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I.IV Hipótesis y marco metodológico

1.3 Exilio como segundo nacimiento

En contraposición al discurso negativo del exilio centrado en la pérdida y en la nostalgia, existe también una concepción más halagüeña que rubrica la faceta favorable del exilio. En la línea de investigación impe­

rante en la actualidad se aboga por una «Literatura del contraexilio»117 que busca trascender la experiencia precaria del exilio y propone, en su lugar, la imagen de un futuro promisorio abierto a nuevas posibilida­

115 María Zambrano, «La Cuba secreta», en Islas, Madrid 2007, 92.

116 Id., «El encuentro» (op. cit. 45, cap. 1), 49.

117 Claudio Guillén, «On the Literature of Exile and Counter­Exile», en: Books Abroad 50 (1976), 271­280, aquí 272.

des de desarrollo personal y artístico. Así pues, el arte del exilio alberga no solo la creación acerca de y en el exilio, sino también la capacidad del artista de adaptarse a un nuevo entorno y de conseguir con ello un renovado impulso creativo. De esta forma, aquello que en un principio pudiese parecer un cese o interrupción de la creación artística, se des­

pliega en forma de un número ilimitado de posibilidades en las que el exiliado puede redirigir su labor creativa.

La sonoridad del nuevo idioma, así como la exposición a nuevas influencias, autores, estilos, métricas y tropos antes desconocidos, modifican en gran medida la obra literaria. A lo propio, el autor en el exilio le suma lo adquirido a la fuerza, a contrarreloj, generando una producción bífida, singular y rica en simbiosis. Por citar un ejemplo de este maridaje productivo, Luis Cernuda en Historial de un libro118 cuenta cómo la literatura del país de acogida, primero Gran Bretaña y luego Estados Unidos y México, se vuelve una herramienta impres­

cindible en su desarrollo poético. El autor se vio impelido a buscar la propia voz que surgió en el exilio empapada de la cadencia de nuevos acentos. La lectura de escritores extranjeros como Friedrich Hölderlin, André Guide, Samuel Taylor Coleridge y Paul Éluard, entre otros, posi­

bilitaron un diálogo fructífero que en el caso de Cernuda conformó una manifestación lírica119 muy personal e incomparable.

Por otra parte, el nuevo entorno y los nuevos lectores obligan a un proceso de adaptación a las costumbres y a los gustos del público del país de acogida. El autor en el exilio ha de reinterpretarse para poder contar su historia dentro de los nuevos márgenes creativos. La paradoja de la creación artística del exiliado se cifra en que allí, donde tenía un público que anhelaba sus palabras, la censura le prohibió contar su his­

toria. En el nuevo país, sin embargo, donde sí que tiene libertad para hablar, a nadie le interesa aquello que viene a contar. A la ausencia de público se le suma, entonces, la falta de un mensaje idóneo que trans­

mitir. Ante tal situación, el exiliado puede elegir entre dos caminos posibles: o condenarse a persistir en la esterilidad y en el ostracismo

118 Luis Cernuda, «Historial de un libro», en: Prosa i, Madrid 1994, 656.

119 Ugarte, Literatura española (op. cit. 57, cap. 1), 166.

más absolutos, o llevar a cabo una transformación total120 que suponga empezar desde cero y renacer en el nuevo entorno.

En caso de elegir la vía de la renovación vital y artística, el sujeto tiene que empezar por cambiar la percepción y su postura frente a la situación forzada del exilio. De esta forma, el exilio deja de considerarse el lugar del abandono para pasar a ser la encrucijada del destino en el que tiene lugar la compensación de la pérdida.121 Dicho de otra forma, el nuevo país no es ya el suelo extranjero e inhóspito que se presenta como recambio improvisado y temporal de la patria verdadera, sino que se describe, en la nueva retórica, como el paraíso naciente, la ori­

lla salvadora, el mundo inocente que acoge y que permite un segundo nacimiento.

