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Lo inenarrable: el terror como acto disciplinar en Dawson (1984) de Aristóteles España

Im Dokument Violencia y representación. (Seite 156-169)

representaciones de la violencia en la poesía chilena bajo el autoritarismo

4. Resistencias y disoluciones de los cuerpos sociales: tentativas de un nosotros y sus comunicabilidades

4.1. Lo inenarrable: el terror como acto disciplinar en Dawson (1984) de Aristóteles España

Se nos comunicó que éramos prisioneros de guerra, que estábamos en Isla Dawson y que seríamos tratados de acuerdo a los convenios de Ginebra. Esa fue la primera gran mentira. No sólo nos torturaron salvajemente sino que, además, practicaron simulacros de fusilamiento con los presos, nos hacían comer comida hirviendo, fuimos sometidos a un régimen de trabajos forzados que consistía en cavar hoyos y zanjas, colocar postes, botar árboles en medio de golpes e insultos. La idea, como me dijo un oficial de la Armada ‘es que pierdan la capacidad de pensar, ustedes deben entender que son sólo números’; en mi caso era el F-13.

(Aristóteles España en Lavquén: 2004, s/p)

Se ha descrito ya la noción de Terrorismo de Estado como política de instrumentalización de la violencia de carácter disciplinar, como un dispositivo de administración del dolor y la muerte sobre los cuerpos, instancia última en la que se soportan y fundamentan los discursos. Dispositivo cuya acción en tanto conjunto de técnicas de violencia material y simbólica, supone verificar una nueva relación entre sociedad y la hegemonía del Estado para así ejercer una reordenación ideológica de sus sujetos en lo tocante las categorías de verdad inscritas al nuevo proyecto nación.

Lo anterior implica la creación de una institucionalidad especializada para el fin no sólo de perseguir, castigar y silenciar a quienes entablen disidencias al nuevo orden, sino también para expandir una sensación colectiva que se deja describir como la de un «terror latente» a fin de que sea la propia población perseguida la que actúe como agentes de autovigilancia. Terror cuya capacidad de penetración se basa en el control sobre la trama medial-comunicativa convencional para realizar el simulacro informativo bajo el cual, a la vez que se ocultaba la autoridad estatal en las prácticas del terror, se montaba y difundía un estado de guerra simulada y respecto al cual no es posible obtener más que información adulterada o fragmentaria. Esto es, la presencia de una suerte de enemigo interno al cual sería preciso combatir para resguardar a la nación y su devenir, acción con la que su vez e verifica una supremacía, la del poder-terror y derecho en tanto posesión absoluta de la violencia. Una de las primeras expresiones de la política e institucionalidad del terror dictatorial en Chile serán los campos de concentración y tortura de las islas Quiriquina y Dawson, ésta última emplazamiento de las instalaciones militares de Río Chico y Compingin, las cuales bajo la administración de la Armada de Chile, recibieron desde el 16 de septiembre de 1973 hasta octubre de 1974, además de una treintena de altos funcionarios y dirigentes políticos de la Unidad

Popular54, un contingente de unos 400 prisioneros provenientes principalmente Punta Arenas, capital de la actual región de Magallanes. Entre estos últimos el poeta de tan sólo 17 años de edad Aristóteles España, quien tras ser detenido en su calidad de presidente de la Federación de Estudiantes Secundarios de Magallanes, escribirá in situ los originales de Equilibrios e incomunicaciones (1980), Dawson en su versión definitiva (1984)55.

En tanto la total identificación del hablante con el autor empírico, Dawson se autopresenta como poética codificada sobre el parámetro de historia vivida y por ende legitimada por la acreditación de ésta ya como verdad que excede al estatuto de lo fictivo. Aspecto que en primera instancia se configura a través de la serie de peritextos que buscan inscribir a la obra total como un conjunto de

«poemas-testimonio» en el texto introductorio de Jorge Narváez (6-8) o transgresiva hacia el estatuto de dicha textualidad, siendo central para esta definición lectiva la inclusion del epígrafe tomado de Reportaje al pie de la horca de Julius Fucik:

La prisión tiene dos vidas. Una encerrada por completo en las celdas, totalmente aislada del mundo entero, y sin embargo ligada a él por los lazos más íntimos cuando se trata de presos políticos.

