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Dinámica de las Tendencias Emergentes

Im Dokument Violencia y representación. (Seite 98-103)

2. Apuntes para una historia social de la poesía del periodo autoritario

2.4. Aspectos para un Estado del arte: censura, autocensura y derivas del estatuto de la voz

2.4.1. Dinámica de las Tendencias Emergentes

En su ensayo Lenguaje y Sociedad de 1983, Raúl Zurita sostiene que, hacia mediados de los 70s, las principales influencias de la poesía chilena aún se definen por la impronta de «la Antipoesía, la poesía de los lares, la poesía epigramática y el influjo nerudiano», modelizaciones cuya penetración transversal ilustraría una dimensión uniformadora de las relaciones de sentido y el desfase de los lenguajes poéticos respecto a las practicas comunicativas y las condiciones de lo real vigentes hasta momento del quiebre dictatorial (11).

A partir de este sustrato, bajo el nuevo contexto autoritario, se configurarían dos grandes derivas, caracteres de continuidad o ruptura de la tradición. Dos aproximaciones al texto poético, finalmente, definidas por la preservación de un estatuto de una unicidad del sujeto y su comprensión, por lo

tanto, como garante de una verdad referencial que autoriza el discurso, según sucede en Bajo Amenaza (1979) de José María Memet. O en contraparte, por la asunción de la crisis de éste y la exploración escritural de su estatuto, en adelante, transgresivo, según se consigna en La Nueva Novela (1977) de J.L. Martínez. El descubrimiento de esta ruptura sería el que abre la opción de elidir las fronteras de la obra hacia lo extratextual, de disputar sus autonomías y desbordes genéricos y colateralmente de subvertir las jerarquías tradicionalmente adscritas al lenguaje, cuyo ejercicio de esta forma, accede ahora a la capacidad de disputar lo real. Rasgos cuyas realizaciones se definen por registros poéticos que comprenden elementos tales como «el experimentalismo formal [...], el paulatino abandono de las formas coloquiales [...], la concepción del libro como una estructura independiente [...], el conceptualismo, el planteamiento de proyectos que se vuelven nuevamente totalizadores […]».Así como por la búsqueda de la transgresión formal, estructural e ideológica de la tradición y de la fronteras entre los procedimientos y géneros de las artes, en tanto estas reflejan el ideario de una integridad de lo real (1988 [1983], 11-19).

Se trata, en síntesis, de la asunción escritural de la crisis de lo real en términos, señala Polanco pensando en el contexto generacional que enmarca las escrituras de Lihn y Martínez, de «la constitución de un sujeto precario, opuesto al poeta lírico que habla desde un Yo. La adopción de las máscaras, el recurso de la narratividad y la intertextualidad colaboran en la desfiguración de aquel concepto de sujeto al borrar al poeta pequeño dios e instaurar uno que ya no posee esa potestad sobre su palabra» (Polanco: 2001, s/p).

Paralelamente, bajo una complexión crítica mayor, en su análisis Tendencias literarias emergentes del mismo 1983, Carlos Cociña, busca ya correlacionar los parámetros de transformación escritural en las obras post 73 con las dinámicas de internalización del nuevo sistema rector y el proceso del régimen sociocultural ahí inmerso. De esta forma Cociña plantea que las sinergias entre las políticas del terror y las propias a la instalación del Modelo autoritario-neoliberal suponen un efecto de mercantilización, «dispersión» y «atomización» del conjunto de relaciones al interior del cuerpo social. Proceso de designificación y desempoderamiento de las interacciones comunicativas y las prácticas de lo colectivo establecidos hasta 1973, que Cociña concibe como el de una «diáspora nacional interna» y a partir del cual los tejidos de sentidos, prácticas y cohesiones socioculturales preexistentes son allanados para ser substituidos por la alternativa del consumo como única variable de acceso y construcción de identidades. Suscitándose, en consecuencia, una ruptura del vínculo

entre las obras, en tanto expresiones de la memoria cultural ahora allanada, y sus recepciones (Cociña, 5-9).

A partir de esta ruptura, finalmente de las cohesiones culturales entre el texto poético y el cuerpo social, el autor concita la inscripción de las poéticas emergentes bajo dos «tendencias»

identificables, de forma parcialmente afín a lo planteado por Zurita, por las distintas sino opuestas sconcepciones de la praxis escritural que éstas realizan. Y acto seguido en razón de sus actitudes hacia el lenguaje en tanto recuperación o construcción de realidades, poseyendo en común el desarrollo de ópticas anti-autoritarias indisociables del contexto de referentes en que se inscriben y significan. En lo sucesivo, la primera Tendencia es delineada como un conjunto de poéticas, mas bien deudoras de un sector (no determinado) la poesía de los lares y del proceso inconcluso de la generación de los 60 y sus prolongaciones en la diáspora, en las que perseveran formas de mediación simbólica orientadas a establecer «una relación directa entre obra y vida, siendo la primera una transposición de la última». Articulando en consecuencia, textualidades que apelan o disputan el estatuto de lo testimonial para así realizar emplazamientos críticos de lo real.

