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De Territorio Sagrado a Propiedad Comunal

Capítulo 6

El siglo de la desazón

Ciertamente la religión entre los indios está llena de mil practicas grotescas que su dureza y el gran espacio de tiempo que han estado sin Sacerdote no podía menos que causar, pero tienen todavía mucha fe y tanto que no olvidan celebrar entre ellos las principales fiestas y los indios llamados

“temastianes”, saben perfectamente ayudar a misa y a los oficios: como vísperas y administración de sacramentos; el coro de cantores sabe perfectamente y de memoria, pronuncian bien el Gloria, el credo, el santus, el agnus y algunos salmos de vísperas, el magnifico uso que no sabe en lo absoluto leer ni escribir estos indios. Afortunadamente en estos lugares hay algo de ornamentos y vasos Sagrados, y se debe a su inquebrantable celo en conservarlos con la esperanza de mejores tiempos, en los que esperaban tener Sacerdotes que los asistiese, y

¿Qué ornamentos ¡hay algunos que ya les quisieron algunas parroquias de las Ciudades de ésa! Tan precioso son! Creo que si Dios dá paciencia y fuerza habrá mucha cosecha pues el campo es grande y que si no hacemos mucho, por lo menos se conservará lo poco que ha quedado, aún, aumentaremos lo demás y podremos apreciar mejor los grandes e importantes trabajos de los Misioneros que nos han precedido.

- Padre Fernando Beltrán (1896-1900), en: Robledo (1952)

En este sexto capítulo nos encontramos con un pueblo yaqui prácticamente abandonado a su suerte religiosa a raíz de la expulsión de los jesuitas, cosa que no impidió que en el siglo XIX los yaquis tomaran las riendas religiosas de su cultura prehispánica, el legado jesuita y la cosmovisión desarrollada a partir de los tiempos de persecución, dando como resultado una religión muy particular, muy yaqui. Todo esto aconteció en un periodo en que la entidad sonorense pasaba por pugnas políticas, supuestamente entre liberales y conservadores pero más bien entre grupos de notables, que orientarían la política estatal a través de la centuria decimonona, y aún la vigésima. Los problemas se profundizaron por causa de los ataques apaches y la presencia del cólera morbos.

Abandono eclesial

Hasta el apartado anterior el lector habrá podido detectar el vínculo indisoluble del sentido yaqui de pertenencia a un territorio con la historia de este. De hecho, pareciera que la historia de los yaquis es la historia de su tierra, la cual desconocemos cabalmente cómo era valorada en tiempos prehispánicos por ellos, pero sabemos que en la época misional le otorgaron una gran plusvalía.

Como ya se mencionó en el capítulo pasado, después de la expulsión de los jesuitas de todo territorio español en 1767, los yaquis asumieron una total autonomía respecto a su vida religiosa y su organización política, ambas fuertemente cimentadas en el legado ignaciano. Llegó al punto que los temastianes pudieron bautizar a los niños pequeños, con esto no transgredían el Sacramento y a la vez

resolvían un problema de carencia espiritual. De ello quedó testimonio escrito por mano de Palemón Zavala (1989: 240-1):

En el pueblo de Teocelo nos alcanzó la Semana Santa y los yaquis pidieron permiso para efectuar sus festividades. Hasta México se fue la comunicación. Desde luego fue concedido.

En ese pueblo se acampó el batallón y todos los caitobos (de la tribu) se dispusieron a preparar el festejo. Se levantó la cruz de la comunila, clavada en el suelo ante una ramada. En ésta se colocaron los santos. Los bailadores de venado se vistieron con los atuendos pertinentes. El tamborcillo llamó a la congregación y empezó “el fiesta”. Gran expectación causó en todo el poblado; los vecinos se aproximaron primero con reticencia; pero luego con confianza.

El venado se lució como nunca, los dos coyotes que repentinamente aullaron entre el público, asustaron a más de cuatro entre hombres y mujeres jarochos que jamás habían visto el espectáculo de la fiesta religiosa yaqui. Y luego el asombro: ese sábado de Gloria: ¡un cura estaba bautizando a los niños yaquis que los necesitaban!

Y como en el pueblo de Teocelo no había párroco, cundió la noticia y las mujeres trajeron a sus niños a recibir el agua en la crisma. Lo que no sabían los lugareños era que el cura era uno de los yaquis que fungían como temastián, el “maejto”; el guardador de la tradición religiosa entre “la nación”, y que no era ordenado sacerdote regular ni mucho menos.

