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E

l origen de la economía productora en la Península Ibérica es un tema controvertido, para el que no existe una explicación unánimemente aceptada. Primero la hipótesis tradicio-nal difusionista y posteriormente el modelo dual se han impuesto en el panorama de la investigación. Ésta última, en la que nos centraremos, está siendo muy contestada en las últimas décadas (Vicent 1990, 1997; Barandiarán y Cava 1992; Schuhmacher y Weniger 1995; Olària 1998; Hernando 1999a...), ya que el registro arqueológico con que se cuenta permite sentar bases para modelos divergentes11.

El modelo dual

El "modelo dual" es una aplicación concreta del modelo de ola de avance de Ammerman y Cavalli-Sforza (1984), tomando además modelos antropológicos de contacto entre poblaciones (coloniza-ción, aculturación indirecta, aculturación directa) para explicar el registro arqueológico (Bernabeu et alii1993). Teniendo en cuenta que el argumento principal es que la aparición de la tecnología neolítica en la Península Ibérica se explica por causa de la difusión démica desde Oriente Próximo a través del Mediterráneo, el modelo de contacto principalmente empleado por el modelo dual es el de la aculturación directa (Fortea 1973; Bernabeu et alii1993; Martí 1994; Bernabeu 1995, 2000;

Martí y Juan-Cabanilles 1997). "Básicamente, el modelo dual trata de establecer la estructura del re-gistro, en las variables tecnología, asentamiento y subsistencia, en una hipotética región donde se produzca una interacción entre los grupos colonizadores neolíticos y los representantes del mesolí-tico final regional; por tanto en una situación de aculturación directa" (Bernabeu et alii1993: 247).

Lógicamente la principal expectativa de los seguidores de este modelo, arqueológicamente hablan-do, es la aparición conjunta de todos los elementos considerados característicos de la neolitización (Bernabeu et alii2001: 598).

Las objeciones presentadas al modelo dual son tanto de orden ideológico (Hernando 1999a) y teórico (Vicent 1995, 1997; Rodríguez Alcalde et alii1995; Hernando 1999a), como arqueológico (Barandiarán y Cava 1992; Vicent 1990, 1997; Pallarés et alii1997; Hernando 1999a; Olària 1998).

En cualquier caso el registro arqueológico se compone de una exigua evidencia. Ello se resume en una triple oposición: entre tierras fértiles de la llanura costera aptas para el cultivo y el terreno com-partimentado de la sierra, entre yacimientos tipológicamente adscritos al epipaleolítico o al neolíti-co, y por último, entre los grupos neolíticos y los epipaleolíticos del interior, representados respec-tivamente a partir de las dos características anteriores.

Esta interpretación obvia el hecho de que pueden existir diferencias funcionales entre los yaci-mientos/asentamientos humanos (Barandiarán y Cava 1992; Vicent 1990, 1997; Hernando 1999a), crítica contestada en los últimos tiempos (Martí y Juan-Cabanilles 1997), aunque subsisten algunos problemas, como hasta qué punto es posible excluir las interpretaciones funcionales porque en los yacimientos considerados productores puros (Cova de l’Or y Cova de la Sarsa) dominen los trape-cios, mientras que en los conjuntos mesolíticos sincrónicos dominen los triángulos (Martí y Juan-Cabanilles 1997: 225), o si es concluyente que los patrones de sacrificio de los animales domésticos, así como las marcas de carnicería, representan rasgos culturales (Martí y Juan Cabanilles 1997: 226) o simplemente comportamientos económicos distintos y por lo tanto explicables desde el punto de

11 Bernabeu et alii(2001: 598) consideran que las posiciones ‘mi-gracionistas’ e ‘indigenistas’ son las más extremas en este debate, idea que no compartimos.

