y en el corazón comprensivo de Arendt.

amado. La consunción física del sujeto es inversamente proporcional a la inflamación que siente en su alma. Enfebrecido, el amante roza la locura ante el temor de no recuperar nunca la prenda perdida.

En la historia de Laylá y Machnún que, como ya se mencionó, es una alegoría del amor del místico sufí, el joven Machnún sufre desconso­

lado ante la muerte inesperada de su amada: «¿Quién puede curar mi enfermedad? Me he convertido en un paria».96 Aquí, el paria es sinó­

nimo del loco, del marginado que ha perdido su lugar en el mundo.

Sin embargo, ya se sugirió que Laylá representa la noche del misterio, el no­lugar que hay que atravesar, el aniquilamiento, la muerte en vida para volver a renacer una vez despierte el día. Por ello, Machnún, quien solo puede ahora escuchar «los tambores de la separación»,97 podrá volver a abrazar a su amada cuando acepte transitar por aquella oscuri ­ dad con total abandono y desasimiento, Gelassenheit. Muy revelador a este respecto es que, en la mística sufí, el reencuentro con la amada ocurre siempre una vez que el sujeto ha abandonado cualquier deseo de unirse a ella. De ahí que las citas amorosas ocurran casi siempre en lugares sagrados en los que todo acercamiento corporal está prohibido, siendo la Caaba uno de los enclaves predilectos.98

Por su parte, la mística cristiana se ve muy influida por la Braut-mystik del Cantar de los Cantares y en torno a él surgen innumerables comentarios y reescrituras. El tema principal de todos ellos es la tortura que padece el místico ante las repentinas apariciones y desapariciones del Otro. Lo inesperado y arbitrario de las epifanías del amado obliga al amado a esperar en vela, implorante, el acontecimiento que apenas dura un suspiro: «De nuevo sentía el deseo de su llegada, y a veces él retornaba, y justo cuando él había aparecido y mis manos apenas lo tocaban, volvía a escaparse y yo volvía a buscarlo».99 Aquí, Orígenes de Alejandría, en su Homilías sobre el Cantar de los Cantares, se lamenta de la evanescencia de un amado que se esfuma justo cuando el contacto

96 Nizami, The Story of Laylâ and Majnun, Londres 1966, 37.

97 Ibid.

98 Michael Sells, «Tres seguidores de la religión del amor» en: Pablo Beneito (ed.), Mujeres de luz. La mística femenina y lo femenino en la mística, Madrid 2001, 137­155, aquí 140.

99 Traducción propia de: Hartmut Sommer, Die bedeutendsten Mystiker, Wiesbaden 2013, 26.

está a punto de forjarse. El Otro, para los Padres de la Iglesia, es un vapor, una esencia gaseosa, un perfume que deja un rastro tras de sí.

En los mismos términos explica san Bernardo de Claraval en su ser­

món 74 sobre el Cantar de los Cantares el estado en el que se encuentra el alma ante la ausencia del «dulce esposo que se retira»:

Su única salida es buscar con todo afán al ausente, y amarlo otra vez cuando se va. Así pues, hace venir al Verbo y lo llama con el deseo del alma, la de esa alma, a la cual ya ha regalado antes con su dulzura. ¿No es su anhelo una verdadera llamada? Y muy fuerte. Lo dice el texto sagrado:

El Señor escucha los deseos del pobre. Al alejarse el Verbo se escucha una queja continua del alma, un deseo continuo, un continuo vuélvete, hasta que vuelva.100

El doctor melifluo, responsable del locus retórico de la dulzura del amado, escenifica aquí el padecimiento de un amante que siente toda­

vía en la boca el sabor que dejó el amado. El Otro, concretizado en el paladar, está presente en la memoria sensitiva del místico.

Pero, sin duda, la expresión que de forma más acertada expresa esta dialéctica de presencia y ausencia es el concepto de loingprés101 tomado directamente del discurso de fin’amor.102 El oxímoron resultante de la relación entre dos adverbios opuestos, «lejos» y «cerca», describe la naturaleza furtiva y efímera del encuentro amoroso. El místico, a la guisa de un amie cortesano, languidece a la espera de la visión fugaz de aquel que está lejos y cerca a la vez, inalcanzable y, sin embargo, siempre tan presente en su pensamiento.

En el prólogo de Le miroir de Marguerite Porete, la voz narradora comenta de la siguiente forma cómo de insondable es la lejanía del que está tan cercano a ella:

100 San Bernardo de Claraval, «Sobre el Cantar» en: Obras completas, vol. v, Madrid 1987, 927.101 También transcrito, en algunas versiones, como Loing-Près.

102 Muy interesante respecto a los arquetipos universales de la mística es la mención de un rey «tan cercano y tan lejano» en la obra del siglo xiii de Farid Ud­Din Attar, La con­

ferencia de los pájaros. Este rey, bajo la forma del ave mítica del simurg, es el «misterio lejano y a la vez próximo» hacia el que vuelan el resto de pájaros. Cfr. Farid Ud­Din Attar, La conferencia de los pájaros, Madrid 2002, 27.

Oí hablar de un rey de gran poder, que por cortesía y por su gran nobleza y generosidad era como un noble Alejandro; pero estaba tan lejos de mí y yo de él que no lograba consolarme por mí misma y para que me acordase de él me dio este libro que representa su amor en algunas de sus formas.

Pero aunque tenga su imagen, eso no quita que me halle en tierras extrañas y lejos del palacio donde habitan los muy nobles amigos de este señor.103

La imagen donada es el reflejo de una ausencia y no logra, por lo tanto, abolir la distancia que media entre el alma y aquel gran Rey. A este res­

pecto, el símbolo del espejo, que recorre toda la obra, plantea la misma ambivalencia del loingprés, ya que su fin es acercar aquello que está en la lejanía, así como, en la autocontemplación, alejar aquello que está tan cerca; en otras palabras, el espejo siempre simula una presencia inexistente: nadie vive al otro lado de la superficie transparente. Pero el alma no se deja engañar por el trampantojo y entiende que la condición reflectante y pasiva de la imagen se convierte en un impedimento para llegar a la vera de su amado. El alma se siente todavía «en tierras extra­

ñas», exiliada del amado quien, en este sentido, se instituye a modo de una Patria originaria a la que hay que retornar.

En conclusión, la pérdida de la intimidad con el amado que se repro­

duce en el discurso místico debe entenderse como una radical sepa­

ración entre el sujeto y el objeto de deseo que implica la pérdida total de comunicación y de acceso al ámbito de representación de lo Otro.

Según Georges Bataille, este acontecimiento marca el paso a la tras­

cendencia, evidenciado por la barrera que surge entre el místico y el Otro.104 Por el contrario, el estado de intimidad supondría la instaura­

ción de una relación de inmanencia entre el sujeto y el Absoluto.105 En consecuencia, el gran anhelo del místico, llegar a una unión tan estrecha que oblitere las diferencias entre el sujeto y el mundo de la divinidad, supone, de forma paradójica, la pérdida del amado. El místico busca la unión con un dios trascendental y, en esta misma operación, acaba con la trascendencia.106

103 Porete, El espejo (op. cit. 64, cap. 2), 52.

104 Georges Bataille, Theorie der Religion, Múnich 1997, 111.

105 Ibid., 138­139.

106 Ibid.