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Emergencia de la Unidad Popular

Im Dokument Violencia y representación. (Seite 24-38)

1.2. Estado, autoritarismo y fragmentación social

1.2.1. Emergencia de la Unidad Popular

La emergencia del fenómeno encarnado por la Unidad Popular se enmarca dentro de una pluralidad mayor de sucesos y transformaciones que escenifican la complejidad coyuntural de los 60s. De esta forma acontecimientos como el triunfo y consolidación de la Revolución cubana, la Crisis de los misiles, el desarrollo de la Guerra de Vietnam, la matanza de Tlatelolco y la derrota de la tentativa foquista con la muerte de Ernesto Guevara en Bolivia el mismo 1968, entre tantos otros, expresan procesos indisociables a los impactos y resignificaciones político-culturales que en las periferias del

sistema mundo definen al relato de la Guerra Fría, de la descolonización, de la dependencia, el imperialismo y el intervencionismo asociado. En efecto,

[d]urante la Guerra Fría <América Latina> proyectaba la imagen de un subcontinente que corría el peligro de quedar en manos del comunismo […]. Por esta razón, la región pasó a ser un objetivo para la implantación de proyectos de desarrollo ideados por Estados Unidos, cuya idea era que con la modernización salvaría al mundo de la amenaza comunista (como ocurrió en Puerto Rico en la década de 1960) (Mignolo: 2007, 120).

En la esfera continental esta concepción se expresará con las dinámicas y los habitus de la dependencia, por un lado, y con la intervención y coerción efectiva ante cualquier articulación nacional que amenazara los intereses corporativos y geopolíticos asociados a la esfera directa de influencia y control productivo de los Estados Unidos. De esta forma hacia los años de mayor intensidad de la Guerra Fría, los desarrollos de los constructos ideológicos del Destino Manifiesto y el Panamericanismo y la Doctrina de seguridad nacional, supondrán el desencadenamiento de una nueva oleada de regímenes autoritarios en Centroamérica y a la que luego se sumaría el respectivo capítulo sudamericano (Leal: 2003, 76-78; Agüero: 2016, 4 y ss.).

En medio de este transcurso, en el Chile de las administraciones Alessandri-Rodríguez (1958-1964) y Frei-Montalva (1964-1970), se asiste a un escenario definido por el agotamiento del modelo desarrollista (Molina: 1972, 40-47), así como también por la presencia ya nítida de un espacio político en el que pugnan y coexisten actores y discursos emancipatorios respecto a las disposiciones sistémicas de la dependencia y del orden social vigente. Nuevos empoderamientos que redefinieron las interacciones y cohesiones conflictivas entre los movimientos sociales históricos y el campo intelectual y cultural. Incluyendo en esto la discusión y asunción política por el descubrimiento identitario de la tradición de las luchas sociales al interior de importantes sectores de la academia y el estudiantado, los cuales emprendían, ya desde los sesentas, un propio y disímil proceso de reformulación del espacio Universidad como ámbito para la reflexión y toma acción en pos de la búsqueda conflictiva de propias definiciones para desarrollo científico, cultural y social nacional en el contexto de la geopolítica del conocimiento del momento y de la comprensión de ésta como agente decisivo para la transformación de la sociedad (Huneeus: 1988).

Precisamente será en el escenario de la Reforma Universitaria que desde las principales casas de estudio se emplazan propias actualizaciones de la tradición intelectual marxista, incorporándose, fundamentalmente desde la reflexión al interior de las universidades de Chile y Católica, propias adecuaciones y concepciones situadas que «redefinieron el sentido de la dependencia y el

imperialismo, así como analizaron el origen y el sentido de las exclusiones sociales y políticas americanas» (Bowen: 2008, s/p). Simultáneamente en el contexto de la Universidad de Concepción, ya hacia 1965 surge el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), organización política de vanguardia que radicaliza el espectro representado por los partidos tradicionales de izquierda y su vía considerada reformista, instalando, en contraparte, la búsqueda de propiciar ya la «acción directa», la expansión del Poder Popular, como basamento desde el cual generar la transformación social. Así, y tal como se señala en el documento ¿Qué es el MIR?, firmando por su Comité Central ya desde la clandestinidad en 1975:

[l]a nueva organización se dio [a] un programa de revolución proletaria y una estrategia político militar para la conquista del poder; ambos (programa y estrategia) tenían defectos, pero en su época constituyeron un salto de gran magnitud en nuestro país donde la influencia del reformismo y el centrismo en la clase obrera habían ocultado y deformado la teoría revolucionaria marxista-leninista (1975, 7).

