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Expondremos el tema del paisaje basándonos en dos conceptos previos metafóricamente hablan-do: el espacio y el lugar. En función de ambos presentaremos una sucinta historiografía geográfica, cuya razón de ser estriba en la justificación de nuestro punto de vista, que asume al paisaje y al lugar como unidades de estudio válidas arqueológicamente, que en cierto sentido sintetizan las anteriores concepciones. Tras la discusión sobre el concepto de paisaje, pasaremos a describir brevemente tres tipos de Arqueología del Paisaje, presentando a la Arqueología Social del Paisaje como punto de par-tida en la presente tesis. Por último se justificará la necesidad de estudiar arqueológicamente al arte rupestre como parte de un paisaje, presentando dos estrategias que emplearemos en capítulos pos-teriores para el análisis del arte rupestre del Levante. El sentido de esta sección se explica pues por la idea, que ha guiado este trabajo, de que el arte rupestre es un fenómeno locacional abordable ar-queológicamente.

En cuanto a la exposición sobre el arte, su estructura comprende dos apartados: en primer lugar, un conciso desarrollo conceptual sobre el arte, con argumentos procedentes tanto de la historia del arte como de la antropología, con el fin de justificar nuestra asimilación del arte rupestre con una manifestación plenamente artística. A continuación examinaremos las distintas concepciones y pro-yectos generados por las distintas nociones sobre el arte rupestre, en general, suscritas a lo largo de la historia de su investigación, para contextualizar una historiografía concreta del arte rupestre del Levante peninsular, que abordaremos en el capítulo tres.

Paisaje

"anything that is must (...) be in some place and occupy some room, and ...

what is not somewhere in earth or heaven is nothing" (Platón, Timeo 52B, ci-tado en Casey 1996: 47).

"Perhaps [place] is the first of all things, since all existing things are either in place or not without place" (Simplicio, Commentary on Aristotle’s Categories, citado en Casey 1996: 47).

"Men and animals are spatially localized; and even what is psychic about them, at least in virtue of its essential foundedness in what is bodily, partakes of the spatial order" (Husserl, citado en Casey 1996: 21).

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a consideración de los fenómenos humanos ha de hacerse en un contexto espa-cial. Ahora bien, la idea de ‘espacialidad’ no es sencilla. En este tema la geogra-fía, como ciencia que investiga el uso social del espacio, y por tanto se ocupa del espacio humano, por decirlo así, es la disciplina a la que debemos dar prioridad.

En el siguiente apartado presentamos una breve historiografía de la geografía, a la que conceptualizamos, entre las varias maneras posibles, basculando entre los conceptos clave de ‘espacio’ y de ‘lugar’. Con esta discusión trataremos de mostrar que el concepto de lugar, mejorado respecto a sus utilizaciones primigenias (por parte de la geografía nor-mativista), y el de paisaje, son arqueológicamente útiles para extraer conocimiento del pa-sado, y especialmente en el caso de los paisajes con arte rupestre. Con este objetivo en mente describiremos brevemente distintas aproximaciones arqueológicas al fenómeno del paisa-je, explicitando nuestra postura dentro de la arqueología social del paisaje. Por último de-sarrollaremos el contenido y significado de dos estrategias arqueológicas utilizadas en la presente tesis para estudiar el arte rupestre en el paisaje: la visibilidad y la teoría de la lo-calización.

Concepto y teoría del paisaje

El espacio y el lugar a través de la geografía

El Espacio y el Tiempo son dos dimensiones absolutas. Constituyen la noción básica para la comprensión occidental del mundo, que procede de los comienzos de la ciencia moderna.

El Espacio absolutocontiene una serie de propiedades, como son la de ser homogéneo, isotrópico, isométrico e infinitamente extendido, estar vacío y ser a priori, que investiga-dores como Newton, Descartes, Galileo y otros (Casey 1996: 19-20) tomaron como con-diciones para elaborar modelos matemáticos puros que pudieran explicar el mundo.