vista funcional. Se ha demostrado que la talla lítica en los yacimientos neolíticos está dirigida a la obtención de soportes laminares (Martí 1994: 35), pero la unidad tecnológica podría explicarse por una determinación o condicionamiento económico. Existe asimismo diversidad funcional dentro de los yacimientos clasificados como neolíticos (Martí y Juan-Cabanilles 1997: 226-227), con lo que la comparación lítica formal no se establece entre dos términos opuestos, dificultando así las conclusiones. Además, la "laminariedad de la talla no puede considerarse una prerrogativa de los grupos cardiales" (Martí 1994: 35), aunque se dan diferencias entre la tecnología asociada a los ya-cimientos neolíticos y mesolíticos. Pero también hay similitudes: en el Tossal de la Roca, el geome-trismo cardial se parece al geomegeome-trismo de Cueva de la Cocina I, no cardial (Cacho et alii1995: 88;

Martí 1994: 36). En todo caso, los niveles neolíticos del Tossal son escasamente fiables (Carmen Cacho, com. per.).

La gradación cronológica desde la costa hacia el interior supuesta para los yacimientos neolíticos según el modelo dual, basándose en gran medida en la presencia de cerámica ante todo cardial, queda matizada por la cronología temprana de sitios como Cueva de Chaves, Abrigo de Verdelpino, Cueva del Nacimiento, Gruta de Caldeirão o Font del Ros. Al menos en el caso de la Cueva de Chaves, se ha intentado explicar su existencia como resultado de una colonización directa (Baldellou 1994), lo cual es un argumento ad hocya que contradice el supuesto inicial de colonización costera.

Por otro lado, la clásica oposición entre zonas interiores y costeras no responde a un aprovecha-miento y ocupación del territorio mediterráneo compatible a prioricon las características naturales del mismo, que por su carácter impredecible ha de ser explotado de manera complementaria en sus distintas regiones (Vicent com. per.). Así, la división costa-interior, que durante mucho tiempo se mantuvo, de forma que se podía hablar de un neolítico de montaña frente al neolítico cardial (Jordá y Alcacer (1949) definen el Neolítico inicial de montaña por oposición al cardial), "ha ido perdien-do nitidez con la presencia del Epipaleolítico en la misma línea de costa o del arte Levantino en las comarcas de la Safor y la Ribera" (Martí y Juan-Cabanilles 1997: 228). La supuesta índole marginal de las serranías interiores desde el punto de vista económico está siendo rebatida en los últimos tiem-pos (Román et alii1996; Sánchez Quirante et alii1996; Gavilán y Vera 1997). Según Gavilán y Vera (1997: 18-19) sus datos "...vienen a demostrar la escasa consistencia de determinadas hipótesis que cobran carácter de afirmación, como es el presunto retardatarismo económico, en su vertiente agrí-cola, de los grupos asentados en medios serranos frente a los situados en las campiñas o en el litoral, supuestamente más dinámicos".

Junto con la idea de una ‘economía retardataria’ podríamos desechar la de una ‘cultura retardata-ria’, que también sería propia de los grupos mesolíticos mediterráneos cuando son concebidos por los autores del modelo dual como receptores de las innovaciones tecnológicas y culturales portadas por los neolíticos (cerámica, arte rupestre, tecnología lítica...).

Por último, se ha comentado extensamente la insuficiencia del modelo dual en cuanto a su confianza casi exclusiva en un rasgo tecnológico (cerámica) para establecer una secuencia his-tórica completa (Olària 1994; Olària y Gusi 1996; Hernando 1999a). Al suponer una crono-logía determinada a un tipo cerámico a partir de una buena secuencia estratigráfica (Bernabeu 198912), se utilizan dichos tipos cerámicos para fechar otros contextos, de manera que otros pa-rámetros de contrastación quedan ocultos. El mismo problema se presenta con otras variables como la industria lítica o las marcas de corte o mordedura de hueso (Bernabeu et alii1999b;

Bernabeu et alii1999c), ya que establecen como premisa de partida la que en otros casos sería un resultado de la investigación: la explicación de la variabilidad del registro arqueológico está

12BERNABEU, Joan (1989): La tradición cultural de las cerá-micas impresas en la zona oriental de la Península Ibérica. Serie de Trabajos Varios del SIP 86, Diputación de Valencia, Valencia.

