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6. LA PROBLEMÁTICA ACTUAL

6.6. Los peligros potenciales

6.6.2. CAMBIO CLIMÁTICO

Ecologistas en Acción ha elaborado un informe en el que se analiza cómo han evolucionado los recursos hídricos en España en los últimos 25 años a causa del cambio climático, y cómo es previsible que sigan evolucionando si continúa la tendencia actual. Los resultados del trabajo son realmente preocupantes. La combinación de la reducción de las precipitaciones y, muy

generado una reducción media del volumen de agua que va a parar a los cauces de más del 20% en tan sólo 25 años.

El descenso se ha producido en todas las cuencas, aunque ha sido especialmente importante en la cuenca del Segura, con una reducción del 38%, seguida del resto de las cuencas mediterráneas. Todo apunta a que esta tendencia se acentuará en los próximos años. Sin embargo, según el expresado Informe, la demanda seguirá creciendo, pues los planes hidrológicos recientemente aprobados prevén un incremento neto del consumo, para los próximos años, del 10%, debido mayormente al aumento previsto en la superficie de regadío. Todo ello conduce necesariamente, a un auténtico colapso hídrico, de gravísimas consecuencias medioambientales, sociales y económicas.

Dado que más del 80% del consumo de agua en España tiene lugar en los cultivos de regadío, para poder recuperar un cierto reequilibrio hídrico, sería necesario no solo no crear nuevos regadíos (el Plan Hidrológico de la Cuenca del Ebro 2015-2021 prevé, sorprendentemente, como ya se ha apuntado, la creación de 465000 nuevas hectáreas), sino reducir la superficie existente de algunos regadíos abandonados y permitir solamente la realización de aquellos nuevos regadíos que ya dispongan de la pertinente concesión administrativa a fecha actual (en nuestras comarcas meridionales del Ebro, por ejemplo, sí poseen dichas concesiones las zonas regables del Xerta-Sénia y de Aldea-Camarles). Este reajuste tendría que ir acompañado de una reducción substancial de la emisión de gases de efecto invernadero47.

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171 Según las previsiones disponibles, el riesgo de inundaciones seguirá aumentando en el futuro, particularmente en países como España, debido a un doble efecto del cambio global: por un lado el cambio climático incrementará la frecuencia de los episodios de lluvias intensas y avenidas repentinas, aumentando el peligro de inundaciones, pese al mandato legal de la vigente legislación de Costas. Por otro, el cambio de usos del suelo incrementará la exposición de bienes y personas a las inundaciones, con los consiguientes daños económicos y pérdida de vidas humanas. Frente a este previsible aumento del riesgo, no se están aplicando medidas serias de adaptación, como respetar las zonas inundables y devolver su espacio a los ríos, sino falsas soluciones de infraestructura, como presas, encauzamientos, diques, escolleras, dragados, etc.

Pese a que las incertidumbres de las proyecciones de cambio climático en relación con las inundaciones son elevadas, se estima que el número de días de grandes precipitaciones podría aumentar y que el cambio global puede intensificar el ciclo hidrológico, aumentando la frecuencia de las inundaciones en muchas partes de Europa. Las avenidas repentinas, provocadas por precipitaciones intensas, serán probablemente más frecuentes en toda Europa, especialmente en el sur del continente donde se sitúa la Península Ibérica y el valle del Ebro, donde estas avenidas repentinas podrían incrementarse un 70% al final de siglo.

Frente a este peligro potencial, la Administración española no ha puesto en marcha verdaderas estrategias de adaptación ante al aumento de los riesgos por inundaciones. Las grandes infraestructuras hidráulicas como presas, encauzamientos, diques, escolleras, motas y dragados no solucionan definitivamente el problema y, con frecuencia, lo empeoran, al generar una falsa sensación de seguridad que alienta una mayor ocupación de las zonas inundables. En definitiva, muchas veces contribuyen a incrementar el riesgo.

Además, estas obras de infraestructura ocasionan un gran impacto ambiental y tienen un elevado coste económico, lo que se une a su escasa eficacia a la hora de eliminar los riesgos, como demuestran los estudios disponibles acerca

de un continuo aumento en los daños económicos ocasionados por inundaciones, pese al aumento de estas medidas infraestructurales.

Las crecidas fluviales controladas son imprescindibles para conseguir el buen estado ecológico de los ríos y aportan de forma gratuita importantes servicios a la sociedad, como mantener la fertilización natural de las tierras de cultivo, de lo cual tenemos buena constancia en el delta del Ebro. No se trata, por tanto, de impedir las crecidas (salvo las que puedan originar daños evidentes de todo tipo), sino de evitar sus efectos negativos a través de dos grandes medidas: a) respetar las zonas inundables, aplicando medidas de ordenación del territorio y b) devolver el espacio a los ríos, a través de la gestión del territorio fluvial. Dejar libres de construcciones e instalaciones todas aquellas zonas susceptibles de recibir avenidas constituye la medida más racional, sensata y sostenible de reducción del riesgo, a medio y largo plazo.