Aunque Newton reconocía lugares absolutos y relativos, solamente lo hacía como por-ciones de Espacio absoluto, donde la acción (por ejemplo, gravitatoria) tenía lugar. Newton

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describió el Espacio y el Tiempo1como "God’s infinite sensoria" (Casey 1996: 20).

La concepción moderna del espacio parte de Kant, que retomó estas nociones fijando dos ejes abstractos, formas puras de la intuición (Espacio y Tiempo), sobre los cuales se desarrolla-ría la vida. Cada uno de ellos sedesarrolla-ría una forma a prioride la sensibilidad, y basándose en esta dicoto-mía Kant singularizó el estudio de sus distintos objetos en dos disciplinas y metodologías diferen-tes, la geografía y la historia (Schaefer 1980). Esta dualidad fundamental se ha mantenido, convir-tiéndose de hecho en una de las claves de la epistemología moderna. La historia se ocupa del tiempo, mientras que la geografía lo hace del espacio. A pesar de esto, el tiempo se ha convertido en el eje principal, al que se subordina el espacio (Criado 1993b).

Esta dualidad de las investigaciones físicas y filosóficas clásicas empieza claramente a ponerse en duda cuando a principios del siglo XX, Poincaré, el padre de la topología, desarrolla el concepto de espacio relativo, que no distingue entre el espacio y el tiempo ("nada aparece en el mundo físico que sea puramente espacial o temporal" (Estébanez 1990: 85)), de manera que todo se convierte en un proceso, en el que la escala temporal siempre está implícita2.

Así, espacio y tiempo absolutos empezaron a consolidarse y a desmoronarse a través de la físi-ca, pero tanto en la geografía como en la historia se han mantenido hasta tiempos muy recientes.

Junto con la idea de las dimensiones abstractas se ha perdido también la de su separación: ni la historia ni la geografía pueden encajar perfectamente en uno de los dos ejes olvidando el otro.

La afiliación de la geografía, ciencia que estudia la distribución y la ordenación de los elemen-tos en la superficie terrestre en función de su uso social, y la historia, es íntima. No se entiende la historia sin el contexto físico, mientras que la geografía tiene muy en cuenta el desarrollo históri-co, la evolución temporal, a la hora de llevar a cabo estudios específicos. De hecho hay ramas con-cretas dentro de la geografía humana, como la etnografía, la geografía histórica y la geografía lin-güística, que incluyen una dimensión temporal vertebradora. La geografía regional, por su parte, explica las diferencias entre los lugares mediante el estudio de la especial combinación de elementos que los distingue y caracteriza. Los geógrafos regionales pueden estudiar la evolución de un área de pequeñas dimensiones, estudio denominado microgeografía, o el de grandes áreas, denomi-nadas macrodivisiones. Éstas, de forma elocuente, se definen en función de sus características cul-turales.

La síntesis de geografía e historia es pues indispensable para formalizar un proyecto histórico consistente.

La idea de que espacio y tiempo son uno está en muchos autores actuales: "We experience space and time together in place -in the locus of a continous ‘space-time’ that is proclaimed alike in twentieth-century physics, philosophy, and anthropology" (Casey 1996: 37).

Dentro de la geografía, sin embargo, la evolución del concepto espacio ha sido más compleja.

Por una parte, el espacio era algo dado y a priori. Por otra parte, los estudios geográficos (e histó-ricos), historicistas, se consideraban destinados a comprender los casos individuales, más allá de toda generalización (Schaefer 1980). Así, la noción de espacio abstracto quedaba oculta bajo la tarea de descripción peculiar que se destinaba a enumerar las características contenidas por ese es-pacio en una localización concreta. Estos son los estudios regionales o corológicos propios de gran parte de la historia de la geografía, desde Kant hasta Vidal de la Blache.