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dada con anterioridad al estudio del propio registro.

Un modelo alternativo

Los modelos alternativos al modelo dual, difusionista (aunque no se considere tal por ejemplo en Bernabeu et alii1999c: 70), son evidentemente los modelos de autoctonía. Éstos son continuistas, básicamente, en el sentido de que, en oposición a la interpretación discontinua del registro arqueo-lógico propia de los miembros de la escuela dual, los partidarios de soluciones autóctonas tienden a minimizar supuestas rupturas dentro de este registro que justificaran una irrupción más o menos brusca de elementos nuevos y revolucionarios (Vicent 1997).

Dentro de estos modelos hay dos variantes principales. Una ha puesto énfasis en una domestica-ción autóctona en el Mediterráneo occidental para explicar de esa manera el surgimiento de la pro-ducción (Olària y Gusi 1996; Olària 1998). La segunda, que se ha dado en llamar modelo capilar o percolativo (Vicent 1995, 1997; Rodríguez Alcalde et alii1995), prescinde de dicha supuesta do-mesticación indígena para centrarse en un rasgo fundamental de las sociedades primitivas: el inter-cambio e interacción entre grupos, de manera que el supuesto de la migración humana se convier-te en irrelevanconvier-te. Al tiempo, pone en juego rasgos de tanta significación antropológica como la im-portancia de que la economía sea de rendimientos inmediatos o aplazados, o la idea de diversificación económica asociada a la intensificación en la producción (Vicent 1997), más allá de que se den prác-ticas productoras o predadoras.

Encontramos este último modelo más plausible tanto a nivel teórico como arqueológico o antro-pológico. Dada la inexistencia de agriotipos salvajes en el Mediterráneo occidental para las especies que posteriormente se encuentran ya domesticadas en el registro levantino, resulta demasiado for-zado el argumento de la domesticación autóctona. Otra cosa sería la demostración de que la do-mesticación se hubiera producido en el norte de África (Olària 1998), para lo que en todo caso ha-bría que explicar la aparición de dichos elementos, procedentes de Próximo Oriente o de África, en la Península. Para ambas situaciones resulta útil el modelo percolativo, puesto que apelando a rela-ciones de vecindad y reciprocidad entre grupos humanos (Rodríguez Alcalde et alii1995; Vicent 1997) se puede proponer una difusión no dirigida de elementos materiales y conocimiento, que en un corto lapso de tiempo se habrían extendido por zonas amplias del Mediterráneo sin requerir des-plazamientos de población (Vicent 1997; Rodríguez Alcalde et alii1995).

Por otro lado, ante la disyuntiva de explicar la aparición de los domesticados en el registro como equipo material de un grupo de inmigrantes o como objetos intercambiados, la hipótesis capilar sim-plifica la argumentación, ya que hace innecesario recurrir a una explicación adicional sobre qué gru-pos se han desplazado, desde dónde, cómo, y por qué motivo (Vicent 1997; Olària y Gusi 1996), algo que no parece estar claro (Martí y Juan-Cabanilles 1997: 219; aunque ver por ejemplo Zilhão 2001). Además, se ha puesto de manifiesto en cada vez más ocasiones que la aparición de elemen-tos neolíticos en el registro arqueológico responde mejor a una hipótesis que no implique su intro-ducción conjunta en un momento dado, sino la adopción individual de cerámica y domésticos a lo largo de un período más o menos largo de tiempo, antes de lo previsto por el modelo migracionis-ta (Guilaine et alii1993; Schuhmacher y Weniger 1995; Pallarés et alii1997; Hernando 1999a...).