No obstante los avances del desarrollismo, la autoconciencia e incorporación a la lucha social del estudiantado y el campo intelectual más situado refrendada en el escenario de las Reformas Universitarias, entre otros muchos elementos; el país se encuentra aún muy distante de los alcances propios a una sociedad de derechos, situación que es refrendada por la presencia ejemplar del movimiento de reivindicación poblacional que comenzará a constituirse a partir del contexto de crisis dado por la debacle internacional de los años 30, el colapso del modelo primario exportador basado en la explotación del ya obsoleto salitre, así como por la intensificación de la migración rural hacia las ciudades (Castells: 1973, 10). Principales factores que intensificarían las insostenibles condiciones sociales de grandes grupos poblacionales de Santiago y otros centros urbanos, y que generarán las condiciones para la masificación de las callampas

nuestro pueblo, rico en imaginación y con el fatalismo burlón que tiene para referirse a sus desgracias, descubrió el sentido escondido de la palabra callampa, la afinidad con sus propias miserias y la transformó, (o deformó) hasta convertirla en una palabra-idea, una idea lugar, un lugar casa, una casa callampa. ¿Qué es una callampa?

Ciudad de harapos y de latas, de cartón y gangochos. El barro invade las chozas en invierno; en el verano, los dueños del lugar son el calor, el polvo, los ratones y los insectos. "Casas" donde a duras penas caben las camas, revueltos montones de trapos. El resto de las actividades [...] se realiza al aire libre. Los niños juegan en el barro o se revuelcan entre nubes de polvo comiendo desperdicios, buscando pequeños tesoros que se apresuran a mostrar a sus amiguitos (Urrutia: 1972, 33).

Expresión absoluta de una demografía de la miseria, las callampas, así denominadas en relación a la velocidad y profusión con que brotaban y aglomeraban en espacios otrora deshabitados, corresponden a conjuntos de infraviviendas «resultantes de la invasión gradual de terrenos por familias de migrantes o de expulsados del centro de la ciudad» (Valdés: 1986, 5). Territorios cuyas orgánicas se intensificarán y complejizarán hacia 1946, comenzando a establecer alianzas con

partidos y formaciones políticas de raigambre obrera, para dar origen a los Comité Sin Casa, y ejercer, a través de la expropiación popular, la creación de propios asentamientos urbanos. Se trató de acciones «donde un grupo numeroso de familias, previamente concertado, actuando de una sola vez y, por tanto, constituyendo un grupo compacto y homogéneo, realizaban esta “invasión”» (De Ramón: 1990, 11). Las tomas de terrenos y sus devenires en poblaciones –La Legua (1947), La Victoria (1957), Lo Hermida (1970) y La Bandera (1971), entre la más emblemáticas de la capital–

configuran así actos de fundación y construcción de poder, en los cuales se verificó la capacidad del actor poblacional para cuestionar su subordinación al «sistema de propiedad», al cual, en consecuencia a las propias condiciones de vida, en sí insostenibles, se precisa superar, precisamente mediante «la acción directa [...] portadora de una legitimidad basada en la necesidad y en la noción de derecho a la vivienda, situándolo sobre la legitimidad procedimental y formal que inspiran al Estado Moderno» (Cortés: 2007, 87).

