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Conformaciones del Proyecto refundacional

Im Dokument Violencia y representación. (Seite 44-48)

1.3. Someter los cuerpos, extinguir las disidencias

1.3.1. Conformaciones del Proyecto refundacional

Durante estos primeros años el Proyecto refundacional es aún una construcción en ciernes, un diseño que se organiza más respecto a la impugnación del orden precedente que por una propia definición y síntesis ideológica. Como explica Valdivia, al momento de la concreción de la alternativa golpista, en el radio interno de la oficialidad militar «[c]oexistían [...] al menos dos tendencias claramente identificables: un sector preponderantemente anticomunista para quien la tesis del enemigo interno de la Doctrina de Seguridad Nacional tenía fuerte peso [...]; el otro, en cambio, hacía énfasis en la necesidad de las reformas sociales y económicas de carácter estructural –tal como la reforma agraria–, para neutralizar al marxismo». Proceso que heredaría la presencia de sectores internos en pugna respecto a la situación transitoria de un nuevo gobierno, caso en el que éste «se limitaría a reordenar la maquinaria administrativa y preparar el traspaso a los políticos», o que en contraparte ejercería un rol «refundacional». Esto explicaría el que las fuerzas armadas fueran incididas por diseños políticos propios a los grupos que actuaron buscando su intervención:

«sectores castrenses receptivos al discurso nacionalista, otros al neoliberal, al estatista-desarrollista, al corporativista [...]. Esta condición no monolítica fue a la par del proceso de construcción de hegemonía del Ejército sobre las otras ramas y del general Pinochet sobre los otros comandantes en Jefe». De esta forma hasta 1978, momento en el cual la postura representada por el Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea Gustavo Leigh es derrotada, el Proyecto se define por una conformación no homogénea de la nueva estructura del poder estatal. Así, l hito de la salida de Leigh de la Junta de Gobierno marcará la consolidación de la hegemonía de Pinochet, y en consecuencia, de los diseños jurídicos y económicos de los sectores gremialistas y neoliberales. (Valdivia: 2001, s/p).

Es esta carencia originaria del Proyecto refundacional la que, más allá de su simplificación como expresión de una pulsión disciplinaria por la depuración y restitución del orden, permite explicar la producción, instrumental a su cohesión y autolegitimación, de los esbozos de una alteridad radical;

de un enemigo interno. Esto es, la formalización de un elemento agresor contra el cual se precisaría reaccionar para salvaguardar la integridad de la nación y cuya imagen, según se alude reiteradamente en las comunicaciones públicas del Régimen, es la de la política, rudimentariamente comprendida como la posibilidad del «disenso» (Carreño: 2016, 255), del extremismo y la lucha de clases, entre los términos constantemente esgrimidos por la oficialidad de facto. Identificación que es llevada al extremo de la asunción de ésta al modo de un mal simbólico, de un contagio manifestado en la enajenación colectiva que habría supuesto la experiencia socialista del Gobierno

de los mil días y cuyas consecuencias habrían sido las del conato de autodestrucción de la sociedad11.

La noción de una derrota del mal político como sublimación que agencia una tentativa de legitimidad para la reacción militar contra lo que se consideró la usurpación marxista que habría minado las bases primordiales de la nación, se constituye entonces como el fundamento desde el cual se reniega de toda opción por la restitución del poder civil sobre el Estado, y a la vez como el simulacro desde el cual se intenta proveer de sentidos y de un proyecto de devenir al nuevo poder dictatorial. Este proyecto es, en primera instancia el de restituir una suerte de patria primigenia, un

«orden trascendente, que está fuera de la contingencia histórica» identificado a su vez con el constructo cultural del llamado paisaje identitario, la «chilenidad» e incluso la cristiandad, y que como en los días de la Independencia, emanaría de los valores y tradición de un supuesto ethos militar cuyo rol libertador habría vuelto a manifestarse en los hechos de 1973 (Munizaga: 1988, 86-88). Un poder que se autoconcibe como única potestad moral capaz de jerarquizar y proveer el ideario de una purificación nacional desde la cual apelar a la reconstrucción de su destino colectivo.

Esbozos de un mito instrumental cuya ausencia de relato intentaba ser subsanada con pseudosentidos orientados a simular y refrendar el vínculo que el Ejército tendría con la identidad del pueblo chileno. En esta relación se concibe la adopción de elementos propios al imaginario mesiánico de la redención en la lucha contra el «mal», contra la amenaza del marxismo-Unidad Popular, contra el orden natural e incluso una suerte de fe originaria consubstancial a la nación (Moulian: 1997, 178-179). Un orden, entonces, esencialmente opuesto al caos y la descomposición moral, al «signo de fracaso, desorden» e incluso «suciedad» con que desde la oficialidad y sus adeptos se identificó a la Unidad Popular, (Errázuriz: 2009, 140). Rasgos, todos estos que, en lo esencial, no distan de los atributos primarios del fascismo.