Gestionar adecuadamente el territorio fluvial implica también mantener limpios los cauces, recuperar meandros y bosques de ribera que disipan la energía de las crecidas y adaptar los usos a la inundabilidad para reducir la exposición al riesgo de las personas y los bienes económicos.

Las perspectivas se anuncian francamente malas para el futuro del Delta, v. gr., como se puso de relieve en el simposio organizado en la URV (Universitat Rovira i Virgili) por la profesora Brunet, directora del Centro de Cambio Climático (C3) de dicha Universidad, donde se pronosticaba que “el nivel del mar puede subir 30 cm en el año 2050 y medio metro a finales de siglo”, como también lo que opinaba el científico Carles Ibáñez en febrero del año 2015 (Setmanari L’Ebre del 13/02, pág. 6), que afirmaba que “podemos perder un metro en lo que queda de siglo y hasta 4 ó 5 metros en los próximos 300 años”. Sostenía, en su consecuencia, que el Delta desaparecerá si no se actúa adecuadamente a corto plazo, y daba noticia del proyecto RISES financiado por la UE, así como el proyecto Ebroadmiclim a través del programa Life de la UE, en que se analiza el aumento del nivel del mar con mapas de riesgo. El prof. Sánchez-Arcilla, director del Laboratorio de Ingeniería Marítima de la UPC, considera que, de no mediar actuaciones antrópicas efectivas, hacia el año 2100 se podría perder hasta un 50% de la superficie deltaica, en el

173 peor de los casos. Por otra parte, el Delta constituye un espacio topográficamente plano, lo que le hace grandemente vulnerable a estos efectos.

Para el Delta, sin embargo, el cambio climático se presenta como una incógnita, porque nadie puede aventurarnos -con total credibilidad- lo que nos va a ocurrir después de transcurridos los próximos decenios. Y sostenemos que tal inseguridad es perniciosa para nuestros pueblos dado que nada de cuanto se anuncia por las voces más autorizadas y, por tanto, creíbles, parece que será bueno. De ahí que, lejos de crear inquietud de ánimo, opinamos que debe concienciarse la Comunidad y sus miembros de que es verdad que existe un peligro futuro, pero lo que se impone, en este momento, con la más absoluta necesidad, es adoptar las siguientes medidas:

a) Conocer y estudiar cuanto más se diga, estudie o se disponga, por técnicos o administraciones de cualquier orden o nivel, sobre la cuestión.

b) Utilizar esta información para promover la protección de la costa sin paliativos y exigir, y así lograr, la defensa de la zona de nuestra jurisdicción.

c) Promover la conjunción de intereses en nuestra área de actuación, tanto administrativos como económicos y sociales, para lograr una eficaz unidad de complicidades territoriales.

Solamente siguiendo este criterio, con constancia y sin desvanecer, estimamos que el delta del Ebro puede ver resuelta esta grave problemática.

Tanto en el presente como en lo que se avecina para el futuro.

Pero llama aún más poderosamente nuestra atención, en fin, la posición que han manifestado algunos grandes portavoces sociales, como la Iglesia Católica, con respecto a la problemática que plantea para la humanidad el cambio climático. Desde el pontífice Juan Pablo II en 1987 (En. Solitud Rei Socialis), a Benedicto XVI en 2009 (En. Caritas in Veritate) hasta llegar al actual Papa, Francisco, que recientemente se ha pronunciado con gran

claridad en su encíclica Laudato si, mi Signore (2015), antes referida, que nos confirma plenamente en nuestro criterio, al decir: “… este siglo podrá ser testimonio de cambios climáticos y una destrucción sin precedentes de los ecosistemas, con graves consecuencias para todos nosotros …”. “… El crecimiento del nivel del mar, por ejemplo, puede crear situaciones de extrema gravedad…” (Cap. 1,24).

El Acuerdo de París, en fin, es un acuerdo dentro del marco de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que establece medidas para la reducción de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) a través de la mitigación, adaptación y resiliencia de los ecosistemas a efectos del Calentamiento Global, y cuya aplicabilidad sería para el año 2020, cuando finaliza la vigencia del Protocolo de Kyoto. El acuerdo fue negociado durante la XXI Conferencia sobre Cambio Climático (COP 21) por los 195 países miembros, adoptado el 12 de diciembre de 2015 y abierto para firma el 22 de abril de 2016 para celebrar el “Día de la Tierra”.

Hasta el 3 de noviembre de 2016, este instrumento internacional había sido firmado por 97 partes, lo cual comprende 96 países firmantes individualmente y la Unión Europea, la cual ratificó el acuerdo el 5 de octubre de 2016. De esta manera se cumplió la condición para la entrada en vigor del acuerdo (Artículo 21,1) al ser ratificado por más de 55 partes que suman más del 55 por ciento de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.