Por contraste se constituye aquella Tendencia cuyas poéticas estarían definidas desde una actitud abiertamente metapoética expresada ya en prácticas transgresivas de frontera hacia y desde el espacio textual y los planos comunicativos del extratexto ahí transpuestos. Actitud desde la que las obras son concebidas al modo de «totalidades fundadoras de nuevos lenguajes» y en consecuencia

«como proyectos de transformación de la realidad y, en ese sentido, proyectos aparentemente utópicos, pero que se deben realizar necesariamente desde la movilización social y no desde la literatura» (Cociña, 23, 33-34). Definición que puede ser desopacada a la luz de la descripción de esta cualidad «fundadora», finalmente de un metalenguaje, en su proyección sobe el conjunto Áreas Verdes de Raúl Zurita: «la instauración de un lenguaje no adscrito a la mímesis, sino que igual a sí mismo y homológicamente relacionado con la realidad, en su propio proceso de producción y que recicle el proceso de comunicación como entidad posible de inscribirse en los procesos mentales de un devenir escritura» (1988 [1983], 21)

Se trata ya de los antecedentes de una discusión absolutamente contingente a la escena en ciernes del segundo decenio dictatorial, en la cual tras la pregunta estética en sí subyacen aspectos tales como la pérdida de vigencia de los modelos identitarios de la tradición literaria y crítica y la

precariedad de sus esfuerzos de actualización conceptual a la hora de situar el lugar de los discursos poéticos ante el nuevo escenario de lo real. Una discusión, por lo tanto, cuyo trasunto se explica en términos de las tomas de posición respecto a la posibilidad y pertinencia de reconstruir, o por el contrario reformular desde el discurso literario, los sentidos del espacio cultural interrumpido. Este podría ser el subtexto al que apela Lizama en su Crítica Round 2:

A partir de los trabajos teóricos-críticos de Carlos Cociña y de Alejandro Jara, por un lado, y el interés de analistas por desarrollar seminarios o planteamientos rupturistas y/o vanguardistas sobre un campo de obras muy específicas, se pretende circunscribir toda una extensa y diversificada producción de poesía del periodo 73-82 a un reducidísimo grupo de autores que han alcanzado ya la categoría de secta en el ámbito de la poesía chilena.

Estos esquemas parcialistas de análisis se enmarcan, creo yo, en la forma de operar de una determinada estética-cultural, que lleva, quiérase o no, a la práctica y la teoría del elitismo; generado en gran medida por el violento retroceso que significó el derrocamiento del gobierno democrático de Salvador Allende.

Este discurso cultural llegó, en cierto momento, al extremo de formular que la producción artísticamente válida se reducía a lo realizado por el departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile y la revista Cal. Juicio semejante emitió en un debate de la SECH el poeta Enrique Lihn; poeta de una influencia tanto o más importante que la de Ignacio Valente en ciertos círculos.

Fue éste último, sin embargo, el que dio el golpe de gracia a un peculiar vanguardismo teórico (gestado también en esos mismos círculos), cuando sacó de allí al poeta Raúl Zurita y lo difundió al gran público. Esta irrupción de Zurita en la poesía chilena señala un hito en este cruce o choque de discursos estéticos contrapuestos (el oficial y el de la élite).

Esta visión reduccionista del fenómeno estético (que sólo destaca aquello que supuestamente sería nuevo o concordante con experiencias europeas), desarrolla, en el campo que nos ocupa, un corte o una jibarización (muy a la moda, por cierto), que cercena el peculiar acontecimiento poético de estos años de dictadura[...]. Esto no es pretender ampliar a la fuerza (por puros fines democráticos), un fenómeno que se reduciría a un puñado de autores, representantes idóneos de lo que se ha dado en llamar la “nueva poesía chilena” sino que extender el espectro de los que escriben poesía de nivel hoy en Chile. Además, no cabe discernir, como Cociña, que esta poesía se limitaría a dos o tres autores láricos, sin ninguna preocupación por el lenguaje como contrapartida de la tendencia representada por Zurita (poeta fundamental) y sus seguidores, sino que poner en el tapete, más allá de tendencias o de sectas, lenguajes poéticos significativos producidos durante el decenio (Lizama: 1983, s/p)