La otra, frente a las celdas, en los largos corredores, en la hipócrita penumbra, es el mundo íntegramente recogido en sí mismo, el mundo en uniforme. Un mundo de muchos figurines y pocas figuras. (1985, 4)

El segundo aspecto que condiciona esta recepción será la ordenación interna de la obra: mientras la primera sección titulada Con Allende comprende formalmente al corpus poético total, Un fragmento del infierno está a su vez compuesta por una serie de fotografías que localizan y con esto verifican la experiencia punitiva del campo de concentración (Carrasco: 1999, 163). Registros donde además de incorporarse imágenes de los propios prisioneros y del espacio Dawson, también se observan una carta censurada (tachada), así como una imagen de diferentes piedras rudimentariamente grabadas con rostros de personajes de Walt Disney y realizadas como obsequios para los hijos ahora lejanos de estos, etc. Se trata así de una operación extraescritural con la que se homologa la función de legitimidad del registro testimonial, con el parámetro de veracidad e historicidad del registro visual, para así consignar a ambos como especulares en torno a la acreditación de esta historia vivida. El

54Entre los primeros Sergio Bitar, Luís Corvalán, José Tohá, y Orlando Letelier, luego asesinado en Washington.

55De modo análogo al Dawson de España, la situación de Isla Quiriquina es testificada por Floridor Pérez en sus Cartas de Prisionero (primera edición parcial de 1984 en México). La afinidad entre ambas obras se refrenda con la inclusión de registros, a veces intervenidos, como cartas, documentos, citas y recortes periodísticos inscritos como intertextos que acreditan la noción de historia vivida en el poemario. Así en septiembre 23/73: «Un receptor dispara a quemarropa/

“...ha muerto Neruda...”/... /El locutor menciona el poema 15 y lee el bando 20./... /El cabo de guardia busca algo bailable/ y sigue el ritmo con la metralleta. (“Aquí en la isla el mar,/ y cuánto mar”)/... /Pienso pedir un minuto de

acto de representación se objetiva entonces, y determina así su lectura, bajo la búsqueda de develar y colectivizar la experiencia directa del terror disciplinar.

En su reflexión Oscar Barrientos señala, y comienzo desde este planteamiento mi análisis, que la propuesta total de la obra connota dos momentos (o instancias discursivas) diferenciadas; una

«donde los mecanismos de la represión se esmeran en la anulación interior del hablante, dejándolo en el umbral de todas las incertidumbres» y en la cual «el castigo físico sería otro argumento más para provocar un estado de crisis profundo en el perfil interior del prisionero»; y consecutivamente, aquella «donde el hablante escarba en sus propios abismos y descubre las respuestas en medio de un dolor que no se aligera al salir del campo de concentración, sino que se suma a una conciencia profunda y asimilada de la historia» (s/d). A su vez para White «[l]a pesadilla monstruosa de Dawson […] abole las fronteras entre lo racional y lo irracional, transformando la obra en un repositorio fenomenológico de todas las apariencias de la experiencia humana, no limitada por la realidad objetiva y la interpretación subjetiva» (1993, 276-277). En relación a los aspectos antes introducidos, en las páginas consecutivas buscaré indagar los modos en que la obra articula un propio estatuto de texto poético testimonial para, desde la acreditación de verdad que esto implica, explorar las formas de resistencia del sujeto testigo que trascienden textualmente a la experiencia del terror. Dinámicas que, en mi perspectiva, supondrán el establecimiento de una serie de estrategias intensamente vinculadas con la reconstrucción mnemónica de un espacio y temporalidad alterna a la del presente delimitado por la isla/centro de reclusión Dawson, y que permitirán al prisionero generar la presencia de un lugar interior desde el cual diferenciarse y suministrar su resistencia respecto al lugar del terror.

