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4. Urgencia de un cuerpo en el Chile post golpe militar

5.1. LUMPÉRICA (1983)

5.1.4. El dolor y la iluminación

La mecánica del dolor físico presente en la novela de Eltit tiene su origen en el padecimiento por la historia de Chile a partir de la dictadura y toda su carga sobre la realidad posible de interpretar por medio de una conceptualización biopolítica. Con ello concuerda Oyarzun al decir que: “El texto hace emerger el poder en sus contornos patibularios, en el refinamiento de la semiología en la mecánica del dolor: anatomía política, biopolítica, bioestética” (Oyarzún 2009: 134).

El dolor como tropo narrativo se presenta aquí a través de una narrativa metaficcional concebida como corte y fragmentación; por medio de la imagen de la mujer como centro en el

que convergen las heridas, los cortes y su identificación con el dolor de una historia cercenada por medio de la autodestrucción física; y, a través de la imagen visual que se condice con la propuesta metaficcional y la construcción de L Iluminada como personaje.

El cuerpo de L Iluminada se construye fragmentariamente y del mismo modo se construye la novela. La novela juega con cambios de registro constantes, y con la forma del texto como novela tradicional en cualquiera de sus definiciones. El cuerpo textual, de este modo es un cuerpo fragmentario y sospechoso, al igual que el cuerpo de L Iluminada lo es. Ello en relación directa al modo en que se cuenta la historia, que es parcial, incompleta y sospechosa.

En este sentido nos pone en duda, si todo lo que está ocurriendo es una puesta en escena, o si dicha pregunta es simplemente alegórica. Cabe citar a Nelly Richard (1993), quien distingue entre los recursos narrativos de Eltit, la duda, la falsificación y las contradicciones como formas de evidenciar la imposibilidad de una realidad unívoca (Richard 1993: 44).

Pese a la fragmentariedad, tenemos claridad sobre la figura femenina del personaje principal, que actúa como eje argumentativo y como símbolo del cuerpo doliente en todas sus esferas donde es posible aplicar el concepto de cuerpo. El sujeto femenino tiene aquí una identidad compleja; y en algunos momentos se textualiza en su figura una identificación con el narrador, quien se ciñe a los rasgos físicos para dar cuenta de ello:

Las uñas son a mis uñas gemelas irregulares con manchas rosáceas veteadas por líneas blancas. Sus uñas de los pies son a las mías gemelas en el carcomido de las puntas […] Sus uñas de los pies son a las mías gemelas en la identidad de sus funciones, observando para el tacto algunos montículos que implican sus formas de caracterización (Eltit 2008: 101).

Y continúa con una enumeración descriptiva de rasgos físicos que las hacen similares y que las aproximan de forma que parecen ser una: “Su cintura es a la mía gemela en su inexistencia. Su cintura es un punto definitivo de abandono […] Su cintura es gemela a la mía en la pertinaz insistencia en esta vida, es marginación” (Eltit 2008: 104). Y luego de ello, señala:

Su alma es ser L Iluminada y ofrecerse como otra.

Su alma es no llamarse diamela eltit/ sábanas blancas/

Cadáver.

Su alma es a la mía gemela (Eltit 2008: 105).

La autora introduce su propio nombre por lo que Sara Castro-Klarén la define como una novela autoconsciente y autorreflexiva (Castro-Klarén 1993), en un afán de descolocar al

lector en cuanto a su concepción de las fronteras de lo textual. Y con lo que asumimos además que la normativa y los alcances del dolor como signo no se quedan en el texto, sino que tiene un compromiso con la realidad circundante. Aunque es fácil aseverar que L Iluminada tiene muchos rasgos de perfil autobiográfico ficcionalizado, que en su carácter performativo coinciden con el momento creativo de la autora, no podemos precisar el sentido de la aparición de su nombre más allá de lo señalado. Por otra parte, Eva Klein ha interpretado la novela como parte de un discurso (auto)representativo, reconociendo en ella elementos biográficos de Eltit contados a partir de un lenguaje eminentemente posmoderno (Klein 2003:

135).

