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I.IV Hipótesis y marco metodológico

1.2 Exilio como discurso de la negación

1.2.4 La pérdida de la lengua materna 90

una segunda despedida: la despedida de lo que se ha empezado a ser87 y que Hans­Georg Gadamer explica en los siguientes términos:

Wozu wir zurückkehren, ist anders geworden, und ebenso ist anders geworden, wer zurückkehrt. Zeit hat beide [Partner eines Gesprächs]

geprägt und verändert. Für jeden, der zurückkehrt, ist die Aufgabe, in eine neue Sprache einzukehren. Es ist ein Hauch von Fremdheit an allem, wohin man zurückkehrt.88

Esta cita deja implícito el regalo ambivalente que otorga el regreso. En el supuesto reencuentro, el momento de reconocimiento se articula en forma de negación: el exiliado reconoce que no es reconocido y que no puede reconocer la realidad circundante. En otras palabras, al exi­

liado se le evidencia su extranjería en un país que, a su vez, es ahora desconocido para él: «In diesem Lande leben wir, wie Fremdlinge im eigenen Haus».89

la huella de la lengua materna que, pese al artificio, permanece inde­

leble. A esta bidimensional del lenguaje en el exilio se le suman las continuas interferencias, los falsos amigos, las traducciones forzadas y las expresiones híbridas que hacen posible hablar de la creación de un idioma propio, el idioma del exilio, surgido tras los continuos choques interculturales.

No obstante, sería impreciso afirmar que el idioma del exilio se con­

vierte, en todos los casos, en un instrumento fructífero de creación. Por el contrario, la pérdida del idioma materno supuso para muchos auto­

res exiliados, incapaces de hacer florecer die Blume des Mundes91 en un terreno desconocido, el cese de la labor creativa.

1.2.4.1 Es bleibt die Muttersprache

Dentro de la retórica nacionalista, la lengua materna aparece vincu­

lada de modo indefectible al espíritu de la nación. De ahí que la pér­

dida de aquella suponga, así mismo, la disolución del sentimiento de pertenencia a un territorio determinado y a un grupo social, cultural y político preciso; en suma, la destrucción de la personalidad del indi­

viduo. Sin embargo, algunos autores, entre ellos Arendt y Zambrano, tras una larga reflexión sobre el propio exilio, acabaron por romper con dicha asociación al entender que la lengua materna se articula como un ente independiente de la nación y que pertenece, por el contrario, a un sustrato existencial mucho más profundo y configurador de la esencia del sujeto.

Hannah Arendt, para quien la adquisición del inglés como instru­

mento de trabajo sí que supuso un viraje productivo y transformador de su labor creativa, describe de la siguiente forma las consecuencias de la pérdida de la lengua materna: «We lost our language, which means the naturalness of reactions, the simplicity of gestures, the unaffected expression of feelings».92 El idioma materno, unido estrechamente a la estructura del pensamiento, es aquel en que el sujeto se puede expre­

sar con naturalidad sin tener que recurrir a lugares comunes y clichés,

91 Friedrich Hölderlin, «Germanien», en: Gesammelte Werke, Frankfurt a. M. 2014, 181, verso 72.

92 Arendt, «We Refugees!» (op. cit. 16, cap. i), 110.

pudiendo transmitir su voz genuina y singular. El contacto con el len­

guaje adoptado, sin embargo, implica una distancia, una zozobra que reduce la libertad de quebrar y retorcer las estructuras lingüísticas en beneficio propio. A este respecto, Arendt confesará que en alemán se permitía ciertas licencias que en inglés refrenaba por pudor a trasgredir el idioma cedido, nunca asimilado por completo.

Por otra parte, continúa Arendt, la agilidad con la que el sujeto se mueve por el idioma de la infancia se debe, en gran medida, al cúmulo de historias y de poesías que ha ido aprendiendo de memoria y que pro­

pician el enraizamiento en la tradición cultural y literaria. La recreación de este sustrato lírico en el idioma adquirido resulta casi imposible. Y, por ello, el habla del extranjero, por muy pulido que sea su acento, siem­

pre acaba delatando su intrusismo por la cadencia de las expresiones y por una musicalidad exótica que se cuela al final de cada frase. A este respecto, la pérdida del idioma del país natal, o el olvido, si es que algo así es posible, menoscaba la productividad lingüística del sujeto. Para Arendt, la lengua materna es lo esencial, lo irremplazable: «Die deut­

sche Sprache jedenfalls ist das Wesentliche, was geblieben ist, und was ich auch bewußt immer gehalten habe».93