La hipótesis capilar ofrece una solución compatible con la suposición básica que comparten todos los investigadores, independientemente del modelo que sostengan: en el momento en que se intro-duce la tecnología agrícola, la población de la Península Ibérica estaba compuesta por grupos

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dores-recolectores. La diferencia entre ambos modelos (dual y percolativo) estriba en su considera-ción de los cazadores-recolectores como predadores no complejos o como entidades dinámicas en proceso de transformación. Por lo tanto, más allá del mecanismo concreto de expansión propuesto, el modelo de autoctonía es interesante porque implica un dinamismo social en los grupos mesolíti-cos mediterráneos que el modelo dual limita.

La evidencia arqueológica: el mesolítico-neolítico en el levante peninsular

En este apartado exponemos de manera esquemática el proceso histórico de largo alcance que pa-rece haberse dado en la región levantina de la Península Ibérica, desde el punto de vista del modelo percolativo (Vicent 1990, 1997; Hernando 1999a). Éste presenta algunos puntos oscuros respecto a la evidencia arqueológica, aunque creemos que el modelo no resulta refutado por dicha evidencia.

No pretendemos presentar los datos exhaustivamente ni dar cuenta de todos los casos de manera sistemática y prolija, sino mostrar selectivamente cuáles son las bases arqueológicas con las que se cuenta, que eventualmente pueden reforzar la hipótesis de un proceso autóctono de desarrollo de la complejidad social y económica. Éste habría conducido sin necesidad de aportaciones humanas ex-ternas a la adaptación temprana y progresiva de elementos considerados neolíticos por parte de los cazadores-recolectores levantinos, eventualmente cazadores-recolectores complejos.

Debe entenderse que el periodo cronológico tratado abarca desde finales del Pleistoceno hasta me-diados del Holoceno. Asimismo, las zonas consideradas incluyen regiones del interior como Aragón y el oriente de Castilla la Mancha. Las fechas BC son calibradas.

Condiciones medioambientales

En general se habla de cambio sustancial en las condiciones ambientales desde el Pleistoceno al Holoceno (Lewthwaite 1986; Dupré 1988; Moure y González 1992; Bernabeu et alii1993; Badal y Roiron 1995; Cacho et alii1995; López y López 1999 y 2000), que consistirían en una mejoría climática generalizada en la Europa mediterránea occidental a partir del Preboreal o comienzos del Holoceno, lo que la convierte en una región individualizada en estas fechas (Dupré 1988: 56). Parece que ya en el Tardiglaciar se puede diferenciar la región mediterránea de la eurosiberiana peninsular (Badal y Roiron 1995: 41).

Y es que en la zona mediterránea los fenómenos climáticos y sus consecuencias en el entorno no aparecen tan acentuados como en otros registros del norte de Europa (López y López 1999: 140).

En realidad parece que el cambio gradual hacia especies vegetales de condiciones más cálidas se apre-cia desde el 16000 BP (Aura et alii1998: 98). Según López y López (1999: 150), "una de las prue-bas más claras que aporta la palinología de las secuencias de la región mediterránea es que la expan-sión de numerosos taxones mediterráneos se produce, precisamente, a lo largo del Tardiglaciar, sobre todo en su interestadio, y no a lo largo del Holoceno como sería lógico pensar". En el Tardiglaciar se produce la sustitución rápida de las formaciones estépicas por las preforestales, que darán paso al bosque Holoceno (Badal y Roiron 1995: 38).

Las oscilaciones climáticas del Tardiglaciar13y el Holoceno parecen haber sido mayores de lo que se creía (López y López en Cacho et alii1995: 32), lo que incidió de forma especial en una región, la Mediterránea, ya muy heterogénea en sí (López y López 1999: 141). Las variaciones que

mues-13Tardiglaciar: conjunto de fluc-tuaciones climáticas más o menos notables al término del último pe-riodo glaciar (15000/16000-10000 BP) (López y López 1999: 141).

tran los yacimientos son notorias (Badal y Roiron 1995).

