• Keine Ergebnisse gefunden

Dolor físico y confinamiento social

4. Urgencia de un cuerpo en el Chile post golpe militar

5.4. EL INFARTO DEL ALMA (1994)

5.4.4. Dolor físico y confinamiento social

El infarto del alma en sus pasajes polifónicos va construyendo de manera paralela a los cuerpos del relato, el dolor físico. A nuestro juicio la zona de dolor que se articula en esta obra es el hospital psiquiátrico, a partir de un texto construido por distintos tipos de discursos

94 En otro orden de de creación literaria igualmente complejo y polifónico está el poeta Juan Luís Martínez (1942-1993), con textos sobresalientes como La nueva novela aparecido en 1977 y La poesía chilena publicado en 1978. Ambas obras fueron publicadas antes de la aparición de la primera novela de Diamela Eltit y tienen el mérito de proponer una escritura compleja y poli-discursiva que dificulta la lectura a partir de la poesía como género unívoco estructuralmente.

y de voces. Sobre ello hay que recordar que Eltit da voz a los internos, de modo de que el texto no tiene sólo narradores externos al lugar, sino que ellos mismos dan cuentas sobre sus circunstancias. Hecho que dice algo sobre la naturaleza de los cuerpos y del dolor aquí presente: su complejidad como signo, transferible sólo a partir de un relato igualmente intrincado.

Los cuerpos de los internos son el espacio donde se focalizan las distintas escenas de la narración, en ellos radica, por lo tanto, la experiencia del dolor de manera más particular. Pero no es privativo, ya que las narradoras también se hacen parte de esta experiencia en algunos pasajes. Entonces el dolor narrado tiene a nuestro juicio dos partes fundamentales: uno es el ampliamente abordado dolor vinculado a la enfermedad y a la condición marginal de los internos; y el segundo está vinculado a la experiencia de las visitantes.

Por su parte, la presencia de la escritora y la fotógrafa es un intento de penetrar no sólo en el espacio físico en el cual habitan estos cuerpos, sino en el lenguaje de sus gestos y de su habla.

Constituye el intento por transitar en este discurso apartado, sin valor social alguno, onírico en su forma, vasto en hipérboles y de usos lingüísticos que no responden a ningún tipo de norma o formalidad. Es ese el lenguaje que se pretende asir, pero no sólo ello sino también hasta qué punto las visitantes, también son parte de este lenguaje onírico y fragmentario.

El dolor y los cuerpos físicos se reiteran, y se narran de múltiples formas, en una primera instancia con la sorpresa del encuentro del “otro”:

No me resultan inesperados ni sus cuerpos ni sus rostros (no me resultan inesperados pues ya dije que días antes había visto las fotografías) […] debo disimular la profunda conmoción que me provoca la precariedad de sus destinos. No sus rostros ni sus cuerpos, me refiero a nuestro común y diferido destino (Eltit 1991:5).

Se construye de este modo una poética dolorosa, es decir, una experimentación del lenguaje como tal. No en un afán de victimizar a los internos ni de menoscabar el lenguaje que aquí se teje, sino, de desarrollar a lo largo de las múltiples caras del texto tanto fotográfico como escrito, las facetas del dolor y poner en duda hasta qué punto estamos en un eje periférico, y no somos también del mismo modo parte de este círculo.

Entonces estamos entrando en el dolor físico de los personajes y construyendo un texto multifacético y tejido en base a dicha condición, pero no sólo construido en base a ello sino junto a una visión crítica de la paupérrima sociedad externa. En esta afirmación se ratifica la existencia de un cuerpo textual como físico y viceversa, y de igual modo se ratifica que el

dolor es una trama más compleja que desborda los cuerpos de los internos y que involucra un sinfín de aspectos sociales, que podríamos denominar en primer término como externos. Ello, no como un dentro y un fuera sino más bien con un tramado complejo, donde se intenta asir la realidad por medio de un lenguaje enmarañado que aspira a ser reflejo en su forma de lo que quiere mostrar.

El “hambre” (Eltit 1994: 21) como condición física se reitera en varios pasajes y llega un momento en el que ya no sólo los internos se definen como sujetos carentes, sino que también la narradora, pasando a formar parte del grupo, se descubre a sí misma como hambrienta. “El hambre se cuelga de la punta de mi lengua” (Eltit 1994: 21) cuenta en un breve texto donde narra en primera persona su propia condición de sujeto carente y hambriento ante la naturaleza de la realidad.

