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Segundo período: en la transición política

1. Introducción

1.3. Contexto y creación de la obra de Diamela Eltit

1.3.2. Segundo período: en la transición política

En el contexto de Chile es relevante señalar que con el término de la dictadura se inaugura en 1990 el regreso a la democracia; y que en un ambiente de incertidumbre y desconfianza se abren nuevas corrientes epistemológicas, y formas de hacer literatura. Dicho cambio político evidenció las profundas heridas, las divisiones y los traumas asentados en todos los niveles de la sociedad chilena.

Diamela Eltit publica en el escenario de lo particularmente literario Vaca sagrada (1991), El infarto del alma (1994), Los vigilantes (1994), Los trabajadores de la muerte (1998), Mano de obra (2002), Puño y letra (2005), Jamás el fuego nunca (2007), Impuesto a la carne

(2010) y Fuerzas especiales (2013). Si bien, abandona definitivamente su trabajo visual, su escritura sigue estando marcada por este tipo de registro y por la presencia del espacio urbano como lugar de conflicto. Además de ello, su obra ficcional sigue incorporando nuevas modalidades que vienen a complejizar una vez más su producción literaria. Tal es el caso de la fotografía, los textos epistolares y el testimonio en El infarto del alma, y la documentación de un proceso judicial en Puño y letra. Esta última obra figura entre su narrativa, pero el texto no es de carácter ficcional sino que recopila una serie de documentos verídicos y cartas en el formato de un libro.

Como parte o resultado del congreso de escritura de mujeres llevado a cabo en 1987, época crucial y conflictiva, comenzaron a desplegarse voces de mujeres disidentes políticamente que tomaron todavía más fuera con la caída de la dictadura, entre ellas Diamela Eltit. Quien, desde este entonces, hizo público un trabajo no sólo ficcional sino documental y de crítica social.

Así, luego de un clima de inquietud reprimida en el cual se había formado de manera subterránea una serie de dudas de tipo estético y social, ven la luz nuevas tendencias. De este modo comenzaron a emerger una serie de voces, entre ellas el feminismo que acogió la obra de Eltit como portadora de una nueva propuesta literaria (Olea 1998; Green 2005).

Esta apertura a nuevas voces se concreta con el término del régimen militar, y abre paso de manera segura en el terreno erosionado de la teoría feminista en conexión directa con conceptualizaciones posestructuralistas que surgen de diversos espacios de reflexión en el contexto de Latinoamérica en general (Leskinen 2007). De esta manera se gesta un espacio crítico que crece paulatinamente con conceptualizaciones literarias de investigadores chilenos y latinoamericanos, como así también con las aportaciones de teóricos internacionales en un diálogo que sigue creciendo, aportando miradas interculturales y multidisciplinarias. Hecho que permite indagar en un terreno de lecturas y posibilidades que por muchos años se vieron truncadas, y reducidas a registros subterráneos, probando a su vez con ello que la necesidad creadora no se termina a pesar de encontrarse dificultada por los escenarios más adversos.

La narrativa de Diamela Eltit ha sido interpretada desde sus comienzos como poseedora de una estética resistente, en la que la indagación de los espacios simbólicos y sociales invisibilizados se trabajan, erosionando las posibilidades significativas. Su escritura otorga protagonismo a sujetos desvalorizados – como destaca a primera vista con los sujetos callejeros en Lumpérica, los vagabundos en El padre mío, y los internos de un hospital psiquiátrico en El infarto del alma, “quienes se tornan figuras emblemáticas de mitos,

pasiones y dramas de la contemporaneidad” (Llanos 2006: 11). Plantea con ello, interrogantes relativas al lenguaje y al canon literario; como así también a los códigos culturales hegemónicos que los conforman y reproducen.

De acuerdo al trabajo de algunos teóricos principalmente relacionados al ámbito de los estudios de género y feministas (Richard 1993, 2007; Olea 2000; Carreño 2009), la capacidad de crítica y ruptura de la narrativa de Diamela Eltit guarda relación con el campo simbólico de la cultura latinoamericana bajo el cuestionamiento de los cánones de familia y Estado, que se erigen primero como discursos únicos. Según Eugenia Brito (1990) Eltit en su ciclo literario, propone a los sujetos desvalorizados socialmente como posibilidades de insurrección y no domesticación, lo cual es una constante a lo largo de todo su trabajo escritural que ya guarda antecedentes en su labor vinculada al grupo CADA.

La narrativa de Diamela Eltit transita por diversos espacios de crisis política y social, creando con ello la posibilidad de hurgar en espacios distantes de lo oficial, de lo racional y de todo aquello que porta un sentido concreto y funcional para la institucionalidad. Eltit a través de sus novelas y ensayos ha leído la realidad vinculada a las grandes crisis del sujeto y junto a ello su obra se ha valorado como comprometida con la realidad social. Al respecto señala Eugenia Brito: “La debilidad de las democracias y la inestabilidad de las instituciones, removiendo la subjetividad encuentran en el garabato la única forma de atacar el lenguaje dominante” (Brito 2006: 30).

La creación literaria de la autora en el período de transición política muestra una continuidad temática respecto del período anterior. Sin embargo, la experimentación con el lenguaje hace que cada obra tenga un matiz y un valor distinto a nivel estético y literario. Su obra difiere radicalmente de las narrativas de esparcimiento que emergieron hacia fines de los 80 y propone una poética de particulares características que la hace única en su tiempo dentro de la narrativa actual chilena.