Esta nueva disposición favorable al exilio se transparenta en los ver­

sos de Jorge Guillén, poeta malagueño de la Generación del 27, escritos en su exilio norteamericano:

Y sin pasado exánime participar del bosque, Ser tronco y rama y flor de un laurel arraigado.

América, mi savia: ¿nunca llegaré a ser?

Apresúrame, please, esta metamorfosis.122

La querencia del poeta ya no se dirige al pasado, al lugar del recuerdo, sino al futuro ignoto en el que poder ser, llegar a ser al completo, en la metamorfosis ansiada similar a la que convirtió a Dafne en laurel de Apolo, el dios luminoso. América se presenta, de este modo, como la tierra de promisión, el jardín de las Hespérides, el bosque ubérrimo que agasaja con sus frutos al que llega a morar en él. El Yo lírico quiere ser habitante del bosque, arraigarse en su suelo, convertirse en poeta lau­

reado y beber de la fuente de inspiración vivificadora del nuevo mundo:

«América, mi savia». Pero para que el encantamiento ocurra, tienen primero que susurrarse las palabras mágicas, pronunciadas, como no

120 Milosz, «Notes on Exile» (op. cit. 5, cap. 1), 36­41, aquí 36.

121 Ugarte, Literatura española (op. cit. 57, cap. 1), 72.

122 Jorge Guillén, «Dafne a medias», en: Aire nuestro. Clamor, Madrid 1993, 54.

podría ser de otra forma, en la lengua de acogida: «Apresúrame, please, esta metamorfosis».

En términos semejantes habla María Zambrano de la isla de Puerto Rico, a la que llegó en 1940 invitada por el profesor Jaime Benítez, en colaboración con la Asociación de Mujeres Graduadas de la Univer­

sidad de Puerto Rico, para dictar unos cursos sobre Séneca y sobre el estoicismo español. El gran éxito de estos cursos hizo que su estancia en la isla se prolongara, sumándose al encargo inicial otras conferen­

cias acerca de Miguel de Unamuno, de Juan Luis Vives y de Antonio Machado:

Una isla es para la imaginación de siempre una promesa. Una promesa que se cumple y que es como un premio de una larga fatiga. Los Conti­

nentes parecen haber desempeñado el papel de ser la tierra del trabajo, la morada habitual del hombre tras de su condenación. Las islas, en cambio, aparecen como aquello que responde al ensueño que ha mantenido en pie un esfuerzo duro y prolongado.123

En esta imagen, la isla se presenta como el ofrecimiento de la promesa, el lugar de reposo que se atisba tras penosos días de bracear a contra­

corriente. De nuevo, aquí, aparece la idea de una compensación que va más allá de la justicia humana y que toma la forma de un regalo o una prenda que se dona en pleno acto de gracia. A la isla se llega, entonces, como al paraíso recuperado: tras haber arrastrado la condena del con­

tinente sin abandonar el ensueño de un regreso trascendido a «la patria prenatal».124

En verdad, la compensación recibida en la isla boricua se cristalizó en forma de un reconocimiento intelectual de la valía de Zambrano como filósofa, así como en muestras de respeto por parte de los repre­

sentantes máximos de la Universidad de Puerto Rico (upr). Tan ful­

gurante fue su breve presencia en la isla que hasta se propuso su nom­

bramiento como docente en el Departamento de Filosofía de la upr.

123 María Zambrano, «Isla de Puerto Rico», en: Obras completas (1940­1950), vol. ii, Barcelona 2016, 33.

124Id., «La Cuba secreta» (op. cit. 115, cap. 1), 93.

Por desgracia, la isla, después de todo, no encajó con la descripción bucólica pergeñada por la discípula de Ortega y Gasset y tal nombra­

miento nunca llegó a realizarse por las reservas mostradas por la Junta de Síndicos que regía la Universidad respecto a lo que ellos conside­

raban el pasado comunista de Zambrano, y su posible influencia en los círculos independentistas contra el régimen estadounidense que gobernaba la isla.125

A pesar de la frustración del éxito prometido de la isla, sí es cierto que será en ella donde Zambrano podrá hablar sin temor de sus auto­

res preferidos, también exiliados y censurados en España, convirtién­

dose en la depositaria de un legado prohibido allá y, que allí, en la isla, encuentra un público receptor.

