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Los cuerpos de la madre y del hijo

4. Urgencia de un cuerpo en el Chile post golpe militar

5.5. LOS VIGILANTES (1994)

5.5.2. Los cuerpos de la madre y del hijo

Nos concentran las formulaciones y articulaciones de los cuerpos de la madre y del hijo, que son los personajes principales del texto y responsables de la acción a lo largo de todo el relato.

Llama la atención el realce que tienen estas dos materialidades físicas a lo largo de todo el texto, sobre los cuales tenemos noticia tanto en voz de la madre como del niño.

El primer capítulo de la novela consiste en el soliloquio que establece el hijo, en un pensar discontinuo y disonante, expresado en construcciones lingüísticas diversas, que tienen un

hilo conductor que es intrincado y fatigado de artificio. Introduce a modo de un túnel el lugar en que habita y declara desde un inicio que él no habla: “Presagio días funestos, paisajes adormilados. Presagio sólo lo horrible. Mi cuerpo habla, mi boca está adormilada” (Eltit 2004: 35).

De esta forma el narrador hijo anuncia la fatalidad de los días que acontecerán, además de que introduce su silencio que no involucra el devenir de su pensamiento. Nos dice que no habla, sólo ríe algunas veces, de tal manera que molesta a la madre, quien permanece concentrada redactando respuestas a las cartas de un padre ausente.

El espacio de la casa se introduce por medio del habla del hijo: “Mamá y yo nos compartimos en toda la extensión de la casa. La casa está ruidosa, a veces tranquila.

Tranquila. Mamá no está tranquila, lo noto en su pantorrilla engranujada” (Eltit 2004: 35).

La casa es el espacio físico que dominan, como se plantea en boca del propio narrador, en toda su amplitud. La casa como espacio físico significante de un sitio cerrado, donde los personajes se mueven con la confianza de la cotidianeidad. Pese a ello, el hijo califica el lugar como ruidoso y lo relaciona a la imagen de pantorrilla engranujada de la madre, según describe. Con ello entrega la primera pista sobre la configuración del espacio en relación al cuerpo y viceversa, lo cual jugará un rol a lo largo de toda la novela.

La presencia de la madre es un segundo aspecto en el cual se detiene el narrador. Esta madre se presenta silenciosa y sumergida en la escritura de cartas, pero a pesar de ello el hijo conoce sus pensamientos. Según dice:

Yo miro a mamá para que calme mi hambre. Tambor el corazón de mamá que quiere escribir unas páginas inmundas (un pedazo de brazo, el pecho, un diente, mi hombro / no puedo detenerme ahora, no puedo frenar […] la mano, el dedo / no me duele, hace años que no me duele / es mentira que duele / un latido en el párpado). Sólo piensa, no escribe. Mamá y yo estamos juntos en toda la extensión de la casa (Eltit 2004: 37).

En la cita luego de manifestar hambre, el narrador hace visible la escritura de la madre seguida por un paréntesis que contiene una singular enumeración de partes físicas, acciones y que además de ello menciona un dolor ausente. Este paréntesis sugiere por una parte el contenido de la carta, sin embargo, adopta otra forma y rompe su unidad cuando señala “la mano, el dedo / no me duele, hace años que no me duele / es mentira que duele […]” (Eltit 2004: 37). Palabras con las cuales el hijo se apropia del contenido de la carta refiriéndose a

sensaciones propias, sugiriendo tal vez con ello que el contenido de la misiva, de alguna forma, le pertenece.

Ella se presenta por lo tanto como un sujeto atrapado en lo que escribe, cuando señala:

“Ahora mamá está inclinada, escribiendo. Inclinada, mamá se empieza a fundir con la página. A fundir” (Eltit 2004: 38), en tanto el hijo, permanece alejado de la lógica del habla y de la escritura. Sin embargo, su narración en forma de monólogo es compleja y perfecta en el sentido de que funciona como un sistema:

Mi lengua es tan difícil que no impide que se caiga la baba y mancho de baba la vasija que ahora se ha convertido en una pantorrilla y quizás así se me pegue un poquito de musculatura [...] Caigo al suelo y en el suelo me arrastro. Es bonito, duro, dulce. Golpeo mi cabeza de tonto, PAC PAC PAC PAC suena duro mi cabeza de tonto, de tonto (Eltit 2004: 35).

El hijo repta por la casa generando la idea de un niño o bebé, pero más tarde nos enteramos de que lo han expulsado de la escuela, entonces su imagen se transforma en una criatura compleja y difícil de definir. Repta por la casa y babea, siendo la “saliva” en otros momentos llamada “baba”, un elemento que se reitera en distintos momentos de la novela:

La saliva corre buscando un poco de comida. Pero mamá ha olvidado la comida y pretende tironearme los pocos pelos que tengo. Me lleno de saliva y de una poca risa que me queda. Risa. Me RRRR, raspo la cara. RRRR. Duele. Duele quizás la mejilla, la nariz y busco la mano de mamá para que me sobe. Me sobe. (Eltit 2004: 39).

La figura del hijo es conflictiva, como se aprecia en la cita anterior. El hijo es una figura física y psicológicamente multisignificante, ya que es un niño que gatea y se arrastra como un bebé, pero sus palabras se asemejan a la de un adulto. Ciertos rasgos grotescos se describen en él en muchos pasajes, lo que contribuye a desfigurar su imagen física.

