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1Según Ayarzagüena (2000: 14), 1999a: 88), lo cierto es que el tér-mino ‘mesolítico’ es marginal den-tro de la bibliografía española, a pesar de haber sido introducido ya en 1872 por Juan Vilanova y Piera (Ayarzagüena 2000: 23).

2Claro que esto suele suceder con todos los conceptos cronocul-turales empleados en la Prehistoria.

de vida del Paleolítico superior, y el segundo, a aquellas poblaciones que se encuentran en proceso de transformación autónoma hacia la adopción de la agricultura y/o ganadería, según Moure y González (1992: 45). De ahí la utilización por parte de los autores del modelo dual del término ‘epi-paleolítico’ para este período, subrayando la continuidad con respecto al Paleolítico, en lugar de la más aceptada y usada en el resto de Europa y otras zonas, de ‘mesolítico’ (ver más adelante). Así, por ejemplo, en obras como la de Bernabeu et alii(1993), este período se denomina Mesolítico cuando se refieren a otras regiones de Europa, y Epipaleolítico cuando tratan la Península1(ver también Blasco 1985). Esta periodización presenta dos problemas principales (Vicent 1990: 34): se basa en conceptos tipológicos restrictivos, en particular en lo concerniente a la noción de ‘fósil director’, y se fundamenta en secuencias arqueológicas regionales que son difícilmente extrapolables al resto de la Península (aunque se haga). A lo largo de este capítulo se empleará el término mesolítico de forma generalizada, excepto en los casos en los que se citan trabajos de otros autores.

Por otro lado, utilizaremos el término ‘cazador-recolector’ diferenciándolo de ‘productor’, sin las connotaciones que el primero tiene en las teorías evolucionista e histórico-cultural. En ellas los gru-pos humanos cazadores-recolectores se consideran más antiguos y menos desarrollados que los agri-cultores. Pero la idea de que la agricultura no es una innovación tecnológica ventajosa en sí misma ha guiado gran parte de la investigación antropológica y arqueológica en los últimos decenios, y es la que seguimos aquí.

Hay algunos conceptos en oposición que sirven para acotar el ámbito de este texto, aunque no se usen de manera generalizada en él. Son los de predadorfrente a productor, de los que se derivan los de tierra como objeto de trabajofrente a medio de producción, o la posibilidad de utilizar los de ren-dimientos inmediatosfrente a rendimientos aplazados(Vicent 1997). En cada par los primeros térmi-nos se corresponden clásicamente con sociedades cazadoras-recolectoras, mientras que los segundos se asocian con sociedades agricultoras y ganaderas. Esta polarización simplificadora puede aplicarse en bloque o no, de manera que podría darse el caso de que existan sociedades que están en el térmi-no medio o en algún punto metérmi-nos equilibrado del rango de posibilidades establecido por los polos, lo que lógicamente complica su asignación automática a uno u otro.

Dicha asignación resulta aún más difícil cuando a los términos que designan cada oposición con-ceptual se les concede valor cultural y cronológico apriorístico (Vicent 1988). Los tres primeros tér-minos se identifican con las bandas de cazadores-recolectores mesolíticas o epipaleolíticas, mientras que los tres segundos se hacen corresponder con los grupos neolíticos agropastoriles. Por lo tanto se emplea una reducción a través de la cual los términos mesolítico y neolítico aluden a sendas forma-ciones sociales concatenadas en una línea evolutiva de la historia humana, sin tratar el tema más ex-tensamente.

Si hemos dicho que la noción ‘cazador-recolector’ está lejos de ser clara y concisa, lo mismo su-cede con la de ‘mesolítico’2. Éste no es solamente un estadio intermedio, cronológico y cultural, entre el Paleolítico y el Neolítico, sino que puede constituirse tanto como predecesor o como al-ternativa a las sociedades agropastoriles (Zvelebil 1986; Hernando 1999a). Los cambios que se suceden durante esta etapa de la historia son tan fundamentales que se les ha denominado

"Revolución Mesolítica" (Testart 1982: 201) en clara referencia y contestación a la conceptuali-zación childeana.

A la serie de antinomias que hemos expuesto habría que añadir aún la de sociedad primitiva fren-te a sociedad dividida (o arcaica (Vicent 1998b)).