Bajamos de la barcaza con las manos en alto a una playa triste y desconocida.

La primavera cerraba sus puertas, el viento nocturno sacudió de pronto mi cabeza rapada

el silencio,

esa larga fila de Confinados

que subía a los camiones de la Armada Nacional marchando

cerca de las doce de la noche del once de septiembre de mil novecientos setenta y tres en Isla Dawson.[…] (13)

La forma de resistencia así introducida comenzará a desplegarse a partir de Llegada, poema que formalmente inicia el registro poético de Dawson inscribiendo la correlación entre la enunciación del texto poético, la experiencia subjetiva y la historia colectiva. Esto al definir, primero, una

ordenación cronológica y referencial-histórica total de la sección cuyo presente es fundado «cerca de las doce de la noche del 11 de septiembre», momento en el que se intersectan las temporalidades de la subjetividad del hablante con la de la historia colectiva en tanto se genera el desgarro entre el afuera y el espacio Dawson. De esta forma la condición heterotópica de la isla de reclusión comienza a develarse como la de un lugar instrumentalmente delimitado para isolar a los sujetos respecto a un espacio nación cuya oclusión se condice con la clausura de la «primavera» y la vez con la caída de la Unidad Popular, siendo así explicitada la equivalencia entre ambas en razón de la nueva condición del ciclo vital a la que ahora se asiste. En esta misma dinámica, la prosecución temporal se ve secuenciada ya en el sucesivo Infierno y soledad, por el descubrimiento de las reglas, procedimientos y objetivos del espacio Dawson, el cual, como nos informa el poema, se define por la razón del disciplinamiento sobre los cuerpos como medio para acceder e infringir los discursos de los cuales estos son portadores.

Han pasado ya trescientas horas –más o menos–

y algunos leves nubarrones, estornudos, azotes,

los Agentes de Seguridad no nos dejan dormir, interrogan y torturan

a la luz de la luna y de las linternas.

El comandante comunicó que somos prisioneros de guerra, que el Presidente ha muerto [...]

Colocan diarios murales en el patio.

Leemos: “Fusilados cinco extremistas”

“Se construye una Patria Nueva”

Trotamos todas las mañanas, hacemos flexiones,

“sapitos”,

después nos lavamos en el río, nos enseñan cantos militares;

un sargento me dice: “No te metas más en tonterías” […]

Entre los procedimientos orientados a quebrar la diferenciación del sujeto del prisionero respecto a la identidad del nuevo orden se contemplan la militarización estos y la administración de la información proveniente del afuera a fin de refrendar tanto la definitiva anatemización y derrota del nosotros que comprende la identidad política y experiencia vivencial anterior del prisionero (aquí los «extremistas») a la vez que sirve para proyectar la imagen de aquel devenir en ciernes consignado como esta «Patria Nueva». Pauta informativa que en sí misma sirve para verificar que las condiciones punitivas de los espacios Chile y Dawson los tornan en equivalentes, a la vez que

por vía de la estrategia de la citación explícita se remarca una primera diferenciación entre el discurso disciplinar y el de esta nueva deriva del nosotros que es el colectivo de los prisioneros testigos del terror. Marca de alteridad cuyo objeto es impedir la infiltración del discurso de la autoridad en el lenguaje del hablante, siendo este el primer atributo mediante el cual, en adelante, se resistirá al objetivo disciplinario del nuevo orden.