La relevancia de las tomas, en tanto expresión de un proceso de transformaciones mayor, deviene de que éstas suponen la creación de instancias de autogobierno, capaces de establecer sus propios códigos, incluso de justicia y planificación, así como también de construir y proyectar sus propias micropolíticas y praxis de la memoria. Dinámicas que las inscriben en el cúmulo de socializaciones y formas de acción definidas bajo la ulterior noción de Poder Popular. Así entre otros actos pertinentes a este relato, los habitantes de La Victoria delimitarán y nombrarán sus calles en torno al proyecto de una propia identidad política e histórica, en este caso como Carlos Marx, Mártires de Chicago, o bien, como La Coruña y Ranquil en conmemoración a las matanzas homónimas de campesinos, mapuches y obreros ocurridas los años 1925 y 1931, conformando así empoderamientos, autonomías identitarias capaces de subvertir la historia y orden social cristalizada por la ciudad.

Es en este escenario que, en el contexto electoral del 70, los desarrollos de las tradiciones políticas en pugna darán lugar a la conformación de tres proyectos en torno a la disputa por una sociedad que, más allá de la profusa segmentación que la identifica, ahora se ve polarizada ante la posibilidad real de transformar las estructuras sobre las que ha sido construida. Proyectos sumariamente descritos como el de la alianza de la derecha histórica por vía de la candidatura del ex-presidente Jorge Alessandri; el de la profundización -e izquierdización- del programa de la Revolución en Libertad de la Democracia Cristiana bajo la figura de Radomiro Tómic; y finalmente el de la

Unidad Popular (UP) articulada bajo la figura Salvador Allende y la llamada Vía Chilena al Socialismo. Así y contra toda ortodoxia, la Unidad Popular planteará la necesidad de acceder al Estado a través del poder electoral y, por ende, ejercer un mandato desde el soporte de la autodeterminación popular, para así avanzar hacia un modelo autónomo de socialismo desde el cual transformar la sociedad chilena. Tesis que, al negar abiertamente la opción armada insurreccional, situaba la legitimidad del proceso desde una producción antiautoritaria de soberanía.

Delineado en el Programa Básico de la Unidad Popular (suscrito el 17 de diciembre de 1969 por los partidos Comunista, Radical Social Demócrata y Socialista, así como por el Movimiento de Acción Popular Unitaria), el diagnóstico que articula esta voluntad de transformación, se basa en la comprensión de que el orden social estaba estructuralmente determinado en términos de un modelo de desarrollo y de participación política dotado de fuertes rasgos oligopólicos. Y que, en abierta conjunción con los atributos de segmentación del poder propios a una dinámica de la dependencia, resultaba en abiertamente expoliativo de los recursos naturales, humanos y culturales del país, lo cual en la práctica configura una sociedad carente soberanía sobre su propio proceso de conformación histórica. Un modelo de desarrollo, por lo tanto, cuya razón instrumental, se define por la naturalización e impotencia del Estado ante las condicionantes propias al «diferencial epistémico de poder» y su corelato económico y político que, en lo comprendido por teoría de la dependencia, condiciona el lugar periférico y el consecuente subdesarrollo dado a las realidades nacionales poscoloniales constitutivas del Tercer Mundo (Mignolo, 18 y 39). En palabras del diagnóstico entablado por el documento político programático del Programa básico de Gobierno de la Unidad Popular:

Chile vive una crisis profunda que se manifiesta en el estancamiento económico y social, en la pobreza generalizada y en las postergaciones de todo orden que sufren los obreros, campesinos y demás capas explotadas, así como en las crecientes dificultades que enfrentan empleados, profesionales, empresarios pequeños y medianos y en las mínimas oportunidades de que disponen la mujer y la juventud [...].

Lo que ha fracasado en Chile es un sistema que no corresponde a las necesidades de nuestro tiempo. Chile es un país capitalista, dependiente del imperialismo, dominado por sectores de la burguesía estructuralmente ligados al capital extranjero, que no pueden resolver los problemas fundamentales del país, los que derivan precisamente de sus privilegios de clase a los que jamás renunciarán voluntariamente [...].

En Chile las recetas "reformistas" y "desarrollistas", que impulso la Alianza para el Progreso e hizo suyas el gobierno de Frei, no han logrado alterar nada importante. En lo Fundamental ha sido un nuevo gobierno de la burguesía al servicio del capitalismo nacional y extranjero, cuyos débiles intentos de cambio social naufragaron sin pena ni gloria entre el estancamiento económico, la carestía y la represión violenta contra el pueblo [...].