Todas ellas muestran la transición3entre dos tipos de formación social (primitiva/arcaica; preda-dora/productora; cazadora-recolectora/campesina), sin que primitivo, predador, cazador-recolector o mesolítico sean términos equivalentes o sustituibles entre sí. Por el contrario, la combinación de las variables presentadas en oposición es múltiple y da lugar a situaciones antropológicas e históricas muy diversas.

Éste es el panorama general del caso que nos ocupa. Siguiendo el modelo transicional creado por Vicent (1988, 1990, 1997) intentaremos mostrar que lo que se conoce como Neolítico inicial es un momento de consolidación y emergencia real de prácticas productoras que llevaban un largo tiem-po gestándose, sin que se pueda hablar, no obstante, de surgimiento de una sociedad campesina (algo que sucederá mucho más adelante). Esta emergencia de una agricultura y ganadería arraigadas se per-ciben claramente en el registro arqueológico en un momento ya muy avanzado del proceso (lo que se llama Neolítico inicial), mientras que el período de tanteo, por llamarlo así, ha quedado práctica-mente oculto, quizá debido a una investigación arqueológica escasa para estas etapas. Es de prever que las evidencias de agricultura y ganadería tempranas se multiplicarán en el futuro. En cualquier caso, la existencia de una economía productora desarrollada es independiente de un hipotético apor-te démico (apor-teoría postulada por los autores del modelo dual para explicarla) que no ha sido probado en el registro arqueológico. Se trata de la postura ‘indigenista’, por oposición a la migracionista del modelo dual. En definitiva la ‘neolitización’ de la Península Ibérica se puede interpretar como un proceso de transición entre las entidades antes enumeradas, de cambio gradual y no lineal de un tipo de sociedad indivisa o primitiva a una sociedad arcaica.

La primera parte del capítulo se centrará algo extensamente en la noción de cazador-recolector, pri-mordial en la argumentación ya que es su propia dinámica interna la que encierra la explicación de su cambio, para derivar después a la de sociedad primitiva. Éste concepto es útil puesto que incluye tanto a cazadores-recolectores como a agricultores y ganaderos (Vicent 1998b), por lo que matiza la idea de predadores simples representada por el término cazador-recolector.

Esta introducción teórica precede a una consideración individualizada del caso histórico del Levante español, en la que se apuntarán algunos de los datos arqueológicos manejados para esta problemática.

A lo largo del texto los términos mesolítico y neolítico se utilizan para aludir a períodos arqueoló-gicos, no a una sociedad o práctica económica. Puesto que las marcas cronológicas son necesarias en el discurso pero no pueden ser evidentemente trazadas con total limpieza, establecemos el límite apro-ximado entre ambas en el sexto milenio a.C. En todo caso la conclusión será que tanto desde el punto de vista social como económico, esta fecha tiende a volverse cada vez más arbitraria, y su sentido y realidad se sustenta hasta el momento en el registro arqueológico conocido, que puede variar con nuevos descubrimientos.

3 El concepto de transición se suele emplear en historia de forma arbitraria en relación con la reali-dad que representa. Una transi-ción es la actransi-ción y efecto de pasar de un modo de ser o estar a otro justifica-tivo. Lo cierto es que los procesos históricos ‘de transición’ son esca-sos o no existen, pero aquí utiliza-mos este término y concepto en sentido lato, pues no es el lugar de teorizar sobre él.

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Conceptos

Cazadores-recolectores y cazadores-recolectores complejos

No hay definición fácil de una sociedad cazadora-recolectora. De hecho parece lícito plantearse incluso la validez de la expresión ‘cazador-recolector’, cuyos términos se pueden invertir (Bender 1978), aunque sigue siendo utilizada en la bibliografía (y en este trabajo) por estar bien asentada.

Si tomamos una definición familiar, una comunidad de cazadores-recolectores estaría caracteri-zada por una subsistencia exclusiva o principalmente basada en la caza, la recolección, la pesca, la re-cogida de moluscos o insectos, etc., es decir, de recursos silvestres o espontáneos, no domesticados (Testart 1982: 7). A esto se le añaden otros rasgos como el nomadismo, la organización social en bandas, la baja densidad demográfica, la simplicidad del culto religioso, la falta de cerámica, etc.

(Testart 1982). Todo lo cual implica una ausencia de producción sistemática de excedentes y de cla-ses sociales (Bate 1998: 83).

