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4. Urgencia de un cuerpo en el Chile post golpe militar

5.5. LOS VIGILANTES (1994)

5.5.3. Subversión de los cuerpos

La primera acción subversiva es la decisión de la madre de acoger en la casa a un grupo de desamparados en una noche de frio, de lo cual nos enteramos al igual que la mayoría de los sucesos, a través de las narraciones en sus cartas. Ella refiriéndose a los desamparados dice al padre: “No vi en sus cuerpos esa deliberada insurrección a la que te refieres, sólo repararé en el frío sobre unos organismos totalmente desprovistos” (Eltit 2004: 98-99). El frío es un elemento en común entre los personajes principales y los desamparados. La madre reconoce

y repara en ello de manera empática, y es lo que más tarde la motiva a abrirles las puertas de la casa.

Estos desamparados son descritos por la narradora poniendo acento en su materialidad básica, la cual se encuentra en desafío con la muerte. El frío de la calle y el eminente peligro de la muerte, la lleva a tomar la decisión de abrirles la puerta de su hogar. Así, estos cuerpos externos y ajenos por una noche pasan a formar parte del espacio vital de la casa.

Abrí las puertas de mi casa a los desamparados en cuanto tocaron a mi puerta.

Desobedecí, como ves, las órdenes sin el menor titubeo […] Eran dos familias completas las que mostraron ante mis ojos la profunda miseria que transitaba por sus cuerpos. Hambrientos, definitivamente entumecidos, atravesaron el umbral (Eltit 2004: 109).

Esta acción de la madre transgrede las normas del encierro, generando una fisura en el hermetismo de la casa y rompiendo el circuito de vigilancia que había establecido el padre.

Esta apertura se ve opacada con la sanción que ejerce el padre, quien considera que su hijo se encuentra expuesto y en peligro, y por ello pretende quitarle la custodia del niño a la madre. Ante esta situación la madre se defiende, se justifica, se retracta y pide perdón, pero ninguna de sus súplicas es escuchada.

La madre es la evidente responsable de mantener el sistema cerrado de la casa, para la protección del hijo de acuerdo a las normas que el padre ha estimado conveniente. Por ello es sancionada al transgredir dicho espacio, y haber expuesto con ello la corporalidad de ella y del niño al contacto con el otro. Vale decir, un otro que habita en los espacios disgregados de la calle, en cercanía con la muerte y el hambre a que se ve expuesto todo aquel que no es parte de un espacio legitimado como el hogar.

La casa es un lugar sitiado y controlado por la permanente vigilancia que establece el padre, quien es el único personaje que no se construye en el texto como un sujeto corpóreo, únicamente entrampado en la escritura. Los cuerpos y los espacios que habitan la madre y el hijo le pertenecen al padre, quien actúa desde un poder central y por lo tanto, no necesita hacerse presente físicamente.

Una segunda y última acción decisiva que rompe el núcleo del encierro, se encuentra en el último capítulo donde madre e hijo emprenden un peregrinar por las calles de la ciudad nocturna. Abre este pasaje el hijo diciendo:

AAAAY, la noche y mamá se confunden. Mamá y yo vagamos esta noche. Esta noche, los días y las noches. Vagamos siempre juntos, inacabablemente la calle. La calle. La gente de la calle apena oculta su malestar […] Pero mamá ahora no escribe porque busca confundirse con la noche. La noche. El temor de mamá está escondido en la pierna que me arrastra (Eltit 2004: 131).

En voz del niño nos enteramos de que se encuentran en el espacio de la calle y que la madre ha adoptado las características del hijo, vale decir no camina, escribe ni habla y babea; en tanto el niño es el que ahora lleva las riendas de su vagancia por las calles. “Mamá abre la boca para decir AAAAY, pero BAAAAM, BAAAAM, se ríe y se muerde la lengua con los pocos dientes que tiene. Mamá quiere que yo escriba sus pensamientos […]” (Eltit 2004:

136). Con ello nos queda clara la pérdida del lenguaje en un aparente proceso de involución de la madre, en tanto el hijo presenta una aparente evolución.

El abandono de las cartas por parte de la madre puede interpretarse como un escape del espacio de vigilancia y como un abandono de la lógica de la escritura, que se ve reforzado por la imagen de la involución psicológica que ella aparentemente sufre. Narra el hijo:

La obligo a tragar su leche. Su leche. Ah, mamá insiste en escupir su última, última, última gota de leche pero yo no se lo permito y le pego en su cabeza de TON TON TON Ta. Mamá MMMMHHH, masculla con ira y revuelva su cabeza en la tierra.

Llegaremos, la arrastraré hasta las llamas para olvidar el frío que me traspasa con más saña que los pocos dientes de mamá en mi pierna Mamá ahora no habla (Eltit 2004: 13).

En el capítulo primero el calificativo de “TON To” se le adjudicaba al niño, sin embargo en este último a la madre. Ella es ahora quien presenta un evidente deterioro físico, ya que se arrastra por la calle, no tiene dientes y no habla. Su cuerpo precario ahora forma parte del espacio de la calle como espacio abierto y desprotegido.

Los laberintos de la ciudad nocturna vinculan sus cuerpos al frío y al hambre, ante un aparente escenario de sinrazón de lo cual se desprende la idea del fracaso de la lógica de la escritura como lugar de reclusión en relación equitativa con la casa. La desaparición de esta última coincide entonces con la desaparición de la imagen del padre, y con ello la anulación de la escritura y la razón de la madre.