La esencialidad de la lengua materna adquiere, en el discurso arend­

tiano, una variante que difiere de la meramente filológica y que supone la pérdida de la relevancia política. Perder el lenguaje en el que el sujeto puede expresar su opinión respecto de los acontecimientos supone un retroceso a la minoría de edad, al estado en el que el pensamiento y la palabra no habían arribado a su armónica coalescencia. De esta forma debe entenderse la privación de «the right to opinion»94 que aparece unida a la pérdida del lenguaje, entendido este no en el sentido físico, sino tal y como lo hiciese Aristóteles al definir la capacidad de hablar

93 Id., Was bleibt? (op. cit. 15, cap. 1). A este respecto, resulta importante recordar que, para muchos autores exiliados, el mantenimiento de la lengua materna se hizo de forma inconsciente, muchas veces forzando la propia voluntad de expresarse únicamente en el lenguaje de adopción. Tal es el caso de Peter Weiss, quien, pese a su deseo de usar el sueco en su producción literaria, y no el idioma de los asesinos, acabó por reconocer que el alemán, en forma de eco y de resonancias, transitaba por toda su obra apelando directamente al componente emocional.

94 Id., The Origins (op. cit. 8, cap. 1), 296.

como aquello que permitía organizar y ordenar los asuntos humanos por medio de la palabra y no de la violencia.

Aquello que distingue al zoon politikon preconizado por Aristóte­

les es justo esa capacidad de hablar y de expresarse políticamente con total destreza. El exiliado, en este sentido, con frecuencia se avergüenza de su hablar balbuciente y prefiere callar.95 Este silencio obligado le despoja de la prerrogativa política y lo condena al ostracismo en cual­

quier ámbito social. La palabra es siempre performativa en la política, tiene el poder de crear y de modificar su entorno en cada locución. Sin embargo, la palabra menguante del exiliado se prueba aquí insuficiente para llegar a cambiar ni tan siquiera la propia realidad. Al silencio se le suma, entonces, la soledad, porque el exiliado rehúye el encuentro con los otros, con los que sí pueden hablar sin que se les traben las pala­

bras y a los que asoma una leve sonrisa cuando detectan el rubor de una mispronunciation. Sobre todo, para el escritor exiliado, avezado en los vuelos lingüísticos, estas muestras bienintencionadas son difíciles de soportar. De esta forma, el encuentro con el nuevo idioma se torna en silencio, mudez y en un largo y deliberado cese de la comunicación.

La primera violencia96 del exilio se cristaliza, así, en ese momento en el que el exiliado tiene que pedir asilo en un idioma que desconoce, arriesgando su destino, que le concedan o que le denieguen el derecho de permanencia, a la correcta pronunciación de unas palabras comple­

tamente extrañas. Según Jacques Derrida,97 el fallo primero de las leyes de la hospitalidad en nuestra sociedad contemporánea se cifra en ese acto de violencia por el cual se obliga al extranjero a que comprenda, y a que se haga entender, en la lengua del anfitrión como requisito previo a la concesión del derecho de protección. El antídoto contra este acto de agresión que privilegia una lengua sobre otra se encuentra en la fór­

mula de una hospitalidad hiperbólica98 que se ofrezca sin imperativos,

95 Incluso el elocuente Ovidio confiesa cómo el exilio le robó la naturalidad de la palabra inspirada: «Con frecuencia, cuando intento expresar algo (¡me avergüenza confesarlo!) me faltan palabras y no sé hablar». Cfr. Ovidio, Tristes, Madrid 1991, 125.

96 Jacques Derrida/Anne Dufourmantelle, De l’hospitalité, París 1997, 13.

97 Ibid.

98 Ibid., 77.

sin condicionamiento, sin contrapartida, tan solo por la presencia del huésped que entra en el espacio compartido.