11Pienso en una equivalencia entre la figura del «contagio» del «enemigo interno» con la comprensión de Giraurd respecto a la cualidad substitutiva de la violencia sacrifical, la cual a su vez, la torna comunicable: «[e]l sacrificio polariza sobre la víctima unos gérmenes de disensión esparcidos por doquier y los disipa proponiéndoles una satisfacción parcial» (1983: 15). Esto implica propiciar un cuerpo de impugnación en el cual proyectar e identificar la propia violencia connatural a la comunidad como alterna para así purgarla sin que ello implique la autodestrucción del mismo orden de poder en el que ésta se suspende. A su vez, de Baudrillard se extrae el que la posesión del poder dependería de la administración de la «anatema», o bien de la fuerza «de nombrar el Mal» e instaurarlo como constitución ontológica de un otro absoluto al que es preciso combatir. Un otro, de esta forma, en el cual se confirmauna alteridad instrumental en tanto sucede y deviene al «encubrimiento del orden simbólico» del vacío, la inexistencia de sentidos, en la base que fundamenta al mismo poder (1997: 83 y 2000a: 187-190).

El ritual que de manera más ominosa confirma esta voluntad de depuración, pero que a la vez confirma el momento de la superación de la carencia ideológica originaria del Proyecto refundacional, será el de Chacarillas (9 de julio de 1977), ceremonia realizada en conmemoración a los llamados mártires del Combate de la Concepción (1882) en el contexto de la invasión chilena al Perú durante la Guerra del Salitre. Organizado bajo la convocatoria del organismo ad-hoc del Frente Nacional de Unidad Juvenil, el acto consistió en la reunión de 77 jóvenes promesas provenientes del mundo del espectáculo, la academia y el deporte, etc., quienes desfilaron hacia la cima del cerro homónimo portando antorchas y banderas, para ser finalmente condecorados por las autoridades militares. Jóvenes promesas en quienes simbólicamente se reponía a los soldados caídos a la vez que se restituía y proyectaban los atributos de esta suerte de vínculo primordial entre el ejército, el pueblo chileno y su destino colectivo. En el lugar, finalmente, el dictador enuncia un discurso transmitido por cadena obligatoria de radio y televisión y en el que se expresa la operación de proyectar y reproducir como legítimo, un propio corpus de representaciones oficiales de la nación:

el pueblo chileno supo reeditar durante tres años de heroica lucha en contra de la inminente amenaza del totalitarismo comunista, aquel supremo grito de guerra de la Batalla de La Concepción: "Los chilenos no se rinden jamás". Y cuando acudiendo al llamado angustioso de nuestra ciudadanía, las Fuerzas Armadas y de Orden decidimos actuar el 11 de septiembre de 1973, nuevamente nuestra tierra fue regada por la sangre de muchos de nuestros hombres, que cayeron luchando por la liberación de Chile" Quedaba de este modo en evidencia que el temple de nuestra raza y la fibra de nuestra nacionalidad para defender la dignidad o la soberanía de nuestra patria no habían muerto ni podrían morir jamás, porque son valores morales que se anidan en el alma misma de la chilenidad (Pinochet en Discursos: 1977, 12).

Chacarillas también supuso la primera comunicación pública de lo que sería el programa de reconstitución institucional por parte del régimen, y en la que ya se vislumbra una victoria de la tesis neoliberal en desmedro de la estatista al interior del poder militar. Reconstitución, resumo lo sucesivo del discurso, hacia la forma de una «[n]ueva democracia que sea autoritaria, protegida, integradora, tecnificada y de auténtica participación social». Lo último, entendido a partir del

«principio de subsidiariedad [que] es la base de un cuerpo social dotado de vitalidad creadora, como asimismo de una libertad económica que [...], impide la asfixia de las personas por la férula de un Estado omnipotente». Para realizar este diseño se plantearon tres fases delimitadas por los roles que respectivamente ocuparían las «Fuerzas Armadas y De Orden y la civilidad»: la ya en curso de

«etapa de recuperación» y las sucesivas de «transición» y de «normalidad o consolidación».

En sus dos primeras etapas, el programa implicaba la derogación de la Constitución de 1925, la

terceras partes a representantes regionales designados por la Junta de Gobierno «dado que no es factible la realización de elecciones», mientras que los restantes lo serían directamente por la figura presidencial. Para su segundo período legislativo (contemplado hacia 1984 o 1985) dichos

«representantes regionales se elegirán ya por sufragio popular directo, de acuerdo a sistemas electorales que favorezcan la elección de los más capaces y que eviten que los partidos políticos vuelvan a convertirse en maquinarias monopólicas de la participación ciudadana». Constituyéndose con esto una nueva cámara que tendría la potestad de designar al presidente por un período de seis años. En lo respectivo a las dos primeras fases, el plan contempló una cuota de atribuciones legislativas reservadas a la Junta de Gobierno y que implican, además, la facultad de vetar las leyes emanadas del nuevo poder legislativo. A su vez en la «etapa de consolidación» se contempla la puesta en vigencia de una nueva «Constitución Política del Estado […], recogiendo como base la experiencia que arroje la aplicación de las Actas Constitucionales» y cuyas culminaciones estaban propuestas para el inicio de la década de 1980 (1977, 13-15).

1.3.2. Articulaciones del movimiento social de oposición y reactivación del polo insurgente

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