Como es habitual a lo largo de Con Allende, el poema concluye con una autoreflexión, suerte de comentario o diálogo interior con el que se busca dotar de inteligibilidad a la experiencia punitiva, forma bajo la cual, a su vez, se enuncia y así refrenda la existencia prospectiva del propio sujeto una vez sea superada la temporalidad de la reclusión: «ya llegará el momento del análisis,/ es preciso salir vivos,/ la verdad nos espera con sus piernas abiertas» (19). Existencia que, como el mismo fragmento exhibe, excede la situación de un imaginario meramente disuasivo del desgarro del presente, para construir el sentido de esta resistencia autoimpuesta: alcanzar «la verdad» y en metaforizada aquí por la corporización y reunión erótica voluntaria de ésta con un yo que se torna en expansivo al nosotros de los prisioneros, aquí indicado por el uso del plural. De esta forma el fin trasunto de retomar el dominio sobre el propio cuerpo supone ya discernir la connotación última de éste como medio expansivo de la violencia y así como lenguaje donde se realiza simbólica y materialmente el terror. Expuesto lo anterior, la noción de resistencia aquí esbozada adquiere la doble faceta de recurso y fundamento para preservar la propia continuidad experencial devenida en el sujeto del hablante en tanto testigo y habitante garante de la permanencia de lo real. Para el poema las formas de intensificar esta resistencia suponen entablar un proceso de reconstrucción de esta continuidad experencial devenida en lugar interior cuyo suministro identitario, y así de diferenciación respecto a la otredad agresora que intenta purgarlo, es necesariamente el espacio autoreminiscente:

Nos llevan a cortar leña por los bosques, de sol a sol,

custodiados por patrullas

que apuntan directamente a la cabeza.

Ordenan cantar y correr, agujerean nuestra sensibilidad quieren destruirnos como guijarros bajo la nieve,

humillarnos

mientras entonamos en alta voz:

“Bajo la linterna, frente a mi cuartel,/

se que tú me esperas mi dulce amada bien...” […]

Y el viento invade los parques de mis sombras, desordena los faroles, las plantas escarchadas.

Me acuerdo de Rosita en la última navidad, o con su uniforme de colegiala y sus cuadernos.

(A lo mejor nunca leerá este poema).

Hay olor a nubes enterradas, nos golpean,

mientras una rata camina entre la hierba…

“Si es que llega un parte y debo yo marchar sin saber querida si podré regresar...”[...]

(Caminos, 21-23)

En el poema la referencia a Lily Marlen (sic), canción cuyos versos resultan alusivos a la presencia de un poder inexorable al soldado que eventualmente morirá en su nombre, es emplazada en razón del relato de la práctica convencional a la instrucción militar de la marcha como una más de las tareas de re-educación a las que se somete a los prisioneros, y a la vez, como discurso que suscita la emergencia del tiempo reminiscente devenido fragmentariamente a la enunciación del sujeto testigo, para así interrumpir la temporalidad disciplinaria de Dawson. Emergencia de un espacio, que antitéticamente a la situación testimoniada, la misma canción revela como propio al de un nosotros que pudo ser compartido con los ahora victimarios. Espacio cuyos «parques», «faroles»,

«plantas escarchadas» y fundamentalmente la presencia de «Rosita» y del contexto vivencial que ella suscita, al modo de la figura de la querida de LiLy Marlen, son identificables con la ciudad de Punta Arenas, aquel lugar desde el cual se reciben cartas y alimentos, suministros para los cuerpos y sus memorias, como luego sucede en Hojas que caen (37) y para el cual, incluso, los cautivos producen obsequios, según se desprende del correlato visual de Un fragmento del infierno, para así preservar una precaria presencia en éste. De esta forma la ciudad austral se confirma como el lugar devenido en territorio interior de alteridad desde cuyo imaginario son suministras las imágenes de la temporalidad cifrada en la memoria. Territorio que al estar referencial y experencialmente radicado en un orden de sentidos exógeno al lugar Dawson, se tornaría en inalcanzable para su supervigilancia. De esta forma la reconstitución de la propia memoria en el contexto del campo de reclusión sirve tanto para interrumpir la proyección y totalización del orden que éste representa y realiza sobre los cuerpos, como para proveer inteligibilidades sobre la identidad y acción de los opresores, siendo este el aspecto crucial que permite al testigo, el prisionero F13, confirmar su diferenciación respecto a ellos.