En lo medular Lizama constata que el régimen taxonómico de las Tendencias no sólo soslaya sino condiciona decisivamente las legitimidades y procesos de todas aquellas poéticas marginales al discurso dispuesto como dominante por dicha modelización. Aquellas adscritas en el discurso de Cociña como la prosecución de una «poesía de los lares» ya como genealogía homogeneizante de una tradición que apenas exploraría el radio de una mimética del espacio ausente, y que por lo tanto proyectarían ya su propia clausura en cuanto escrituras incapaces de producir impugnaciones del lenguaje y así de lo real. Efecto similar de impotencia al que podría atribuirse a las poéticas no transgresoras del estatuto del signo y el sujeto que sindica Zurita como contexto desde el que emergen las nuevas escrituras de la ruptura. Una otra poesía, en cuya pluralidad aún no advertida, sí coexisten aproximaciones del texto poético en las que se superponen y así exceden los atributos

que comportan los discursos en este contexto, en el plano de sus formas de producción y socialización se incorporan y trascienden actitudes y prácticas de construcción o recuperación del espacio cultural allanado, las cuales orientan su comprensión ya en términos de un movimiento de carácter contracultural respecto al lugar del autoritarismo.

En síntesis el problema radica en que a la vez que las Tendencias registran una nueva deriva y heterogenización de la tradición poética en torno a un mismo eje de condicionamientos suscitados por el autoritarismo, colateralmente homogeneizan la diversidad de los discursos poéticos en una escisión taxativa entre dos actitudes estéticas en las que se comportarían comprensiones aparentemente antagónicas respecto a proyecto literario, cultural y político de la tradición inmediata (compromiso o autosuficiencia estética, comunicabilidad o impugnación del lenguaje, poesía del silencio o mesianismo, etc). Diversidad que realmente se descubre una vez se excede el repertorio delineado en ambos ensayos, mas bien, al modo ya de un canon de la ruptura apropiado a los propios posicionamientos de sus autores.

En la práctica, a estas concepciones y sus respectivos ensamblajes críticos, subyacía el conflicto dado por el plural de identificaciones, prácticas escriturales y tomas de posición hacia el espacio político que definen la heterogeneidad de la llamada Generación sin nombre y entre cuyas concepciones subyacía cierta compresión (residual) de la tradición literaria como ámbito de discursos situados en el rol de traspasar y capitalizar cohesiones político-culturales. Lo cual resultaba difícilmente compatible con el efecto de clausura de la posibilidad de reconstruir un nosotros político al que conducían las comprensiones, codificaciones y procedimientos transgresivos propios a las poéticas de la ruptura. Situación que se torna en sintomática de lo que Alexis Figueroa sindicó en su momento como la condición, siempre ambigua, del «desfase cultural entre los estratos del país», nuevo status quo de divisiones productivas cuyas correspondencias implican visualizar a las artes (de ruptura) como un fenómeno de élites aparentemente abstraído de lo real contingente (1987, 59-60).

Sentado todo lo anterior lo que esta micro querella revela es la percepción, al interior de la escena, de que el nuevo ciclo de disputa del espacio cultural, iniciado a efectos de la rearticulación del movimiento de oposición y la aparente distensión normativa tras la constitucionalización de la dictadura, comporta ya un escenario cuyos verdaderos nuevos antagonistas, señala explícitamente Lizama, son el discurso de una «élite» intelectual versus el de la oficialidad y en el cual, por lo

tanto se corroboraría la omisión de los mismos discursos ya una vez expulsados por la fuerza del espacio cultural. De ahí además el guiño a la trascendencia de Ignacio Valente, figura en la cual se representa el consentimiento del discurso de la autoridad, sobre el canon en formación. Subtexto a su vez del proceso de categorización, inclusión y clausura de las identidades que, en el futuro, potencialmente, se comprenderían como adecuadas al país posdictatorial.

El segundo trascendido de esta polémica tiene que ver con el fuerte «sesgo estructuralista» dice luego Lizama en un pie de página (Cfr. 3), que tendría la crítica literaria en su reinicio, en tanto se alude a una nueva formalización teórica no ilegítima en este contexto y cuyas pero sí forzosamente realizada desde el mismo efecto de extrañamiento cultural que ha supuesto la interrupción de la tradición y el «desmantelamiento generalizado de la institución literaria existente» (Mansilla: 2010, 34), incluyéndose, el allanamiento del corpus literario y teórico de su enseñanza en las universidades (Cociña, 12-14).

Cabe señalar, por último, el elemento propio al problema de la taxonomización en sí en este contexto: al categorizar esta heterogeneidad, al fragmentarla en torno a identidades, posicionamientos estéticos y dinámicas de frontera entre los espacios de lo real y la representación, se restituye la autoridad de la crítica para sindicar el fenómeno en cuestión. Situación que permite abrir la pregunta sobre los vínculos que el acto de taxonomizar preserva con los ulteriores controles institucionales a la hora de fundamentar el canon, y por lo tanto de inducir traducciones de un proceso histórico-cultural entre cuyos efectos se inscriben las conformaciones mismas de los discursos críticos que intentan aprehenderla.

2.4.2. Dinámicas de la ruptura: reseña al CADA (1979-1985) y al problema crítico del cuerpo

Im Dokument Violencia y representación. (Seite 98-103)