En este contexto, Theodor W. Adorno justifica su regreso a Alemania por la imposibilidad de expresarse en el idioma de acogida, el inglés de su exilio norteamericano, con la misma naturalidad y exactitud que en el idioma materno. Adorno aduce esta impotencia al descompás inhe­

rente que existe entre el hilo de pensamiento y la estructura lingüística de otras lenguas que no sean la alemana, dotada esta última de una capacidad mayor para la descripción plástica, «das essentielle Moment der Darstellung»,99 así como para la especulación filosófica.100 De esta forma, todo alemán que se proponga hacer Filosofía en el idioma adqui­

rido caerá en la cuenta de que existe una distancia infranqueable entre el significado y el significante. El objeto descrito quedará indefectible­

mente delimitado por un espacio desocupado, vacante e indefinido. En esta inadecuación del idioma para acoplarse sin fisuras al ritmo del pen­

samiento se encuentra la violencia lingüística del exilio según Adorno, porque si la palabra silencia el pensamiento, este acabará mudo.101

99 Theodor W. Adorno, «Auf die Frage: Was ist Deutsch», en: Gesammelte Schriften, vol. x., Frankfurt a. M. 2003, 699­700.

100 Esta afirmación remite, sin duda, a la ecuación expuesta ya en 1836 por Wilhelm Humboldt: «Die Sprache ist das bildende Organ des Gedanken». Cfr. Wilhelm Humboldt,

«Über die Verschiedenheit des menschlichen Sprachbaues und ihren Einfluß auf die geis­

tige Entwicklung des Menschengeschlechts», en: Schriften zur Sprachphilosophie, vol. iii, Stuttgart 1963, 426.

101 En «Aus einem Gespräch von der Sprache zwischen einem Japaner und einem Fragen­

den», Martin Heidegger habla de una desigualdad inherente entre los idiomas por razón de la cual la lengua japonesa, a diferencia de las europeas, no dispone de los mecanismos necesarios para representar objetos clasificados previamente siguiendo un orden unívoco de subordinación y de supraordenación. Sin embargo, Heidegger niega que esta descom­

pensación entre las lenguas tenga su origen en una carencia o superioridad de unas sobre otras, sino que se debe a una diferencia de esencias: «Gesetzt, daß die Sprachen hier und dort nicht bloß verschieden, sondern von Grund aus anderen Wesens sind». De esta for­

ma debe entender la conocida afirmación tautológica del filósofo, «Die Sprache spricht».

Cada idioma tiene su propia manera de expresar su esencia. Intentar violentar un idioma adaptándolo a la plasticidad del otro mediante la adopción de expresiones y de términos extranjeros pone en peligro el tesoro secreto que subyace en todo idioma y que determina esa forma única de entender la realidad. Cfr. Martin Heidegger, «Aus einem Gespräch von der Sprache zwischen einem Japaner und einem Fragenden», en: Unterwegs zur Sprache, Frankfurt a. M. 1985, 85.

Otra de las violencias, según Adorno,102 que se ejercen sobre la capa­

cidad lingüística del sujeto exiliado se encuentra en el imperativo de inteligibilidad que se cierne sobre todas y cada una de sus expresiones idiomáticas. Es decir, el exiliado, en última instancia, quiere ser enten­

dido y, por esa necesidad de comprensión, supedita otros posibles atri­

butos del habla, tales como la originalidad, la creatividad, la ironía y la poetización. El exiliado deja, pues, de jugar y de experimentar con el lenguaje, aferrándose, por el contrario, a la vía segura y petrificante de los automatismos. Por todo ello se colige que la pérdida del lenguaje no solo inhabilita al exiliado para describir con fiabilidad su entorno, sino que, sobre todo, le sustrae la capacidad de expresarse en su singularidad.

1.2.4.2 Lengua como morada

El «habla» es un verdadero mundo, dice Wilhelm von Humboldt, que el sujeto debe poner entre sí y los objetos mediante la labor de espíritu.103 En este sentido, el «habla» como mundo, como espacio desde el cual el sujeto puede contemplar el resto de los objetos, pasa a ofrecer, a su vez, una determinada visión de este, una Weltansicht, desde el propio centro.

No obstante, el mundo del habla no es solo el lugar en donde el hablante puede pararse a otear el firmamento, sino, también, el camino que debe transitar hasta llegar a las realidades que quiere descubrir. De gran importancia en esta concepción del lenguaje como espacio es la posibilidad que se le brinda al sujeto de poder habitar en él y de con­

vertirse en su dueño, aun teniendo siempre presente que esta perte­

nencia es bidireccional. El ser humano posee el lenguaje en el que vive en la misma medida en la que el lenguaje lo posee a él, ya que, sin la capacidad de comunicarse lingüísticamente, la persona, simplemente, dejaría de ser humana.