Sin embargo, el análisis etnográfico ha demostrado que cualquiera de estas características, inclui-da la producción de excedentes y las clases sociales, así como la explotación, pueden aparecer aso-ciadas a grupos cazadores-recolectores con tanta frecuencia como el caso contrario. Esto hace que se tiendan a considerar dos categorías distintas entre los cazadores-recolectores: los nómadas organiza-dos en bandas y los sedentarios y complejos, que no pueden ser tomaorganiza-dos como excepciones (Testart 1982: 11).

Por lo tanto es necesario establecer una clasificación básica de los grupos cazadores-recolectores.

Un criterio bastante general es la presencia de estrategias económicas dispares, definidas a partir de dos estrategias de reproducción animal opuestas denominadas sistemas k y r. Los sistemas basados en la estrategia k se sostienen en recursos muy específicos y de gran tamaño (fundamentalmente un-gulados migratorios, aunque también mamíferos marinos) (Bernabeu et alii1993: 194 y ss). Los sis-temas basados en la estrategia r se identifican con los llamados de amplio espectro. Consisten en la utilización de una combinación de recursos poco predecibles y de pequeño tamaño, pero numero-sos (Bernabeu et alii1993: 195). Estos serían los precursores de los sistemas de rendimiento aplaza-do (agricultura), en el sentiaplaza-do de que parecen relacionarse con un mayor sedentarismo asociaaplaza-do a la localización concreta de estos recursos (marinos y ribereños, fundamentalmente) (Bernabeu et alii 1993: 195).

Los que se ha dado en llamar cazadores-recolectores complejosposeen un rasgo compartido, y es la especialización económica en ciertos recursos (no producidos) bien localizados espacial y tempo-ralmente, de tipo r (Price y Brown 1985; Arnold 1995a; Arnold 1996; Basgall 1987; Hayden 1990...), compatible con la diversificación en menor grado. La producción intensiva de ciertos recursos, aso-ciada a una tecnología de conservación de los alimentos apropiada (Testart 1982), puede sostener la acumulación y almacenamiento de alimentos a gran escala, así como un cierto incremento de la pro-ducción. En realidad trazar una frontera entre producción y no producción (domésticos y salvajes) en estos casos se vuelve una tarea complicada, puesto que ciertas prácticas entre no-productores pa-recen estar dirigidas al cuidado e incremento de la producción (Nishida 1983; Layton 1999). Es pre-cisamente en este punto en el que la interpretación de la tierra como objeto de trabajo o medio de producción se vuelve confusa.

Estas sociedades cazadoras-recolectoras complejas desafían claramente las tipologías sociales clá-sicas (Testart 1982). Sociedades de este tipo serían las de la costa del Pacífico de América del Norte (Testart 1982; Arnold 1992; Lightfoot 1993; Hayden 1995; Basgall 1987; Cohen 1981; Ames 1995;

Bocek 1991; Beaton 1991; Sheehan 1985; Stenton 1991), los calusa de Florida (Testart 1982;

Widmer 1988), los jomon de Japón (Cohen 1981; Testart 1982; Watanabe 1986; Koike 1992; Habu 1996; Nishida 1983; Imamura 1996), los Warrau del delta del Orinoco (Testart 1982), Uruguay (Pintos 1998; López 1998), las sociedades del sudeste siberiano y asiático (Testart 1982; Shnirelman 1994; Dolukhanov 1986)... El almacenamiento y la acumulación de grandes cantidades de recur-sos proporcionan la posibilidad de convertirlos en objetos de intercambio, manipulación y apro-piación (Testart 1982: 198). El resultado de todo ello, en combinación con una ideología concreta, es la institucionalización de la explotación y de jerarquías muy desarrolladas (Testart 1982; Ames 1995; Arnold 1995b; Hayden 1995; Price y Feinman 1995). De hecho pueden alcanzar grados de complejidad muy por encima de muchas sociedades ganaderas o agricultoras.

La complejidad de los cazadores-recolectores no ha sido definida de manera única y aceptada uná-nimemente. Aquí daremos al menos unos apuntes de qué estamos entendiendo por ello. A partir de ahora, el término cazador-recolector sin calificar en el texto hará referencia a los cazadores-recolec-tores no complejos.

En nuestra opinión, el término ‘cazador-recolector complejo’ está sobre todo connotado por las nociones de organización y compartimentación social, aunque se puede emplear para denominar a aquellos cazadores-recolectores con economía basada en la estrategia r (Hayden 1990; Shnirelman 1994). La complejidad, según Arnold (1996: 78) "distinguishes those societies possessing social and labor relationships in which leaders have sustained or on-demand control over nonkin labor and so-cial differentiation is hereditary". "Complexity, I argue, is most parsimoniously and correctly ex-pressed in terms of these two simple features: labor relationships and ascribed ranking and leaders-hip" (Arnold 1996: 79). Es decir, considerados caracteres hereditarios.