De igual manera, en el pensamiento zambraniano el «humano vivir»126 consiste en acabar de hacerse a sí mismo y, para ello, la persona inconclusa ha de padecer múltiples metamorfosis antes de llegar a ser al completo. El exilio es, pues, una de estas «hondas transformaciones»127 por la cual el sujeto se convierte en el representante de su pueblo, en la verdad viviente y vivificante encargada de revelar la historia apócrifa:

Arrojado de la historia actual de España, y de su realidad, ha tenido que adentrarse en las entrañas de esa historia, ha vivido en sus infiernos; una y otra vez ha descendido a ellos para salir con un poco de verdad, con una palabra de verdad arrancada de ellos. Ha tenido que ir transformándose, sin darse cuenta, en conciencia de la historia.128

De todo esto se colige que la transformación en el exilio es fruto de un saber de experiencia, un saber padeciendo que diría Esquilo, por el cual el sujeto adquiere una consciencia lúcida que permite una comprensión integral y trascendida de la realidad. También para Hannah Arendt el exilio es el lugar de la toma de consciencia como se demostrará en el estudio de la figura del paria consciente.

125 María Elizalde, «16 cartas inéditas de María Zambrano a Waldo Frank», en: Revista de Hispanismo Filosófico 17 (2012), 115­139, aquí 131.

126 Zambrano, Las palabras (op. cit. 9, cap. 1), 117.

127Ibid.

128Id., Los bienaventurados (op. cit. 41, cap. 1), 69.

Sin embargo, de las dos autoras de este estudio, es en el caso de Han­

nah Arendt donde de manera más flagrante se muestra esta dinámica de la compensación del exilio. La filósofa alemana, que tiene que huir anónimamente de su país, se convierte, tras pocos años de su llegada a Estados Unidos, en la prestigiosa politóloga judía que publica en inglés sus grandes obras, aunque en la intimidad de sus cuadernos y dia­

rios siga utilizando la lengua alemana. Sin duda, el exilio para Arendt supuso una segunda oportunidad para reformular su existencia y para nacer creativamente a una nueva forma de entender el mundo y de comunicarse con él.

En uno de sus poemas del exilio, Arendt confiesa cómo, tras una primera época de rebelión contra las maquinaciones del destino, su corazón aprendió a seguir con cierta indolencia la senda marcada:

Schlägt mir das Herz nun, so geht es geschlagene Wege, und ich pflücke am Rain, was mir das Leben erstellt.129

La lección subliminal del exilio es, así, que en la linde también crecen las flores. Solo el que ha dejado de dirigir su mirada hacia el pasado, o hacia el futuro impredecible, es capaz de otear a los lados, en el propio presente, y de llegar a disfrutar del paisaje multicolor y variado que brota ante él. Aquí, también, el camino es el lugar de provisión de lo impredecible, del regalo no formulado y que, sin embargo, alberga siempre el germen de la posibilidad.

En otro poema del exilio se dirá al respecto:

So spinnt das Leben mich an seinem Faden leise ins nie gekannte Muster fort.130

129 Arendt, Ich selbst (op. cit. 52, cap. 1), 79.

130 Ibid., 66.

Aquí, la vida funge de gran urdidora, «so spinnt das Leben mich», que va tejiendo la existencia siguiendo un patrón desconocido tanto para el sujeto que vive como para el entorno en el que se incrusta esa vida.

La nueva vía que propone el exilio es siempre impredecible y provista de arbitrariedades que, sin embargo, obedecen a un plan preciso, un prototipo que culmina en la realización de un nuevo modelo de exis­

tencia: «ins nie gekannte Muster».

1.4 Características discursivas de la