En el segundo capítulo habla la madre. Amanece mientras ella escribe una carta de respuesta al padre. Le cuenta que el niño ha sido expulsado de la escuela y le narra con evidente desagrado la presencia de su madre:

Pareciera que tu madre ya hubiera dado inicio a una causa cuando me interroga, busca, duda, me impresiona durante sus visitas. Su cuerpo entra en un estado de extrema tensión, su oído se dilata alertando a su entreverada masa cerebral y, algunas veces hasta su lengua se ha trabado y en su garganta se confunden las preguntas. Tu madre que no vive, habita en el lugar del miedo (Eltit 2004: 70-71).

El espacio fundamental de la casa se ve amenazado por el ojo vigilante de la madre del padre. Su cuerpo en tensión conforma una figura ajena y entrometida que ejerce una presión con su visita. Su oído, su lengua y su garganta, vale decir, todos sus sentidos están alertas en una actitud amenazadoramente vigilante.

La casa es un lugar de conflicto, denominada casa-útero96 (Prado 1999) apelando con ello al rol materno dominante donde el hijo funciona físicamente en función de la madre. La casa es el lugar donde los personajes se mueven, el hijo en sus juegos corporales y la madre que lo mantiene en constante observación, se centra a su vez en la escritura de las cartas destinadas al padre. Sobre los juegos del hijo señala:

Juega a las apariciones y a las desapariciones, su cuerpo se ausenta y se presenta, cae y se levanta, se enreda sobre sí mismo, huye, se fuga, se amanece luego de una larga vigilia, se conduele del estado de sus miembros […] Él ha comprendido el oficio rebuscado del cuerpo y en su juego hace chocar constantemente el goce con el sufrimiento de la misma forma en que conviven la carne con el hueso (Eltit 2004:

71).

El niño que no posee un lenguaje hablado se mueve de forma enérgica y en ello dilucida la madre un tipo de lenguaje misterioso. El hijo despliega constantemente una gama de juegos enigmáticos creando formas y espacios dentro del espacio de la casa. Dicho vaivén de significantes está en constante movimiento, hecho que la madre busca interpretar, sin que la dificultad le genere algún conflicto. Continúa diciendo: “Su estómago que pulsa, la cadera.

La pureza del ojo ciego y visionario. Un maravilloso movimiento circular de su brazo. Y de pronto, en un instante, el cuerpo de tu hijo se aproxima a la pulverización” (Eltit 2007: 71).

Asociado al espacio de la casa, más allá del sentido de pertenencia y aparente protección que ofrece, están las imágenes del frío y de la enfermedad que golpean a ambos personajes: “El frío de la noche se vuelve asombrosamente tangible, arruinando mis piernas y mi espalda lacerando hasta el último hueso de mi brazo” (Eltit 2004: 56).

Todo lo que esté fuera de la casa está lleno de los signos nefastos de la amenaza, las calles, lo que se deja ver a través de las ventanas, por lo tanto ponen en peligro la casa. Y los vecinos constituyen una de las principales amenazas por ejercer, según la madre, un control vigilante. Por medio de su narración los señala y describe a uno de manera particular: “Sabes que me siento amenazada por mis propios vecinos […] Uno de mis vecinos tiene el pie

96 Definición acuñada por Marcela Prado en Los sentidos vigilantes (1999).

deforme y el dolor le ocasiona una artificiosa cojera, una cojera impostada que me llena de vergüenza” (Eltit 2004: 57).

En este juego de vigilancia permanente, la madre no encuentra salida, salvo tratar de justificarse a través de las cartas, sin atender al hecho de que a su vez dicha escritura estructura otro lugar de encierro, el de la lógica textual, particularmente en estas cartas con un sentido confesional.

Resulta primordial entonces la configuración del espacio en relación al cuerpo. No conocemos los rasgos físicos ni de la madre ni del niño con detalle, pero conocemos con precisión cómo se comportan y cómo se relacionan, y en base a ello podemos determinar cómo son. Vale decir, que la estructura corporal no se revela en sí misma, sino que es el resultado del vínculo con el otro y su relación con el espacio. Señala la madre por ejemplo:

“Sabrás que el cuerpo sedentario de tu hijo batalla contra el nomadismo de sus miembros”

(Eltit 2004: 71). Queriendo quizás decir con ello que el hijo está aparentemente desfasado física y psicológicamente.

Si estamos hablando de un espacio cerrado y estrecho, esto a su vez genera una reacción en los personajes, quiénes terminan reducidos a su corporalidad y a sus dimensiones físicas en general, al encontrarse privados del contacto con otros. Los cuerpos de la madre y del hijo son motivos principales, no exentos de malestares, dolores y enfermedad. El uno visualiza al otro de manera sistemática y dan cuenta de ello.

Pese al encierro la novela establece algunos puntos de escape, como lo son el enigmático juego corporal del niño y las acciones decisivas de la madre, que generan la posibilidad de ampliar el espacio y sus significantes rompiendo con ello la lógica del dentro/fuera, aunque se vean condenadas a un aparente fracaso.