La complejidad social sería de alguna manera correlativa o sinónima de jerarquización y estratifi-cación. En las sociedades complejas se encuentran individuos capaces, gracias a su manipulación de los recursos económicos, la producción y el trabajo de los demás, de llegar a ejercer el poder de for-mas mucho más efectivas que la mera influencia en las decisiones ajenas por cuestiones de experiencia o estatus.

Aunque las estrategias k y r parecen estar enlazadas en una relación evolutiva, no sucede lo mismo con las prácticas económicas generalizadas o especializadas. Esta segunda clasificación se solapa con la primera, puesto que las estrategias k pueden ser tanto generalizadas como especializadas. Por ejem-plo, Hayden (1990) opina que son generalizadas, mientras que ciertas sociedades de la costa pacífi-ca norteameripacífi-cana practipacífi-can estrategias k y una fuerte especialización (Sheehan 1985). Así, la utili-zación conjunta de ambos criterios induce a confusión.

Por una parte, en el registro arqueológico europeo los sistemas basados en estrategias k, especiali-zados (basados en ungulados migratorios, etc.) no complejos, son anteriores a los basados en estra-tegias r, diversificados (recursos menos predecibles y de menor tamaño) (Bernabeu et alii1993: 194-195). Por otro lado, las formaciones sociales de cazadores-recolectores complejos especializados en estrategias r (salmón, por ejemplo) de todo el mundo, documentadas a través del registro etnográ-fico, son relativamente recientes. En la mayor parte de los casos desaparecen por la influencia ani-quiladora que tienen sobre ellas las sociedades estatales vecinas (por ejemplo, la colonización

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pea sobre las sociedades americanas).

Bernabeu et alii(1993: 194) presentan un cuadro evolutivo según el cual los k y los r están al mismo nivel, y ambos conducen (especialmente los r), a los especializados. A su vez, los agricultores procederían tanto de los especializados como de los r. Sin embargo creemos que la diferencia no está en si se explota un recurso o varios, sino en cómo se hace: es decir, precisamente en la forma de pro-ducción especializada-intensiva, o generalizada-extensiva. Y además, ambas pueden combinarse.

Todo lo cual se complica cuando las sociedades cazadoras-recolectoras de uno u otro tipo intro-ducen prácticas productoras (agricultura y ganadería o una de las dos), sin por ello abandonar su ac-tividad principal de caza y/o recolección (Shnirelman 1994).

La cuestión no es trivial puesto que agricultura y ganadería como prácticas productivas remiten a la idea de Revolución Neolítica (Childe 19734, ver Vicent 1988: 24-25), siendo pues consideradas, más que como una simple tecnología, como un síntoma de una distinta concepción y práctica de las relaciones sociales y de la sociedad con su entorno, cuyas diferencias fundamentales se han seña-lado suficientemente (Criado 1993b; Hernando 1997, 1999b; etc.).

Pero estas diferencias se centran en realidad en la contraposición de sociedades cazadoras-recolec-toras (genéricamente hablando) y sociedades campesinas. En el caso de la agricultura inicial no pa-rece que se pueda afirmar que existe una frontera mental y social que se cruza al empezar a cultivar por primera vez. En realidad estaríamos ante un tipo de conocimiento y práctica que pueden adop-tar múltiples formas, y que en ningún caso ha constituido un paso irreversible hacia un modo de producción agrícola (Criado 1993b; Hernando 1999a: 52; Layton 1999). Por el contrario, la fre-cuencia con la que la sefre-cuencia de la evolución humana prevista por la teoría se ve descabalada en el registro arqueológico y etnográfico (Testart 1982) es muy significativa. Ello nos conduce, más que a desechar el concepto de Revolución Neolítica, a retrasar su efectividad real hasta momentos de consolidación de un modo de vida campesino (Vicent 1990; Hernando 1999a).

En este sentido, resulta confuso utilizar conceptos económicos para cualificar distintos tipos de sociedad. Lo significativo son las relaciones sociales sustentadas y sustentadoras de la actividad eco-nómica, que pueden ser iguales en sociedades predadoras o sociedades productoras de alimentos.