2Quizá no sea casualidad que Henri Poincaré influyera, con sus escritos teóricos de princi-pios del siglo XX, tanto en el concepto de espacio nuevo movimien-to; por lo tanto, ni tiene un valor práctico ni lo tiene científico; y no está justificado que alguien diga que sabe algo respecto a él. Se trata de una concepción

Dentro de estos estudios el ‘lugar’ era la noción nuclear en torno a la cual se construía la in-vestigación, a la que se buscaba describir y comprender, y se pensaba como un hecho único e irrepetible. El lugar era entorno, espacio orgánico y simbiótico en el que el ser humano se inte-gra y con el cual forma una unidad. El lugar, o región, es, para Vidal de la Blache, representan-te más importanrepresentan-te del normativismo geográfico, un hecho natural modelado por el hombre. Una región sería un espacio que se organiza de forma homogénea y de manera diferenciada, y que es necesario llegar a comprender de manera individual y particular, huyendo de las generalizacio-nes prematuras. Esta postura particularista se explica en el contexto de una historia de la inves-tigación marcada por el determinismo geográfico, al cual Vidal de la Blache responde con la doc-trina del posibilismo (la Naturaleza sugiere a menudo varias posibilidades entre las que el hom-bre elige).

En oposición al normativismo, la idea de espacio absoluto será recuperada plenamente por la Nueva Geografía, la corriente que se constituye como rechazo y superación del historicismo, par-ticularismo o excepcionalismo geográfico (Schaefer 1980), de inspiración teórica funcionalista, y cuyo fin es la explicación, no la comprensión.

La geografía estadística y cuantitativa de los años 30, la reacción contra el dominio prolonga-do de los estudios particularistas o excepcionalismo (estudio de la región, que impediría formar leyes de carácter general), la expansión de las ideas del Círculo de Viena (Estébanez 1990: 87) a través de la diáspora de sus miembros, la necesidad de reconstrucción de la economía de pos-guerra... son factores que influyen en el origen de la Nueva Geografía durante los años 50 en Estados Unidos, y la consecuente extensión sin precedentes de los métodos cuantitativos de es-tudio. En el ámbito anglosajón europeo la introducción del paradigma positivista-cuantitativo fue más temprana, mientras que en Alemania, Francia y países mediterráneos se producirá en los años 70 (Estébanez 1990: 76), debido a la primacía del enfoque vidaliano y ratzeliano, que lo frenaron hasta los años 70. La reacción se produce contra el particularismo, las insuficiencias del enfoque regional clásico, poco adecuado a la problemática de una sociedad urbana e industrial (Estébanez 1990: 76) y a favor de los métodos matemáticos y estadísticos, principalmente. En ello tiene gran influencia la obra de Christaller.

Para los geógrafos cuantitativos, la más importante pregunta a hacerse es por qué las distribu-ciones espaciales se disponen de la forma en que lo hacen. Una distribución espacial es la fre-cuencia con la que un hecho aparece en el espacio. La densidad variable en esta distribución es un factor de atracción natural para los geógrafos, que tenderán a plantearse las razones de este fenómeno (Estébanez 1990: 84-85).

Las explicaciones geográficas habituales (como las históricas, podríamos añadir) de la Nueva Geografía utilizan como modelo/criterio sobre el cual se tomarían las decisiones el principio del mínimo esfuerzo (puesto en entredicho eventualmente por el principio de lo satisfactorio) (Estébanez 1990: 93-94).

La Nueva Geografía sustituyó el concepto reduccionista del lugar y propuso el estudio de las distribuciones espaciales para comprender el comportamiento humano, y estos desarrollos son más que fundamentales para el surgimiento de la Arqueología del Paisaje, entre otras cosas. La Nueva Geografía tiene ciertas implicaciones que no fueron capaces de soslayar sus promotores y que interesan especialmente a la historia y la arqueología del paisaje: el individuo conoce menos del mundo que el grupo al que pertenece; su microespacio es más complejo y difícil de estudiar

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que la imagen del grupo sobre el mundo, que necesariamente se ha de apoyar en simplificacio-nes y estereotipos; las culturas influyen en los individuos que las componen. Podríamos tomar esta jerarquización del grupo sobre el individuo establecida por los geógrafos y aplicarla en orden inverso: no sólo la percepción sino también la influencia del grupo sobre el entorno será mayor que la del individuo, y por tanto su huella será más fácil de encontrar que la del individuo.