El habla como mundo remite, por concreción, a la siguiente afirma­

ción de Martin Heidegger en Brief über den Humanismus: «Die Spra­

che ist das Haus des Seins. In ihrer Behausung wohnt der Mensch. Die Denkenden und Dichtenden sind die Wächter in dieser Bahausung».104

102 Adorno, «Auf die Frage: Was ist Deutsch» (op. cit. 99, cap. 1), 699­700.

103 Id., «Der Weg zur Sprache», en: Unterwegs zur Sprache (op. cit. 101, cap. 1), 237.

104 Id., Brief über den Humanismus, Frankfurt a. M. 1947, 5.

El lenguaje como casa, como morada, como refugio del ser dispara toda una red de connotaciones mucho más íntimas y personales que se adentran en el espacio privado del oikos, en donde se desvela sin trabas la esencia de lo propio. Habitar el lenguaje supone, así, establecerse en él, llegar a comprenderse en relación a él, en su verdadero elemento, así como entender el mundo, que queda fuera de la propia morada, justo en el límite que el idioma establece. Pero, además, el habitáculo del len­

guaje supone que el sujeto es contenido por su habla. La autonomía del lenguaje se patentiza en la afirmación «die Sprache spricht»;105 el len­

guaje habla a la persona, se es hablado por el lenguaje, se es, en tanto en cuanto hay un idioma capaz de dar forma y en el que se puede habitar.

En suma, en el habla el ser humano desvela su verdadera esencia y, por ello, la pérdida del idioma en el que se habita a salvo supone la destrucción de la posibilidad de realización plena. En consecuencia, Heidegger recuerda que las moradas no son intercambiables, no se puede acometer el salto de una a otra de forma indiferenciada: «Wenn der Mensch durch seine Sprache im Anspruch des Seins wohnt, dann wohnen wir Europäer vermutlich in einem ganz anderen Haus als der ostasiatische Mensch».106 En «Aus einem Gespräch von der Sprache zwischen einem Japaner und einem Fragenden» quedan ejemplificados los juegos de desvelamiento y de ocultamiento entre idiomas diferentes.

La esencia real de las cosas es intransferible de un idioma en el que se habita a otro en el que simplemente se permanece en calidad de hués­

ped. Cualquier intento forzado de traducción dejará entrever el acto de traición que se le inflige al propio lenguaje y a la propia realidad de las cosas. La parte imprescindible para una comprensión íntegra sobre la verdadera naturaleza del ser es justo aquella que permanece oculta y renuente al trasvase a la nueva morada lingüística.

Sin embargo, Heidegger hace una puntuación al recordar que no cualquier tipo de lenguaje se perfila como la morada ideal del ser, sino que esta se encuentra, en exclusividad, en la poesía.107 En ese sentido, son los poetas y los pensadores los guardianes de la única vivienda en

105 Id., «Die Sprache», en: Unterwegs zur Sprache (op. cit. 101, cap. 1), 26.

106 Id., «Aus einem Gespräch» (op. cit. 101, cap. 1), 85.

107 Ibid.

la que el ser humano puede habitar de verdad. El lenguaje de la poesía se convierte en una patria mítica a la que el escritor en el exilio puede retornar para encontrarse de nuevo en casa, en el ambiente conocido que le prodiga refugio y la calma necesaria para encontrarse a sí mismo.

«Die Dichtung ist immer Rückkehr zur Sprache»108 o, en otras palabras, la poesía es, de igual manera, regreso al hogar, a la «unvordenklicher Heimatlichkeit»109 que subyace siempre en la lengua materna.