Recientemente (junio de 2017), sin embargo, el Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha anunciado su intención de abandonarlo para ser objeto de una renegociación del mismo.

6.7. El nuevo sistema de siembra en seco del arroz 6.7.1. INTERÉS DEL NUEVO SISTEMA

En el delta del Ebro, el arroz se ha cultivado tradicionalmente por el sistema de inundación, debido a que el peso del agua permite mantener alejada de la superficie del terreno la capa freática salina y asegurar así el mejor desarrollo del cultivo. Sin embargo, debido fundamentalmente a la aparición -en los últimos tiempos- de la plaga del caracol-manzana y de la

175 escasez de mano de obra, los productores están ensayando la implementación de nuevas técnicas, donde la denominada “siembra directa” o “siembra en seco” -utilizada con frecuencia en países como Argentina, Uruguay o Brasil- se ha transformado en una alternativa interesante. Y a los factores económicos productivos hay que agregar el menor impacto ambiental que tiene esta novedosa técnica, producto de la necesidad de menores aplicaciones fitosanitarias, entre otros.

Ebrecultius, empresa asociada de Fertilizantes Gombau, ha capitaneado la primera prueba piloto de siembra en seco del arroz, que podría ser la gran solución para mitigar la plaga del caracol manzana in extenso a la que nos hemos referido en otro apartado del presente Informe, instalada en el delta del Ebro desde el año 2008 y que ha causado hasta la fecha algunos estragos en los arrozales del hemidelta septentrional. En total se han cultivado 90 hectáreas repartidas en 20 parcelas de diferentes tipos de suelos (arenoso, limoso y arcilloso) y de diversas variedades de arroz con el objetivo de recabar el máximo de información posible. Desde que se sembró en seco en el mes de mayo, se ha venido realizando un trabajo exhaustivo en todos los campos, analizando la temperatura del suelo y del ambiente, la humedad y la salinidad para observar las afectaciones y el rendimiento de la planta.

El éxito y la eficiencia de esta nueva práctica depende, en gran medida, de las condiciones del suelo (textura, estructura, porosidad, permeabilidad, profundidad y contenido de materia orgánica). Hay que hacer constar, al respecto, que no toda la superficie deltaica es susceptible de aprovechar esta nueva técnica de cultivo, que quedaría restringido a aquellas zonas de capa freática más profunda y de fácil drenaje, en las que menos puede afectar el ascenso de la salinidad. No obstante, también se han observado rendimientos aceptables en terrenos propensos a su salinización, incluso próximos al mar.

Esta técnica presenta una larga serie de ventajas, como la de ser mecanizable y reducir el uso de agua por hectárea o bien la disminución de los ataques de diversas avifauna acuícola (flamencos, pollas de agua, patos). Así, también permite obtener cosechas más tempranas, controlar de mejor forma

las malezas, disminuir las labores de vigilancia del cultivo (entradas y salidas de agua a la parcela, retirada de algas y restos flotantes de cosecha, etc.), combatir eficazmente la plaga antedicha del caracol-manzana y los quironómidos (en el delta del Ebro se distinguen dos tipos principales de quironómidos, Diptera Chironomidae en función de su aspecto larvario: las del género Cricotopus son blanquinoverdosas y las más perjudiciales: tienen poca hemoglobina y viven en aguas muy oxigenadas. Son las más frecuentes durante el inicio del cultivo. En el género Chironomus son rojas y más inofensivas, tienen gran cantidad de hemoglobina y están mejor adaptadas a aguas poco oxigenadas), así como disminuir la proliferación de algas (“llapó”, que es una mezcla de microalgas, musgos y líquenes) y las enfermedades fúngicas, reducir el uso de semillas y, según algunos expertos, aumentar los rendimientos.

Aunque varios estudios muestran las ventajas económicas de aplicar la siembra directa sobre rastrojo en diversos cultivos, son muy pocas las evaluaciones publicadas hasta la fecha enfocadas al caso del arroz inundado, donde se demuestre que el sistema que nos ocupa permite alcanzar rendimientos iguales o mayores que la técnica tradicional de inundación. Con respecto a los costos de producción, existen algunas investigaciones realizadas en Filipinas y Japón que reportan ahorros significativos en tiempo, recursos humanos, reducción del ciclo vegetativo, consumo de combustibles y uso de maquinaria agrícola, durante la preparación del terreno, sin que se produzcan reducciones en los rendimientos.

Habida cuenta de su interés para el futuro de las explotaciones arroceras deltaicas, así como su escasa difusión, hemos creído conveniente aquí poner de manifiesto las características más relevantes de esta nueva técnica de cultivo, que se exponen en los epígrafes siguientes.