Pero la geografía cuantitativa fue presa de ciertas limitaciones, entre las que destacan la de la insuficiente crítica al empirismo y la continuación del papel que la geografía como ciencia siguió desempeñando: básicamente, técnica al servicio de las clases dominantes. Aunque el empirismo ingenuo de la geografía tradicional evoluciona a uno más abstracto, el cambio es fundamental-mente epistemológico (de inductivismo a un razonamiento hipotético deductivo). "En este pro-ceso asistimos incluso a un empobrecimiento constante de la concreción del espacio. Así del ca-rácter complejo del genre de vie en el que se incluyen las más diversas características del hombre se llega a la caricatura del ‘genre de vie’ por los artificialistas al reparar exclusivamente en los com-ponentes tangibles y visibles del paisaje, para llegar a la simple geometrización del espacio en la geografía cuantitativa" (Estébanez y Pérez 1990: 22).

Desde los años 60, el paradigma funcionalista convivió con otras escuelas, entre las que des-taca la geografía de la percepción y del comportamiento, que se constituye como un puente entre la Nueva Geografía y las reacciones antipositivistas de los años 70. Esta corriente critica al geó-grafo como observador objetivo y estudia las decisiones espaciales de la realidad que se alejan del comportamiento del modelo económico. Sus proposiciones básicas son que los seres humanos son racionales cuando toman decisiones, y obran racionalmente en función de su forma de per-cibir el medio. Sus decisiones se basan pues en el conocimiento de la realidad objetiva, pero la información sobre la misma es limitada, y se evalúa según criterios predeterminados. En el caso de una elección habitual, el criterio se apoya en la conducta anterior (Estébanez 1990: 93).

Ya a finales de los años 60 y sobre todo los 70, con la influencia de la crítica de la Escuela de Frankfurt, dos corrientes definidas, geografía radical y humanismo, criticaron la teoría (menos la práctica) que sustentaba la Nueva Geografía. Esto sucedió, entre otras cosas, entre las que su servidumbre política no es la menos importante, porque la Nueva Geografía había concluido que el lugar como unidad de investigación no resultaba rentable dentro de una geografía positi-vista preocupada por acabar con esas peculiaridades ‘lugareñas’ y por buscar una serie de leyes universales (Schaefer 1980). Por lo tanto el lugar se convirtió en un concepto premoderno que fue desmontado por el concepto de espacio.

Así, paradójicamente, por una parte la geografía no podía permanecer al margen de la ‘revo-lución relativista’ y creer en un concepto estático y abstracto del espacio. Resulta bastante pro-blemático en los ‘nuevos geógrafos’ que mientras afirman que "La geografía es esencialmente morfológica. Las leyes estrictamente geográficas no contienen referencias al tiempo y al cambio"

(Schaefer 1980: 73), hacen sin embargo partícipe a la geografía de una serie de procesos, por fuerza temporales 3. El resultado es que la idea de espacio como una entidad dinámica en la que espacio y tiempo actúan conjuntamente queda completamente abandonada, y en función de las necesidades coyunturales de investigación el objeto de estudio se convierte en un contenedor in-móvil de procesos.