A la luz de esta concepción del idioma materno como morada del ser se puede comprender mejor el resorte que incita a Arendt a afirmar que el idioma alemán es «das Wesentliche, was geblieben ist». En la misma dirección justifica Hilde Domin su preferencia de utilizar el neo ­ lo gismo «Matria», en vez del término al uso, «Patria»:110

«Vaterland?» Ich will lieber vom Mutterland reden, dem Land meiner Herkunft, dem Land meiner Sprache. Das Land der Geburt. Mutterspra­

che. Muttersprache ist die Sprache der Kindheit. Für mich ist die Spra­

che das Unverlierbare, nachdem alles andere sich als verlierbar erwiesen hatte. Das letzte, unabnehmbare Zuhause. Nur das Aufhören der Person (der Gehirntod) kann sie mir wegnehmen. Also die deutsche Sprache.

In den andern Sprachen, die ich spreche, bin ich gern und dankbar zu Gast. Die deutsche Sprache war der Halt, ihr verdanken wir, dass wir die Identität mit uns selbst bewahren konnten. Der Sprache wegen bin ich auch zurückgekommen.111

El idioma alemán es, de nuevo, en esta cita, lo esencial, «das Unverlier­

bare», «das letzte, unabnehmbare Zuhause» que tan solo desaparece con el cese total de la existencia humana. También aquí el idioma es morada, contenedor de la esencia de cada persona y, por tanto, elemento que da forma y define a cada individuo. Muy interesante es la nota, que

108 Gadamer, «Hilde Domin» (op. cit. 87, cap. 1), 156.

109 Id., «Heimat und Sprache» (op. cit. 88, cap. 1), 366­367.

110 El neologismo de «Matria» desmonta por completo el discurso patriarcal enarbolado por Johann Gottlieb Fichte en sus famosos Reden an die deutsche Nation, según el cual la lengua materna, die Muttersprache, es la matriz de la que surge el Vaterland, la patria. Cfr.

Johann Gottlieb Fichte, Reden an die deutsche Nation, Berlin 1912.

111 Domin, «Heimat» (op. cit. 38, cap. 1), 103­105.

por otra parte también encontramos en Arendt y en muchos otros exi­

liados ilustres, que define al idioma extranjero, en contraposición a la morada que ofrece la lengua materna, como el lugar de hospedaje: «In den andern Sprachen, die ich spreche, bin ich gern und dankbar zu Gast».112 Pese a ofrecer una tabla de supervivencia en el exilio, la len­

gua de acogida se descubre como una superficie inestable, ineficiente, condicionada a una necesidad de aceptación en el entorno externo. Por ello, el exiliado nunca llega a habitar por completo en el idioma cedido, tan solo lo ocupa de forma transitoria y precaria.

En semejante transferencia metonímica,113 pars pro toto, en función de la cual la lengua natal se convierte en epifanía verbal de la morada y de la patria, se produce un deslizamiento pretendido de los significantes que desemboca en un deseo por el idioma como representante parcial del real objeto de la pérdida. Es decir, el exiliado vuelve a la poesía, a la escritura en la lengua materna para acallar el deseo hacia lo ausente.

Como todo deseo, la lengua materna opera de forma desestabilizadora y transformadora, empapando y nublando todo lo que toca, los demás idiomas sobre los que se cierne, como se trasluce de estos versos de Ingeborg Bachmann:

Ich mit der deutschen Sprache Dieser Wolke um mich Die ich halte als Haus Treibe durch alle Sprache.114

112 Ibid.

113 En el Seminario viii sobre la transferencia, dictado en marzo de 1961, Jacques Lacan utiliza el ejemplo de la relación establecida entre Sócrates y Alcibíades en El banquete para demostrar de qué manera se da entre ellos una transferencia del deseo. Lacan desarrolla aquí una teoría del amor basada en la parte ausente, inexistente, que hace que el amante dé lo que no tiene y que, a su vez, pida del amado lo mismo, aquello que cree que le falta para ser al completo. Sócrates se convierte, de esta forma, en el objeto agalmático que guarda en su interior aquello que podría aliviar el deseo de plenitud de Alcibíades. De forma análoga, podría interpretarse que el deseo de la lengua materna que inspira al exiliado a la creación literaria responde a la transferencia de un deseo mucho más apremiante hacia la patria. La falta de esta, y la imposibilidad de su recuperación inmediata, hace que el exiliado compense esta carencia mediante el único elemento de vinculación que aún tiene a su disposición: la lengua materna. Cfr. Lacan, Le transfert (op. cit. 19, cap. i), 179­199.

114 Ingeborg Bachmann, «Exil», en: Gesammelte Werke, vol. i, Múnich 1975, 153.