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I.IV Hipótesis y marco metodológico

1.4 Características discursivas de la literatura del exilioliteratura del exilio

1.4.3 Dimensión autorreferencial

Todo es volátil en el mobiliario del paisaje, nada permanece, todo se esfuma en la lejanía. Los versos son tan breves que apenas pesan,

«Wolken kunst», no hay gravidez capaz de ofrecer resistencia al paso del tiempo. Y, así, tan solo queda lo sensorial, más transparente aún:

el recuerdo de una sensación que una vez fue placentera. Asimismo, el momentáneo bienestar que produce la contemplación del pasado nebuloso también es efímero, flotante, «schwebend». El paisaje lejano y perdido en el olvido, aunque reverdecido ahora por el recuerdo, se muestra como un reflejo de sombras proveniente del más allá, de una realidad pretérita inaprensible y prófuga.

María Zambrano no es una excepción y su obra Delirio y Destino pasa a engrosar el número de autobiografías de exiliados. Esta obra, de evidente tono autorreferencial, fue escrita en la Habana entre los años 1951 y 1953 y presentada en la convocatoria de un premio literario del Institut Européen Universitaire de la Culture en Ginebra. Aunque no ganó el galardón, cuya compensación económica le habría evitado numerosos sinsabores, sí que recibió una Mención de Honor por el carácter testi­

monial de la obra que ofrecía un fragmento fidedigno de la historia de España anterior a la Guerra Civil.

No obstante, Zambrano se mostró siempre reacia a tildar de auto­

biografía su narración de vida por faltarle la pretendida objetividad, el orden diacrónico y el carácter integrador que caracteriza a toda escri­

tura autobiográfica. A todas luces, la pensadora prefirió el género de la confesión que parte del caos y que es, en sí, una hazaña reveladora:

Es el lenguaje de alguien que no ha borrado su condición de sujeto; es el lenguaje del sujeto en cuanto tal. No son sus sentimientos, ni sus anhelos siquiera, ni aun sus esperanzas; son sencillamente sus conatos de ser. Es un acto en el que el sujeto se revela a sí mismo, por horror de su ser a medias y en confusión.138

El acto de confesión para Zambrano parte del rechazo, de la imposibi­

lidad de vivir dentro de uno mismo y de la necesidad de salir fuera de sí para encontrar el punto de entrecruzamiento entre la vida y la ver­

dad: el conato de ser de Spinoza. En este contexto, la primera confesión,

«el antecedente de la confesión»,139 es la queja de Job, quien abomina de su existencia e intenta huir de ella increpando a Dios. Sin embargo, la esterilidad de la queja de Job se basa en su falta de interioridad y el desconocimiento de una alternativa diferente que va más allá de las razones divinas: «[Job] No ha descubierto todavía su interioridad, sino únicamente su existencia desnuda en el dolor, en la angustia y en la injusticia».140

138 María Zambrano, «La confesión como género literario», en: Obras completas (1940­

1950), vol. ii, Barcelona 2014, 82.

139Ibid., 81.

140Ibid., 85.

Como todo género literario, para que la confesión cristalice han de darse determinadas condiciones estructurales, como son la confusión, la humillación y la desesperación, las cuales, sin duda, forman parte integrante de todo exilio. A este respecto puntualiza Zambrano:

La confesión surge de ciertas situaciones. Porque hay situaciones en que la vida ha llegado al extremo de confusión y de dispersión. Cosa que puede suceder por obra de circunstancias individuales, pero más todavía, históricas. Precisamente cuando el hombre ha sido demasiado humillado, cuando se ha cerrado en el rencor, cuando solo siente sobre sí «el peso de la existencia», necesita entonces que su propia vida se le revele. Y para lograrlo, ejecuta el doble movimiento propio de la confesión: el de la huida de sí, y el de buscar algo que le sostenga y aclare.141

Entendida de esta forma, la confesión es el método que permite al exi­

liado liberarse de sus paradojas existenciales y llegar, al fin, al momento de reconciliación con su persona, una vez superada la fragmentación y la escisión anteriores. Así, la confesión es también un acto de esperanza por el cual el exiliado confía en una transformación integradora que le permita dejar de ser un trozo incompleto de la historia, «un esbozo nada más»,142 y encontrar una unidad que lo recoja al completo y que le confiera la forma total definitiva.

De gran importancia es, también, la escritura autorreferencial en la obra de Arendt. La escritura de poesías de tono intimista, así como las profusas anotaciones en sus diarios y el abundante intercambio episto­

lar que con gran fidelidad cultivó a lo largo de toda su vida, dan testi­

monio de la importancia de la «escritura de sí» en la obra de Arendt.

Del mismo modo, la escritura biográfica de la vida de Rahel Varnhagen permite, como se demostrará en capítulos sucesivos de este estudio, la indagación sobre la propia identidad proyectándola en un soporte ajeno. La biografía se convierte, así, en una escritura autorial desviada y en una técnica de autoconocimiento integradora.

141 Ibid., 84.

142 Ibid., 87.

De igual manera, los siguientes versos de un poema innominado del exilio expresan con gran nitidez el poder creador y transformador de la escritura de sí:

Ich bin ja nur ein kleiner Punkt nicht größer als der schwarze der dort auf dem Papiere prunkt als Anfang zum Quadrate.

Wenn ich mich sehr erweitern will, beginn ich sehr zu klecksen, mit Stift und Feder, Blei und Tint die Umwelt zu behexen.143

En estos versos, el Yo lírico introdiegético­homodiégetico se transforma, por mímesis, en la propia escritura, en el propio acto de ser escrito. En otras palabras, el Yo adquiere forma en tanto y cuanto se metamor­

fosea en un cuerpo textual. Sin embargo, no hay divergencia entre el sujeto que escribe y el objeto escrito. Tampoco el lector implícito ofrece diversidad a esta díada. El Yo se lee al conformarse en la escritura, al convertirse en objeto de lectura. Pero el Yo no se describe, se escribe a sí mismo, primero como una gota de tinta en el papel, «Ich bin ja nur ein kleiner Punkt», y, más tarde, como un borrón que en medio de la confusión va expandiéndose y estableciendo orden a su alrededor. Este orden, no obstante, responde al encantamiento del Yo escribiente, y es, por tanto, una realidad arbitraria y fabulada, «die Umwelt zu behexen».

El poder performativo de la escritura de sí despliega un abanico de posibilidades del ser que permiten probar nuevas formas de existencia para elegir, de forma consciente, la más adecuada.

El marco de la escritura es, por lo tanto, el soporte desde el cual el Yo lírico del exiliado puede encontrar esa forma íntegra como reemplazo de la fragmentariedad que le rodea. Para Arendt, la vida del individuo guarda la estructura de un relato y, por ello, para alcanzar la forma original, debe ser contada. De la misma manera, el relato de la propia

143 Arendt, Ich selbst (op. cit. 52, cap. 1), 42.

vida se configura a modo de un trabajo de imaginación cuyo fin último es llegar al juicio de valor, al paroxismo del momento de comprensión de uno mismo.