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1. Introducción

1.2. Narrativa chilena a partir de los 70

1.2.2. La novela a partir de 1973

El complejo panorama social que se inicia en 1973 no deja de reflejarse en la obra de los artistas desde ese entonces. Además de ello, la constante inquietud por las formas y las temáticas eclosionan en un período que literariamente coincide con el Postboom, dando paso a una serie de manifestaciones de distinta índole. Cabe señalar que no nos ocuparemos de manera profunda en la narrativa escrita en el exilio21, bajo la justificación de que es una obra de características distintas que responde a las necesidades circunstanciales distintas de las escritas en Chile. En el contexto de Chile, Eugenia Brito (1994) señala que el golpe militar produjo un silencio y un corte horizontal en todos los sistemas de la cultura, hecho que originó un cambio de paradigma en la escena de la escritura chilena (Brito 1994:11).

21 Luego del golpe militar en 1973 la cultura chilena sufre una abrupta escisión. Muchos de los artistas, intelectuales y escritores se ven forzados a salir del país. Este hecho significó la formación de dos instancias reales de producción, una dentro del país y otra fuera, en países tan remotos como Francia, Alemania Oriental, Suecia, Estados Unidos, Canadá y México. Publicaron fuera de Chile Fernando Alegría, Gonzalo Millán, Waldo Rojas y Carlos Cerda, entre muchos otros. Además de la producción literaria, parecieron en el extranjero revistas de difusión literaria y cultural como Araucaria de Chile lanzada en 1978 en París bajo la dirección de Volodia Teitelboim y en California aparece en 1977 la revista Literatura chilena en el exilio fundada por David Valjalo.

Las nuevas obras se tratarían de narraciones particularmente diversas que temáticamente han sido agrupadas de diferentes modos, hecho que permite una aproximación a temáticas o formas dominantes. Algunos antecedentes arroja el crítico Mario Lillo en el artículo titulado:

“La novela de la dictadura en Chile”, donde cataloga a los escritores más emblemáticos posteriores a 1973, entre ellos Diamela Eltit, y los posiciona dentro del marco de la posmodernidad (Lillo 2009).

A partir del golpe militar en Chile, hecho que provocó profundos cambios en la sociedad chilena y por ende en el imaginario creativo, el panorama de la novela ha sido complejo y muy variado. La narrativa como género, al igual que tantas otras manifestaciones literarias o artísticas, sufre una división en cuanto al lugar de producción con el exilio. Diáspora espacial en la cual se produjo otra narrativa, marcada por un mismo suceso, pero que se gesta en la ajenidad de la distancia. Además de ello, por otra parte comienzan a cobrar relevancia otros géneros de manera un poco más tardía como el testimonio22, que si bien difiere estructuralmente de la ficción, gana espacio dentro de la compleja malla de relatos. Un ejemplo sería el texto testimonial El infierno (1993) de Luz Arce. Por otra parte, en la escritura feminista vinculada a las problemáticas post golpe militar escrita por mujeres se sitúa la obra y propuesta política de escritoras como Pía Barros con Miedos transitorios (1985) y A horcajadas (1990). Con menor énfasis pero con una buena acogida crítica surge la crónica, como es en el caso de la obra de Pedro Lemebel23 con su trabajo narrativo y cronístico.

Podemos aseverar que el texto narrativo sufre cambios, y que se torna distinta la forma de contar la(s) historia(s), ya que por una parte cobran fuerza los registros testimoniales y por otra, queda en duda la palabra escrita como reflejo de la realidad.