Si hemos dicho que el lugar es un concepto premoderno, también es un concepto posmoder-no (Casey 1996: 20). Necesariamente, la crítica a la Nueva Geografía condujo a una nueva bús-queda del lugar. Ha sido la geografía humanista la que más ha trabajado en una

conceptualiza-3 Schaefer presenta tres tipos de procesos que afectan a la

ción del espacio polifacética. Para Tuan (1977)4, los monumentos, obras de arte, ciudades o na-ciones son lugares porque organizan el espacio y constituyen centros con significación. Además el concepto de lugar sería una dimensión en la que se imbricarían todos los sentidos, incluso los más pasivos: olfato, gusto, tacto, vista y capacidad de simbolizar...5La idea es que los lazos sóli-dos y afectivos entre seres humanos y lugares confieren estabilidad al individuo y al grupo hu-mano. La disfunción entre estas dos instancias produciría fuertes tensiones (Estébanez 1990:

127). Estos conceptos de la geografía humanista proceden en gran medida de las filosofías fe-nomenológica y existencial.

Los geógrafos humanistas critican sobre todo la pérdida de la noción de lugar en el sentido de Vidal de la Blache y su sustitución por la de espacio, en el que el ser humano, agente geográfi-co, termina desapareciendo (Estébanez 1990: 121). Por ejemplo Christaller habría reducido el espacio a una geometría, en la que la relación ser humano-medio se vería reducida a una activi-dad racional, dominada por los factores económicos. Así, tratarán de convertir de nuevo al es-pacio en lugar.

Las críticas que formulan alcanzan tanto al positivismo, que es incapaz de incorporar la am-bigüedad, la contingencia y los cambios no lineales que constituyen lo habitual en las relaciones dentro del mundo vivido (Estébanez 1990: 121), como a la geografía marxista del enfoque ra-dical, puesto que su resultado fue el mecanicismo surgido de una lógica igualmente economi-cista y racionalista (Estébanez 1990: 122).

La orientación metodológica empática de esta corriente, con su inmersión en el problema plan-teado, no permite a la arqueología beneficiarse de sus posibles desarrollos. Sin embargo, su crí-tica sí es útil. "La geografía humanista, al ser una crícrí-tica reflexiva que exige introspección, supo-ne que el paisaje geográfico ha de ser algo más que el clima, las parcelas y las casas. Debe incluirse también los sentimientos, los conceptos y las teorías geográficas que tiene el hombre o el grupo.

Un geógrafo humanista contempla el mundo de hechos y busca constantemente el significado de los mismos" (Estébanez 1990: 123).

Por tanto, el concepto de lugar integra con total coherencia tanto la dimensión espacial como temporal. No se conciben de manera separada ni jerarquizada. "Space and time come together in place" (Casey 1996: 36).

Se podría argumentar entonces que la geografía ha evolucionado, en gran medida, porque ha sustituido el viejo concepto de espacio absoluto y neutro -contenedor- por el de espacio relati-vo, cambiante en el tiempo, y, en posteriores versiones, subjetivo (espacio psicológico). El espa-cio no será ya más algo dado, sino que se habrá de estudiar como algo creado. En esto tanto la geografía humanista, como hemos visto, como la geografía radical, han tenido su papel.

La geografía crítica o radical podría comenzar con el enfoque geográfico anarquista de Kropotkin y los hermanos Reclús; pero las más importantes divergencias respecto al paradigma dominante, ya sea en versión posibilista o cuantitativa, comenzaron a partir de los años 50 del siglo XX, conquistando un lugar ya en los años 70. Los geógrafos adscritos a la geográfica radi-cal se ocupan de desmitificar la objetividad supuesta de la Nueva Geografía, y su contenido po-lítico encubierto, y denuncian la ocultación sistemática por esta corriente de las contradicciones sociales que originan las desigualdades socio-espaciales. Proponen pensar el espacio para poder combatir la visión dominante (Estébanez y Pérez 1990: 27).

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4 TUAN, Y.F. (1977): Space and Place. The Perspective of Expe-rience, University of Minnesota Press, Minneapolis (citado en Estébanez 1990: 127).

5Para un estudio antropológico que enriquece el concepto de

‘paisaje’ a través del predominio concedido a los estímulos sono-ros, ver Gell (1999d).

Tanto la geografía humanista como la geografía radical ponen de manifiesto el apoyo ideológico

Tanto la geografía humanista como la geografía radical ponen de manifiesto el apoyo ideológico