Los períodos establecidos, con las mencionadas oscilaciones internas, se han fechado como sigue para la zona mediterránea:

Alleröd: 11750 a 10750 BP (9800 a 8800 BC) Dryas reciente: 10750 a 10150 BP (8800 a 8250 BC) Preboreal: 10150 a 8750 BP (8250 a 6800 BC) Boreal: 8750 a 7450 BP (6800 a 5500 BC) Atlántico: 7450 a 4450 BP (5500 a 2500 BC) Subboreal: 4450 a 2650 BP (2500 a 700 BC)

Subatlántico: 2650 a hoy (700 BC a hoy) (según Dupré 1988: 4).

El límite entre el Pleistoceno y el Holoceno se daría en el inicio del Alleröd, y la secuencia Tardiglaciar y postglaciar en el inicio del Preboreal, por lo que ambas no son coincidentes (Dupré 1988: 4). Según López y López (1999: 147), se acepta convencionalmente la fecha de 10250 BP para el tránsito Pleistoceno-Holoceno, aunque el aumento sustancial de la temperatura y de la hu-medad ya se empezara a detectar durante el interestadio Tardiglaciar, es decir, a partir del 13000 BP (con la interrupción fría del Dryas reciente).

A grandes rasgos se admite que se dan dos fases frías, Dryas antiguo y Dryas reciente, separadas por un intermedio de mejoría climática, denominado interestadio Tardiglaciar o de Bölling/Alleröd (López y López 1999: 141).

El Dryas antiguo (16000-13000 BP) es frío y seco, con vegetación estépica (Badal y Roiron 1995:

38; López y López 1999: 142). En el Interestadio Bölling-Allerod, entre 13000 y 11000 BP, se pro-dujo un calentamiento climático rápido con temperaturas parecidas a las actuales. Además de ser más cálido, también es más húmedo. "El Alleröd supone el momento álgido del clima tardiglaciar, pues se corresponde con el periodo más benigno y húmedo. Durante él se lleva a cabo una profun-da transformación del paisaje, produciéndose la sustitución del bosque de pinos por otro de quercí-neas, principalmente por encinares y/o quejigares" (López y López 1999: 146). El Dryas reciente (11000-10000 BP) vuelve a ser frío y seco (López y López 1999: 147).

Las formaciones boscosas son típicas del Holoceno. Sin embargo, estas formaciones irán retroce-diendo, con períodos de recuperación (Badal y Roiron 1995; López y López 2000; López y López e.p.). A partir del Atlántico se complican por la deforestación antrópica (Dupré 1988: 118-119;

Badal y Roiron 1995: 42). En concreto, se da una sustitución de los Quercuspor los pinos, al pare-cer asociados con la actividad humana (Dupré 1988; Badal y Roiron 1995). Desde el Subatlántico las condiciones son algo más húmedas. En el Levante los cambios fueron significativos no solamen-te en la solamen-temperatura sino también al nivel de las variaciones en la línea de costa, que asciende desde el 18000 BP en adelante (Aura et alii1998: 97). Se empiezan a formar los pisos bioclimáticos me-diterráneos, como se constata en Padul (López y López 1999: 147).

Pero en realidad los datos son escasos. Las secuencias de los yacimientos arqueológicos son com-plementadas en toda el área mediterránea con turberas y yacimientos polínicos, pero la equipara-ción entre ambos tipos de resultados no es perfecta. Ambos se encuentran en distintas localizacio-nes, y las fechas de carbono 14 no están disponibles en todos los casos. Solamente las secuencias de Tossal de la Roca (que habría que revisar en el futuro, ya que existe un nuevo muestreo: Carmen

Cacho com. per. y Cacho et alii2001; Pilar López García y Jose Antonio López Sáez, com. per.), Canal de Navarrés, San Rafael, Padul y Alborán parecen cubrir el periodo de transición entre el Tardiglaciar y el Holoceno (López y López 1999: 150). Para el final del Pleistoceno se utilizan tam-bién datos de la Cueva de Nerja, Cova de les Malladetes, Cueva de l’Arbreda, Cova de les Cendres, Cova Bolumini y Ratlla del Bubo (Badal y Roiron 1665: 36 y ss), Cueva de la Carihuela y la Bahía de Xàbia (López y López 1999: 143). Para la secuencia holocena se añaden Cova de l’Or, Cingle Vermell, Balma Margineda, Cova del Frare, Cova 120, Can Sadurni, Can Tintorer y Ojos del Tremedal, aunque en estos casos no se pueda hablar de largas secuencias completas (Badal y Roiron 1995: 41 y ss).