Si la búsqueda de preservar esta diferenciación es indisociable de la de preservar la existencia de un lugar otro, cuyo reducto último es el mismo cuerpo del testigo, la contramedida para realizar la reformulación del sujeto de castigo radica en la administración de la gradualidad del ejercicio del terror y de las expectativas de intensificación y suspensión (eventualmente en la muerte) del dolor al que se someterá a los prisioneros: «nos mantienen en una constante incertidumbre,/

frecuentemente nos visita un sacerdote,/ anoche soñé que bailaba tango en la penumbra./ ¿Cómo será el rostro de los torturadores?» (Engranajes, 35). Necesariamente lo que posibilita el ejercicio de este monopolio del poder por parte de los victimarios es la cosificación de los prisioneros bajo la figura del enemigo interno tras el doble fin de fortalecer el adoctrinamiento que los habilita para infringir el sufrimiento y verificar, recíprocamente, la relación de poder que rige entre ambos roles.

Cosificación ante la cual la forma de resistir consiste en el hallazgo de su intensificación y así infiltración para reafirmar la propia identidad y verdad del testigo, resistiendo de esta forma, a la reformulación disciplinaria ensayada sobre él. dosificación del terror a la que se someta al testigo y cuya escenificación última es el aún inminente acto de la tortura, instancia donde finalmente la totalización, hasta el grado de su innenarrabilidad, del poder-dolor-terror sobre el cuerpo del testigo, supondrán una aparente ruptura con la posibilidad de preservar un lugar interior para preservar y suministrar la verdad que el testimonio busca

infringir al orden que ha sometido al colectivo. Este momento inminente es el que se registra en el momento iniciado con Más allá de la tortura, poema donde ya se exhibe la capacidad de la acción disciplinaria a la hora de fisurar la equivalencia fenoménica entre el lenguaje, la experiencia y lo real que determina la lucha por la referencialidad directa propia al poema testimonial.

Fuera del espacio y la materia,

en una región altiva (sin matices ni colores) llena de un humo horizontal

que atraviesa pantanos invisibles permanezco sentado

como un condenado a la cámara de gas.

Descubro que el temor es un niño desesperado que la vida es una gran habitación

o un muelle vacío en medio del océano

Se trata de ya de la instancia de un entorno corporal localizado «fuera del espacio y la materia/ en una región altiva (sin matices ni colores)», imágenes próximas a una visión de la inconmensurabilidad ante la totalización de un vacío sensorial, el cual, sin embargo, al ser experimentado por la consciencia que con este acto enuncia su presencia, permite restituir la identificación de ésta con un un yo perceptual y así con un propio cuerpo testigo. Esto es lo que habilita al lenguaje del hablante testigo para confrontar su inminente desrealización en tanto sujeto ante el absoluto del dolor-terror.

Se conforman así puntos ciegos a la representación y en contraparte sus asedios, tal como se denota en imágenes próximas a un restablecimiento fenoménico de la tentativa de situar una propia identidad «[d]escubro que el temor es un niño desesperado/ que vida es una gran habitación». O bien, en aquellas que buscan proveer una inteligibilidad y comunicabilidad sobre esta condición inaprensible por vía de la referencia cultural a una otra experiencia inexorable como lo es la del

«condenado a la cámara de gas» en el contexto del genocidio nazi, aquí resituada ante la eventual destrucción de toda posibilidad alcanzar del espacio del afuera «un muelle vacío en medio del océano», al modo de una emergencia del absoluto del no ser sino en la isolación del dolor. A continuación, el último ciclo conceptual del poema registrará una sucesión de imágenes episódicas en las que se incorpora y asimila perceptualmente la presencia de una realidad circundante a la del lugar interior inexorable antes asistido.

Hay disparos,

ruidos de máquinas de escribir,

me aplican corriente eléctrica en el cuerpo.

Soy un extraño pasajero en viaje a lo desconocido

Soy un extraño pasajero en viaje a lo desconocido

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