El desarrollo del capitalismo monopolista niega la ampliación de la democracia y exacerba la violencia antipopular. El aumento del nivel de lucha del pueblo, a medida que fracasa el reformismo, endurece la posición de los sectores más reaccionarios de las clases dominantes que, en último término, no tienen otro recurso que la fuerza [...]. El crecimiento de las fuerzas trabajadoras en cuanto a su número, su organización, su lucha y la conciencia de su poder, refuerzan y propagan la voluntad de cambios profundos, la crítica del orden establecido y

el choque con sus estructuras. En nuestro país son más de tres millones de trabajadores, cuyas fuerzas productivas y su enorme capacidad constructiva, no podrán sin embargo liberarse dentro del actual sistema que sólo puede explotarles y someterles (1970, 4-10).

En esta relación la tesis fundante de la Unidad Popular se constituye en torno al axioma de rearticular las relaciones asimétricas, políticas, económicas y culturales, entre las fuerzas sociales, el Estado y el capital nacional y transnacional y así, la «correlación de fuerzas existente en la sociedad chilena» (Moulian en Carrillo: 2010, 147). Planteándose, en consecuencia, medidas orientadas la modernización y expansión del sistema educativo, a la intensificación de la Reforma Agraria a fin de contribuir a erradicar la estructura semifeudal del latifundio chileno, y hacia la construcción de una propiedad social redistributiva del poder. Aspecto este último en el cual se implica la estatización de empresas y recursos estratégicos para el desarrollo de la nación, así como el ejercicio de grados de planificación de la economía, entre otras conducentes a la conformación del Estado Popular, y que refrendan una voluntad por la transformación social cuya impronta fue, por lo tanto, revolucionaria.

1.2.2. «Una Cultura para la Nueva Sociedad» Notas acerca del «develamiento» en el contexto de la Generación interrumpida.

En su dimensión cultural, el movimiento políticamente encarnado por la Unidad Popular, asumirá o bien intentará dilucidar un proceso de desalienaciones en torno al «re-descubrimiento identitario y social del país», tesis conceptuada como la asunción del «develamiento crítico» y en cuyo fundamento se acusa el que las concepciones de lo nacional y lo popular estarían condicionadas,

«veladas por una capa culturalmente falsa, impuesta por agentes externos a su voluntad autónoma»

(Bowen: 2008, s/p). Esta comprensión es fundamentada desde el campo intelectual de la izquierda histórica y emergente, a partir de la visión de que el orden social estaba profusamente estructurado en torno a una lógica expoliativa, extractivista y fundamentalmente oligopólica, de la acumulación del trabajo, consecuencia y vector en sí de la inserción periférica de la nación en el capitalismo global. Un orden cuyas capacidades de relegar la transformación recaían en su intensa asimilación cultural, consolidada, en último grado, mediante el despliegue de una industria cultural transnacional o imitativa de ésta, cuyas representaciones distorsionantes de las condiciones de dominación que regían el pacto social vigente, estaban orientadas a la preservación de los atributos,

significados y sistemas de valores de dicho status quo.

Ejemplar de esta visión, el emblemático ensayo Para leer al Pato Donald (1972) de Ariel Dorfmann y Gastón Matelart, exhibe la transposición del discurso aparentemente ahistórico y políticamente aséptico del imaginario Disney, en dispositivo ideológico para la naturalización cultural, ya desde la infancia, de las relaciones de producción entre la metrópoli (habitualmente Patolandia) y sus periferias subdesarrolladas. Entre otras, las naciones de Aztecland, Inca-Blinca y San Bananador en Latinoamérica o bien el Inestablestán en el sudeste asiático. Representaciones capciosamente diferidas y estereotipadas a través de las cuales se ejerce un adoctrinamiento en el constructo del buen salvaje, mito del capitalismo neocolonial/imperial en cuyos rasgos se enmascaran los atributos deseados a la figura del proletariado de las periferias del sistema mundo: domesticidad, docilidad e infantilismo rayano en el potencial catastrófico de la autodestrucción. Todo lo cual, finalmente, sirve para legitimar y acusar como imperativa la preservación del sistema geopolítico y social de dominación capitalista