Este cambio de condiciones produce una diversificación ambiental (Uzquiano y Arnanz en Cacho et alii1995) que promueve nuevas estrategias económicas de la población mediterránea desde el Pleistoceno, que empieza a ampliar su espectro alimentario incluyendo recursos diversificados en la dieta (Lewthwaite 1986; Aura y Pérez 1992; Bernabeu et alii1993; Olària 1994; Schuhmacher y Weniger 1995; Cacho et alii1995; Hernando 1999a...). Los grupos de cazadores-recolectores ha-brían tendido desde temprano a incorporar tantos recursos (terrestres o marinos) como tuvieran dis-ponibles para garantizar su abastecimiento (Lewthwaite 1986; Vicent 1990; Aura y Pérez 1992;

Olària 1994; Hernando 1999a), intensificando la pesca y la recolección, probablemente (Lewthwaite 1986: 59).

Diversificación económica

Se ha señalado repetidas veces la convivencia en los mismos sitios de prácticas de caza y recolec-ción vegetal con las de la pesca y la recolecrecolec-ción de animales marinos (Aura y Pérez 1992; Bernabeu et alii1993; Hernando 1999a). De hecho, a partir del Pleistoceno final los recursos marinos pare-cen incorporarse significativamente a la alimentación (Aura et alii1998: 100; Aura y Pérez 1992:

37), así como la pesca fluvial (Aura y Pérez 1992: 37; Pallarés et alii1997: 128). Por otro lado, los recursos vegetales hasta ahora conocidos son piñones, semillas de aceituna, bellotas, nueces, cirue-las, arvejas (un tipo de leguminosa), avellanas y sanguiñuelo, y los yacimientos que han proporcio-nado ciertas evidencias son Cueva de Nerja, Cingle Vermell, Tossal de la Roca, Cueva del Caballo y Balma Margineda, desde el Magdaleniense final (Davidson 1989: 233; Aura y Pérez 1992: 37; Cacho et alii1995; Aura et alii1998: 100; Pallarés et alii1997: 129).

En general parece que después del 10000 BP se produce una fuerte diversificación de los hábitats explotados, según las evidencias de Cueva de la Cocina, Tossal de la Roca, Collado y Albufera de Anna, Estany Gran d’Almenara (Castellón), Arenal de la Virgen y Casa de Lara (Alicante), con apro-vechamiento de recursos acuáticos (Aura et alii1998: 100). Por otro lado, desde el Holoceno inicial ciertas especies animales empiezan a abundar más; entre ellas, rebeco, corzo y jabalí (Aura et alii 1998: 98), como es el caso en el Tossal de la Roca (Cacho et alii1995: 93).

La especialización en la caza de mamíferos grandes como ciervo e ibex, más propia del Magdaleniense (Davidson 1989; Aura y Pérez 1992; Aura et alii1998), se ve sustituida por una mayor abundancia de animales de menor tamaño, sobre todo conejos, muy importantes en el ám-bito mediterráneo, cuya importancia crece enormemente a lo largo del final del Paleolítico, y sobre

La especialización en la caza de mamíferos grandes como ciervo e ibex, más propia del Magdaleniense (Davidson 1989; Aura y Pérez 1992; Aura et alii1998), se ve sustituida por una mayor abundancia de animales de menor tamaño, sobre todo conejos, muy importantes en el ám-bito mediterráneo, cuya importancia crece enormemente a lo largo del final del Paleolítico, y sobre