Al mismo tiempo que la narradora sorprende su propio cuerpo adolorido, irónicamente por el ejercicio de la escritura “mi espalda es la que me infama todo el tiempo. Mi mano me obedeció con brusquedad mis ojos se nublaron” (Eltit 1994: 12). Esta imagen de la mano se repite en varios momentos del relato y con ello se incluye el trabajo de la escritura como una zona igualmente dolorosa. Cualquier incursión arriesgada en lo social implica un reconocimiento del dolor físico como puente.

La llamada “falta” (Eltit 1994: 17) es la ausencia de fronteras del sujeto interno en el hospital, que más allá de la situación de encierro habita en una carencia de fronteras mentales según la narradora. Por lo tanto este sujeto viviría fundido en el otro y en ello se asemeja a la relación con la madre.

La forma de la locura es su tendencia a fundirse, a confundirse con el otro. La ausencia de límites es la falta, la gran falla que marca el contorno de la enfermedad. El loco, que está perdido en una contundente ausencia de fronteras, puede llegar a pensar incluso que Dios le pertenece porque en su cuerpo se depositaron algunos átomos divinos (Eltit 1994: 17).

En segunda instancia esta “falta” referida a los internos se puede extrapolar en términos concretos a su carencia de identidad como ciudadanos y por lo tanto, a su nulo rol como sujetos sociales. Su condición ciudadana y sus nombres en algunos casos están perdidos por la falta de documento e identificación, lo que moldea sus perfiles de una manera distinta. Estas identidades de alguna forma dislocadas están en correlato con el extravío de sus mentes:

“Porque la gran pregunta que recorre a los cuerpos que habitan en el reclusorio psiquiátrico parece ser: ¿quién soy? [...] ¿Se perdieron a caso en la locura del cuerpo de la madre?” (Eltit

1994: 18). La narradora apela a la figura materna en los momentos en que quiere enfatizar las uniones y desuniones físicas, con lo que recalca la calidad rupturista y al mismo tiempo extensiva de la corporalidad femenina en función de los otros cuerpos en este caso extrapolados a la madre.

Por deficiencia física se desplazan cuerpos materiales a extremos que los invisibilizan, y en esta dinámica de exclusión se ven confinados a lo apartado. Estas zonas que también podríamos denominar de dolor, son en términos sociales retazos de un sistema en el cual no tienen cabida sus residentes. Se reduce a personas a su deficiencia, del mismo modo que Filoctetes fue reducido al dolor de su herida y exiliado por ello, personaje de la mitología griega que es signo del dolor y del exilio.

La zona de dolor funge en algunas partes con el ejercicio de la violencia, en este caso concretizada en la expulsión y privación de libertad de los internos; y en un segundo nivel, vinculada a la ruptura de márgenes físicos y mentales por medio del enamoramiento y de la locura. En ambos niveles existe un dialogo con la forma de construcción del relato, que transgrede géneros literarios y formas de representación de carácter tradicional.

La violencia se ejerce sobre los cuerpos al ser privados de libertad y desechados literalmente a un confín territorial, destinados de por vida a la caridad del Estado y al olvido literal y simbólico. La violencia de las drogas suministradas diariamente y la imagen de sus constantes manías corporales expuestas a la cámara de Paz Errázuriz y a la pluma de Diamela Eltit transgreden las barreras del hospital, junto a quienes encuentran en ellos un discurso silenciado para poetizar y politizar los discursos tanto fotográficos como literarios.

Sujetos sin identificación y sin nombre, que tienen historias fabricadas de su imaginación y de su relación con el otro. Han roto fronteras mentales inconmensurables en el mismo espacio donde se les ha impuesto una ruptura real y drástica con la libertad material.

Yo deberé hacer muy pronto una acuciosa cuenta de mis células para atraer mi boca hasta mi boca […] Sufro de asma y mis bronquios me destrozan. Pero quiero a mis bronquios y a mi asma como si formaran parte de mí misma. Hube de abrir la vena de uno de mis brazos con mis propios dientes pues sentía la sangre maltratada (Eltit 1994:38).