Hacia el final del texto de manera más directa, entra la figura de “diamela eltit”

(específicamente en el capítulo 8 titulado Ensayo General) en un registro fotográfico en blanco y negro (Anexo VII). A primera vista no deja claro si se trata de ella o no, pero luego de ver los detalles físicos no cabe duda. La fotografía propone otro quiebre, otra irrupción en el discurso, y una introducción de una mujer, que es la misma Diamela Eltit, como personaje en la narración. Ella presenta cortes en los brazos en la fotografía, y cada corte es descrito a lo largo del capítulo.

Horizontal sentido acusa la primera línea o corte del brazo izquierdo.

Es solamente marca, signo o escritura que va a separar la mano que se libera mediante la línea que la antecede.

Este es el corte de la mano.

En cambio – hacia arriba – se vuelve barro, barrosa, barroca la epidermis (Eltit 2008: 174).

Se plantea un intento por establecer una relación entre L Iluminada y esta mujer auto-mutilada. Ambos cuerpos son femeninos y dolientes, pero uno se expone de manera completa en tanto el otro es difícil de sostener como figura clara, ya que se describe por partes quedando un gran número de vacíos en cuanto a su forma. Raquel Olea sostiene que la imagen escenificaría una auto-representación de la autora en el espacio del texto, lo que en sus palabras “da cuenta de un desplazamiento mimético y una proliferación de sentido” (Olea 2008: 177).

La fotografía introduce de manera directa el tema de los “cortes”, que en el caso de la fotografía son cortes físicos eventualmente realizados por ella misma, y del mismo modo el cuerpo textual está lleno de cortes. No existe un hilo narrativo claro ni una historia en el sentido estricto. “¿Es realmente un corte? Sí, porque rompe con una superficie dada. Sobre

esa misma superficie el corte parcela un fragmento que marca un límite distinto. El corte debiera verse como límite. El corte es el límite” (Eltit 2008: 177).

Allí se presenta claramente una reflexión metaficcional sobre el corte como límite del texto y límite del cuerpo físico. Hasta qué punto la fragmentación juega un rol en la configuración del cuerpo social y en los discursos, es algo en lo que se aborda desde la ficción de manera profunda en este escaso tipo de narrativa. El cuerpo76 de la protagonista puede ser concebido como un espacio donde batallan las pulsiones internas versus la represión canalizadas en una pugna de fuerzas físicas y padecimientos. Es aquí donde el dolor físico se torna importante, ya que es una propuesta que abarca distintos niveles de significación. “No hay dualidad para la bestia, su ardor está en el césped que rastrilla, cárcel y cordel bajado que el anca raja al punceteo de su febril marca, el fuego, el hierro que caliente va a trasponer su hegemonía”

(Eltit 2008: 86).

El “animal lumpérico” se deja ver en todo su esplendor en el capítulo tercero. Se despliega allí su corporalidad adolorida y teatral, en un lenguaje poético que nos describe una especie de

“mujer bestia”. Una sujeto, dominada por su pálpito interior en pugna con su historia, estampada a modo de marca física en su cuerpo donde todos los males se cruzan. Es ella misma, personaje patético, portadora de la historia y de la represión que la rodea.

El cuerpo como lugar, es el sitio del conflicto de la exaltación de todas las dolencias y pasiones humanas que se niegan a morir, y que persisten atrapadas en la mujer, y de manera externa, en la plaza como lugar sitiado. En otras palabras, ha sido considerado una especie de

“cuerpo del sacrificio” (Trafa 1998). Cabe señalar como aspecto relevante que la escritura es también un lugar de conflicto: “Como un zoom es la escritura” (Eltit 2008: 115). Es decir, el lenguaje es el que nos permite visualizar y como tal, es igualmente intrincado y forma parte del simulacro de realidad. El lenguaje es el que nos da acceso a la escena, es el que nos da cuenta del lugar y nos permite leer el cuerpo de L Iluminada y todas sus marcas.

76 “En los 80 se inscribía la ley sobre los cuerpos a través de la tortura, la letra fue la exhibición de ese cuerpo, su cicatriz, su deseo” (Carreño 2009: 80).