En busca de un elefante de Jade (TR 99) [revista Tío Rico no. 99], Mc Pato y su familia llegan a Inestablestán, donde “siempre hay alguien disparándole a alguien”. De inmediato, la situación de guerra civil se transforma en un incomprensible juego entre alguien contra alguien, es decir, fratricidio estúpido y sin dirección ética o razón socioeconómica. La [implícita] guerra de Vietnam resulta un mero intercambio de balas desenchufadas e insensatas, y la tregua, en una siesta. “¡RhaThon sí, Patolandia no!”, grita un guerrillero apoyando al ambicioso dictador (comunista) y dinamitando la embajada de Patolandia. Al advertir que anda mal su reloj, el vietcong dice: “queda demostrado que no se puede confiar en los relojes del ‘paraíso de los trabajadores”. La lucha por el poder es meramente personal y excéntrica: “Todos quieren ser gobernantes”. “¡Viva Rha Thon! Dictador del pueblo feliz” es el grito, y se agrega, en un susurro, o “infeliz”. El tirano defiende su parcela: “Mátenlo. No dejen que estropee mi revolución”. El salvador en esta situación caótica es el príncipe Encanh Thador o Yho Soy, formas del egocentrismo mágico. Él viene a reunificar el país y a “pacificar” al pueblo. Finalmente debe triunfar, porque los soldados rehúsan las órdenes de un jefe que ha perdido su carisma, que no es “encantador”. Soldado 1: “¿Para que sigan (sic) estas tontas revoluciones?”. Soldado 2: “No. Creemos que es mucho mejor que haya un rey en Inestablestán, como en los buenos tiempos (2014 [1972], 88).

Bajo este análisis se evidencia el que los despliegues de la razón instrumental de la dependencia y la correlativa funcionalidad sistémica del capitalismo periférico sobre la cultura suponen un efecto de marginalización del pueblo, cual nosotros de un eventual Inestablestán, respecto al propio proceso de construcción de sus identidades; el cual, en la tesis de este campo crítico, sería la condición crucial para el logro de su empoderamiento político. A nivel de la complexión propia al proyecto de la Unidad Popular, esta comprensión supuso la definición de políticas orientadas hacia la consagración de la cultura en tanto medio para «proponer una nueva sociedad donde los valores imperantes fueran los del proletariado en vez de aquellos burgueses que habían prevalecido a lo largo de gran parte de la historia nacional» (Albornoz: 2005, 148) en tanto es ésta la que permitirá

al proyecto superar su condición de diseño político para tornarse en la creación realidades objetivas sobre un nuevo pacto y ordenamiento social. Cito en el apartado Una Cultura para la Nueva Sociedad del Programa básico:

Las profundas transformaciones que se emprenderán requieren de un pueblo socialmente consciente y solidario, educado para ejercer y defender su poder político, apto científica y técnicamente para desarrollar la economía de transición al socialismo y abierto masivamente a la creación y goce de las más variadas manifestaciones del arte y del intelecto [...]. Si ya hoy la mayoría de los intelectuales y artistas luchan contra las deformaciones culturales propias de la sociedad capitalista y tratan de llevar los frutos de su creación a los trabajadores y vincularse a su destino histórico, en la nueva sociedad tendrán un lugar de vanguardia para continuar con su acción. Porque la cultura nueva no se creará por decreto; ella surgirá de la lucha por la fraternidad contra el individualismo; por la valoración del trabajo humano contra su desprecio; por los valores nacionales contra la colonización cultural; por el acceso de las masas populares al arte la literatura y los medios de comunicación contra su comercialización. El nuevo Estado procurará la incorporación de las masas a la actividad intelectual y artística, tanto a través de un sistema educacional radicalmente transformado, como a través del establecimiento de un sistema nacional de cultura popular (1970, 27-28).

Bajo esta comprensión, la cultura comporta y a la vez excede toda funcionalidad cohesiva y

Bajo esta comprensión, la cultura comporta y a la vez excede toda funcionalidad cohesiva y

Im Dokument Violencia y representación. (Seite 24-38)