El infarto del alma constituye la metáfora más clara de la incertidumbre que provoca lo distinto, que nos lleva a apartarlo y también el desafío más grande para el lenguaje que busca significados, operando como un puente de sentidos entre personas y objetos, entre objetos y

personas (Edwards 2009: 168). De esta manera muchos autores al igual que Javier Edwards se concentran en el encuentro con la otredad que ofrece la obra, como así también en el desafío que el lenguaje sustenta al involucrarse con sujetos que habitan en terrenos alejados y desde un punto de vista, periféricos.

En este viaje a territorios mentales y físicos cercados por la carencia se textualiza la imagen del hambre, que no es otra cosa que el resultado de la privación como marca latente en el vientre, en el rostro y los puntos visibles de la mente. Señala la autora después de recibir de las enfermas una manzana como regalo. “Al menos erradicar el hambre en el interior de un extenso territorio mental y físico” (Eltit 1994: 9).

El dolor es el resultado de la exclusión física y simbólica. La exclusión de los sujetos desvinculados de la productividad y que por lo tanto reciben el mínimo de atención de un sistema en que prima el valor de la razón y de la productividad.

5.4.5. Apreciaciones finales

El texto en su complejidad discursiva se gesta como resultado de la visita realizada por Diamela Eltit y Paz Errázuriz en su calidad de artistas e investigadoras de la palabra y de la imagen visual. El resultado es un trabajo que propone invertir los poderes centralistas y visualizar capas de la realidad oscurecidas por discursos dominantes. En este caso, de los protagonistas son los internos del Hospital psiquiátrico de Putaendo, lugar situado cerca de la Cordillera de los Andes y alejado de las grandes urbes. Los territorios mentales y físicos se ven aquí cruzados por biopoderes de manera constante, y crean grietas dolorosas donde se asienta el olvido.

Como principales recursos escriturales en pro de representar un texto fragmentario y polifónico, se hace uso de recursos como la heteroglosia narrativa e hibridez discursiva, con múltiples narradores y tipos de discursos que posibilitan quiebres constantes. Dichos quiebres se representan además, por medio de la representación de los cuerpos y las hablas de los personajes y narradores; hecho que apela al derrocamiento de un texto unitario y unísono para dar cuenta de un diálogo y por ende de una comunicación, en los que la división entre lo sano y lo insano se vuelve tenue, desestabilizando con ello centros y periferias.

Por medio de este texto intrincado en términos de discurso y registros se introduce, desde nuestro punto de vista, la duda por la anormalidad de los cuerpos de los internos. Por lo tanto, estamos ante un texto que critica los biopoderes que interfieren en la construcción de dichos cuerpos. En esta dinámica, señalados pueden ser los poderes del Estado y los poderes médicos, que como centros influyentes, excluyen de manera material y simbólica los cuerpos de los enfermos, y que señalados como disidentes habitan en el olvido.

Desde nuestra perspectiva, Eltit nos entrega una apertura a los discursos mirados desde un centralismo como periféricos, otorgando la posibilidad de ahondar en toda la carga poética y social que de ellos se puede extraer. Y por ello estamos una vez más en las zonas de dolor, en las cuales la autora quiere posicionarse por medio del testimonio, no como mero espectador, sino como parte de dicha otredad. Además de ello, este terreno pudiese ser el terreno de las relaciones humanas como relaciones inestables pero necesarias, tanto que sin ellas no es posible la sobrevivencia. Y por último, el terreno del amor como pretexto de supervivencia y un sistema social precario.

Este relato posibilita, desde nuestra lectura, una aproximación e iluminación de una zona dolorosamente oscurecida, que apela al olvido y a la exclusión. Apertura posibilitada por una búsqueda y un hallazgo poético, que intrínsecamente es siempre subversivo y que guarda algo de epifanía. Aparece de este modo el hospital con toda la carga simbólica que porta en su calidad de espacio excluyente, privado de todo tipo de privilegios y olvidado por el Estado de Chile. Una zona de dolor de la sociedad que opera simbólicamente para representar las carencias y los vacíos de un espacio político que opta por algunos espacios como centralidad y que excluye otros. Por último, en el caso de El infarto del alma se presenta la supervivencia de un sujeto que se aferra al otro, bajo el prisma del amor, por la necesidad de otro. Amor que en el círculo del encierro y la exclusión hace posible la existencia de vínculos, lo que es una constante de lo humano en cualquier espacio tanto de vida como de sobrevivencia.