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CAPÍTULO 3. LAS REGLAS DEL JUEGO POLÍTICO

3.1 L AS REGLAS DEL JUEGO DEMOCRÁTICO

3.2.1 El rentismo como expresión de los particularismos latinoamericanos

El particularismo se convierte en la institución dominante de los regímenes políticos latinoamericanos. Esta matriz particularista cristalizaría con el modelo de industrialización orientado al mercado interno, a partir de los años treinta y de la Segunda Guerra Mundial, el cual condicionó fuertemente las actuaciones de los burócratas, los partidos y los grupos sociales. El Estado no solo administraría las políticas públicas sino también su personal y sus recursos según una lógica de intercambio particularizado, en la que la satisfacción de las demandas estaría condicionada por la subordinación política y no en relación con el interés general. Los partidos políticos articulados a las estructuras estatales ofrecerían a sus electores beneficios particulares y así el sistema serviría para agregar votos, pero no permitiría la formulación de políticas encaminadas al interés general (Paramio, 1999). En este sentido, la institución clientelar se fue reproduciendo al interior de los regímenes políticos, generando formas de dominación burocrática patrimonial e impactando en el estilo de gestión pública dominante.

49 Las libertades democráticas, propiamente políticas, son efectivas: votación sin coerciones, libertad de opinión, de movimiento, de asociación y otras ya enumeradas; grandes segmentos de la población disponen de derechos políticos, pero sus derechos civiles y sociales son negados o violadas recurrentemente (PNUD, 2004).

Por lo tanto, si el particularismo, y de forma general el clientelismo, se consolidó como la institución central en la conformación de los regímenes políticos latinoamericanos, resulta relevante profundizar en la descripción de esa estructura particular de relación y en su distinción de otros fenómenos confundidos con él, como el fraude, la manipulación electoral, la corrupción, el tráfico de influencias, etcétera, que son posibles manifestaciones de patologías de tal relación.50

Una revisión de la literatura acerca del concepto de clientelismo permite retomar algunas de las definiciones más significativas.

El particularismo o el clientelismo en su sentido más amplio se entiende como

“un conjunto de reglas y prácticas para la organización política, la representación y el control de los intereses y demandas sociales, basado en la subordinación política de los ciudadanos a cambio de la provisión discrecional de recursos y servicios públicos a los que, en principio y según la ley, todos tienen acceso abierto. El político se apropia de los recursos públicos para obtener subordinación política, pero quienes se le subordinan obtienen a cambio y discrecionalmente lo que deberían ser bienes de público acceso”

(Heredia, 1997, p. 3).

El clientelismo político es definido en forma sumaria como un intercambio de favores, bienes y servicios de parte de líderes político-partidarios a cambio de apoyo o lealtad política por parte de los ciudadanos. Como fenómeno es necesaria una relación social que se produce en un espacio microsocial entre quien detenta poder político desde una estructura burocrática partidaria, o desde un organismo público estatal, y la ciudadanía. Así es posible establecer una relación diádica entre patrón y cliente, que definen relaciones sociales asimétricas y desiguales basadas en arreglos jerárquicos no exentos de un ejercicio vertical del poder y tendientes al ejercicio del control social51 (Trotta, 2003, pp. 23-24).

50 En la corrupción, especifican Della Porta e Ives Meny (1995), el intercambio que se produce está basado en cambiar decisiones por dinero, no median la lealtad ni la confianza como características específicas de la relación de clientela. Asimismo, el intercambio en la corrupción se produce en los márgenes de la ilegalidad y la ilegitimidad, ya que se cuestiona la supervivencia del sistema, como totalidad, al significar un desorden social que corre el riesgo de extenderse (N. López Escalera, 1997, pp.

117-118; citado por Corzo, 2002).