Respecto al período anterior a la década de los 70, que se corresponde con el Boom Latinoamericano, la novela chilena sufre cambios claros e importantes. Contrario al Boom donde existió un intento de producir grandes relatos novelescos, que versaron muchas veces

22 Gustavo V. García acredita un florecimiento del testimonio como género discursivo en diversos países latinoamericanos en la década de los 70. Fenómeno que asume como parte de las profundas crisis económicas, sociales y políticas de estos países, donde la democracia fue reemplazada por dictaduras institucionales e ideológicas (García 2003: 19). Sobre el testimonio como tendencia escritural en Chile, Vanessa Vilches-Norat señala que: “A partir del golpe militar de gobierno, el 11 de septiembre de 1973, el testimonio se inserta como un fenómeno discursivo de importancia en el sistema literario chileno. El testimonio surge entonces como forma de registro y representación de la violencia institucionalizada instaurada por la dictadura militar con apoyo de las clases dominantes” (Vilches-Norat 1990: 29).

23 Algunas de sus obras son: La esquina es mi corazón (1995), Loco afán: crónicas de sidario (1996) y De perlas y cicatrices (1998).

sobre la historia o la identidad latinoamericana y toda su complejidad24, las novelas chilenas a partir de la década de los 70 se vuelca sobre relatos fragmentarios e inestables desde un punto de vista estructural y temático. A nuestro juicio, eso es lo que marca de manera más tajante el modo de relacionar la historia con la ficción. Evidentemente este hecho también está vinculado a la muerte de los grandes relatos de la posmodernidad, donde la fragmentariedad del discurso y la duda de los acontecimientos generan una nueva forma de nombrar la historia tanto personal como colectiva.

Según algunos autores (Jerez 2002; Nitschack 2002; Lillo 2009) una gran novela de la dictadura en Chile no se ha llevado a cabo, a pesar de la fuerte marca que deja este hecho histórico en el imaginario creativo chileno. No existe como tal, y los supuestos que justifican su inexistencia parten principalmente de la imposibilidad de intentar producir una novela total. La narración de la historia se compone de elementos distintos, vale decir, se construye en base a micro discursos disímiles y aparentemente inconexos que comienzan a aparecer de espacios plurales, hecho que imposibilita la historia como unidad (Lillo 2009). En palabras de Lillo “el relato de los acontecimientos posteriores a 1973 se ha verificado no en una novela total sino a través de múltiples novelas (en el espíritu de la posmodernidad) que dan cuenta de temas, sujetos, espacios, tiempos o destinos de modo parcial, fragmentario, atomizado, desperfilado” (Lillo 2009: 43). Además de ello es importante reconocer que, un sentido de unidad falsamente proclamado por el discurso militar es evadido de manera tajante por la práctica escritural, según Eugenia Brito (1994), y se plantea, en cambio, un discurso descentrado y plurisignificativo (Brito 1994: 15).

Dentro del grupo de narradores25 que publica durante el período de dictadura en Chile, ya sea dentro o fuera del país figuran: Jorge Edwards quien con una larga trayectoria, publica en este período cuatro obras que manifiestan sus reflexiones sobra la situación socio-política de Chile (Schulz-Cruz 1992: 244): Los convidados de piedra (1978), El museo de cera (1981), La mujer imaginaria (1985) y El anfitrión (1987); Antonio Ostornol con Los recodos del silencio (1982) donde tematiza la memoria histórica; José Donoso quien por la dictadura se distancia de Chile hasta 1981, publica a su regreso La desesperanza (1986); Marco Antonio de la Parra

24 Tal es el caso de las narrativas de Gabriel García Márquez con Cien años de soledad (1967) o Mario Vargas Llosa con La guerra del fin del mundo (1981).

25 Esta selección no es exhaustiva y tiene como criterio la fecha de publicación de la obra narrativa más importante de cada autor aparecida en este tiempo. Por lo tanto, hay que señalar que atañe a la fecha de publicación, lo que no significa que los narradores se limiten a dicho período de forma exclusiva para la publicación de su obra.

quien se ha destacado más ampliamente a la dramaturgia publica la novela El deseo de toda ciudadana (1986); Ramón Díaz Eterovic dedicado esencialmente al relato policial publica La ciudad está triste (1987); Carlos Franz debuta en 1989 con Santiago cero; Ana María del Río se inicia en la narrativa con Óxido de Carmen (1986); y de Sonia Montecino figura el relato breve La revuelta (1988).