Puesto que las estrategias económicas se corresponden con una organización social y política con-creta, la diversificación o especialización económicas han de estar sosteniendo relaciones sociopolí-ticas diferentes e incluso divergentes.

En este punto, el tema del almacenamiento es clave (por ejemplo Binford 1980; Woodburn 1980;

Testart 1982). Este tipo de estrategia, que se sigue de la invención de técnicas de conservación ade-cuadas, una vez aplicada sistemáticamente y a gran escala puede ser un precedente inmediato del se-dentarismo y su causa, porque lo permite y porque prohibe el nomadismo (Testart 1982: 25-26). El sedentarismo se ha interpretado en multitud de ocasiones como un antecedente y una característi-ca íntimamente unida al proceso de crecimiento de la complejidad social (Testart 1982; Kelly 1992;

Rafferty 1985; etc.), de manera que serán las bandas nómadas de cazadores-recolectores las que pue-dan ser consideradas estrictamente igualitarias5) (Testart 1982: 40).

Dándose las condiciones medioambientales apropiadas para llevar a cabo con éxito una estrategia de conservación y almacenamiento de alimentos, los grupos humanos que presenten una disposi-ción favorable a esta estrategia presumiblemente la adoptarán, desarrollándola completamente a

tra-4CHILDE, Vere Gordon (1973):

¿Qué sucedió en la Historia?La Pléyade, Buenos Aires.

5Ya superada, por todo lo dicho anteriormente, la idea de que todas las sociedades cazadoras-recolectoras son igualitarias (LEE, R.B. y De VORE, I. (1968): Man the Hunter. Aldine, Chicago).

vés de la transformación de la ideología igualitaria y de la concepción de la naturaleza (Testart 1982).

Lo interesante de este planteamiento es que deja abierta la causa original de utilización del alma-cenamiento, retrotrayéndola al ámbito de las condiciones sociales de existencia, y sobre todo inde-terminada en cuanto a la riqueza o pobreza del medio ambiente en donde se produce. De hecho Testart (1982) critica las explicaciones ecológicas de la complejidad y variabilidad de los cazadores-recolectores, las más abundantes pero menos útiles por ser deterministas. Son consecuencia del con-texto teórico neoevolucionista que ha dominado la antropología durante gran parte del siglo, y tien-den a explicar todo en función de la opulencia de ciertos recursos en ciertas zonas del planeta (por ejemplo California o noroeste de EEUU). Sin embargo se ven claramente desafiadas por la existen-cia de múltiples casos donde no se cumple la relación riqueza-complejidad soexisten-cial, casos que mues-tran que la diferencia entre las formaciones sociales comparadas, pertenecientes a entornos ecológi-cos similares, responde a distintas configuraciones sociales, culturales y tecnológicas (Testart 1982).

Además es muy pertinente tratar al almacenamiento, y por ende al sedentarismo y el modo de vida

‘aldeano’, como tecnología producida en una situación histórica y social concreta y específica, por-que cuestiona la idea, muy asentada, de por-que el sedentarismo es un bien en sí mismo, un valor al por-que el ser humano aspira universalmente. El sedentarismo implica múltiples problemas objetivos como suciedad y epidemias, y el agotamiento (al menos periódico) de los recursos cercanos al asentamiento6, además de otros dilemas de tipo ideológico (Kelly 1992) que no son banales, y que conducen a re-plantearse cuál es la fuerza que está impulsando su consolidación.

No pretendemos desarrollar en extenso el debate en torno a las causas del sedentarismo, la com-plejidad social y el inicio de la producción de alimentos, que puede resumirse en el enfrentamiento de dos tipos de explicaciones: ‘pull’ frente a ‘push’. Las primeras suponen que la abundancia de re-cursos atraería a los grupos humanos hacia el sedentarismo, mientras que las segundas ven su origen en el desequilibrio eventual entre la población y los recursos, que requiere el sedentarismo y su

No pretendemos desarrollar en extenso el debate en torno a las causas del sedentarismo, la com-plejidad social y el inicio de la producción de alimentos, que puede resumirse en el enfrentamiento de dos tipos de explicaciones: ‘pull’ frente a ‘push’. Las primeras suponen que la abundancia de re-cursos atraería a los grupos humanos hacia el sedentarismo, mientras que las segundas ven su origen en el desequilibrio eventual entre la población y los recursos, que requiere el sedentarismo y su