51 Sin embargo, algunos autores como Eisenstadt y Roninger (1984) han señalado que el clientelismo no implica una relación asimétrica y desigual, sino que es percibida como expresión de

El clientelismo52 político es un patrón de comportamiento que, junto a otros particularismos, está fuertemente arraigado en los regímenes políticos latinoamericanos y es considerado una institución en el sentido de constituir “un patrón regularizado de interacción conocido, practicado y aceptado (si bien no necesariamente aprobado) por actores que tienen expectativas de seguir interactuando bajo las reglas sancionadas y sostenidas por ese patrón” (O’Donnell, 1997c, p. 310).

“El clientelismo político es una institución frecuente en las democracias de los países subdesarrollados, no universalista, que se presenta como una relación de intercambio entre personas pero que es en realidad una relación de dominación, de la que participan ciertos individuos (patrones) que prestan determinados servicios, bienes o favores a otros (clientes) que los retribuyen con fidelidad, asistencia, servicios personales, prestigio o apoyo político y electoral” (Torres, 2002, p. 50). Es una institución particularista, personalizada, y no basada en criterios universales, pues quienes participan en la relación clientelar no lo hacen interesados en reglas universales (Torres, 2002, p. 49). Por lo tanto, en las sociedades donde están arraigadas las prácticas clientelistas, más se deterioran los derechos de las personas en tanto ciudadanos.53 Es por ello que la ciudadanía no acaba de plasmarse ni como un valor central ni como un sistema institucional legítimo (Panizza y Pérez Piera, 1988).

El clientelismo implica una relación que incluye aspectos subjetivos, informales y difusos, ya que no requiere de la presencia de un tercero que funcione como autoridad que posea formalmente el poder de hacer cumplir lo pactado. Son aspectos difusos porque genera lazos flexibles, en los que las necesidades y recursos de las partes (así como lo que uno espera del otro) pueden variar ampliamente (Farinitti, 1998, p. 1998;

citado por Torres, 2002). En esta tesis se comparte y se demostrará la importancia de las

conflicto social y dominación; por otro lado, las relaciones clientelares se piensan mantenidas cooperativamente entre patrones y clientes, a pesar de las asimetrías.

52 El clientelismo tiene expresiones en diferentes ámbitos de la vida social. Esta investigación se centra, en particular, en el ámbito político.

53 “Una ciudadanía efectiva no consiste en votar sin coacción; es un modo de relación entre los ciudadanos y el Estado, y de los ciudadanos entre sí. Es una modalidad continua de relación, antes, durante y después de elecciones, entre los individuos protegidos y potenciados por su condición de ciudadanos. En nuestras democracias el Estado de derecho, corolario y soporte de la ciudadanía y, por lo tanto, elemento central de la democracia, solo rige de manera intermitente en nuestros días (O’Donnell, 1997, p. 348).

instituciones clientelistas, ya no solo como arreglos informales, sino como instituciones formales de gestión de políticas públicas.54

Es importante precisar que en cuando se habla de clientelismo, en la mayoría de los estudios se hace referencia a una simple transacción principalmente entre políticos y subordinados o dominados en la sociedad, en particular los sustratos más pobres de la población. Así, James Scott (1987) define el clientelismo como un intercambio de roles entre dos personas, una relación puramente instrumental en la que un sujeto de un estatus económicamente superior (patrón) utiliza su lugar en la estructura, su influencia y recursos para otorgar beneficios y proteger a un individuo de estatus inferior. Tanto Roniger (1994) o John Powell (1990) concuerdan en señalar el carácter asimétrico y desigual de las relaciones clientelares.

Sin embargo, los políticos no solo intercambian favores con pobres, sino también con el conjunto de los actores sociales. En la presente tesis se avanza en la conceptualización del rentismo como una expresión del particularismo, y generalmente denominado clientelismo, con la diferencia de que los clientes principales son empresarios, y por tanto, actores que disponen de mayores recursos y forman parte de una estructura que lo hacen estar más cerca de los círculos de poder.