Pero con su sotana negra, sus adornos religiosos sobre lo negro de su vestidura, la seriedad de su actuación que a su cara morena la revestía la cierta dignidad, y, sobre todo, el latín que entonaba en la ceremonia con muy buena pronunciación, según los entendidos, la bendición y la enunciación del nombre que pedía a los padrinos, hicieron que toda buena fe del mundo, los vecinos presentaran a sus niños al bautismo. Entonces el “maejto” los bautizó. Y todos pagaron “lo que quieras”, como les dijeron, dejando dinero contante y sonante en la cazuela que les presentaron para el efecto.

Las fiestas se terminaron con la sentencia del “justicia” y la pascola del Domingo de Resurección. Y todos contentos.63

Las negritas son mías.

Esto debió suceder por allá en 1915 o 1916. Zavala estaba filiado a un batallón cuyos elementos eran, en su mayoría, yo’emes, al parecer en combate contra zapatistas. Dudo que en tiempos jesuitas los maistros tuviesen esas facultades. El lapso transcurrido a raíz de la expatriación y que cubre todo el siglo XIX ha sido ya analizado por la investigadora Dora Elvia Enríquez en diversos trabajos, como se vio en capítulos anteriores. El tomo III de la Historia General de Sonora (1997) también da cuenta de esta etapa.

La diócesis de Sonora dividía la jurisdicción pastoral a mediados del siglo XIX en curatos, doctrinas y misiones (Velasco; 1985), estas últimas limitadas a la Pimería Baja. Los curatos, en cambio, eran para los centros más urbanizados y poblados mientras que las doctrinas eran primordialmente para las comunidades pequeñas, habitadas sobre todo por indígenas. Las del Yaqui están aquí incluidas. Básicamente se trata de un periodo de abandono eclesial hacia los yaquis y de grandes pérdidas económicas, no sólo por la merma de la tutela jesuítica, sino también por prolongados periodos de sequía y hambruna. Las comunicaciones epistolares de los pocos sacerdotes que fueron asignados al valle del Yaqui con sus jerarcas dan testimonio de esta gran carestía. En particular, ser asignado al valle del Yaqui era algo peor que un “triste destierro… a un Mar de amarguras”, según informaba el padre José María Villaseñor al obispo fray Bernardo del Espíritu Santo por 1824.64

Villaseñor y los yaquis se acusaban mutuamente de malos tratos, pero lo cierto es que el problema no estaba personalizado en la figura de aquel, sino que provenía de años atrás, donde los pastores en el Yaqui tenían otros nombres: Vidíain, Mora, García Herreros, Rivera… Ninguno de ellos permaneció por la pobreza que se vivía en la región; no eran mantenidos por los indios pero tampoco recibían el sínodo65 por parte del Estado (Enríquez; 2001). En el caso de Villaseñor, todo parece indicar que un ingrediente más aderezaba su presencia en el Yaqui, pues este hombre de Dios padecía de sus facultades mentales, según señalaba el vicario Pedro de Leyva al Obispo.66 Desconozco las causas de los desvaríos del sacerdote,

64 Archivo de la Catedral Metropolitana, Caja 31 (citado por Enríquez; 2001: 28).

65 Sínodo se refiere al salario que percibían los sacerdotes.

66 “Su ropa de entre semana [se refiere a la del cura Villaseñor], dicen los que lo han visto que es, unos calzones de piel de chibo con mas agugeros que la rexilla de un confesionario, que anda desnudo de medio cuerpo arriba, y de las rodillas abaxo. Que solo los que lo conocen saben que es el Cura, de

bien pudo llegar enfermo a los pueblos yaquis o quizás su comportamiento extraño fue producto del enfrentamiento cultural con la sociedad yaqui y la inopia de la comarca (Padilla; 2006).67

En realidad, el siglo XIX no sólo fue difícil para los yaquis, los yoris sufrían lo propio y aun el país entero. Poco después del triunfo de los independentistas, los españoles fueron expulsados de la joven nación mexicana, grupos de élite pugnaban por establecer su hegemonía económica y política lo que propició una serie de guerras internas, y grandes masas campesinas e indígenas se vieron compelidas a ofertar su fuerza de trabajo a cambio de un salario. México entero se sumió en una hondonada de grandes transformaciones.68

Si algo caracterizó a la Sonora de las primeras décadas del siglo XIX fue su situación política, ya que vivió una gran inestabilidad provocada por las luchas intestinas de facciones encabezadas por Manuel María Gándara y el general José Urrea. Ambos pugnaban por imponer su influencia estableciendo una serie de alianzas familiares y urdiendo redes clientelares en sus zonas de dominio. Urrea se pronunció a favor del federalismo desde Arizpe y fue allí donde comenzó el conflicto con Gándara, avalado por el presidente Bustamante.

La historiadora Zulema Trejo se pregunta si en Sonora esta fue realmente una lucha de federalistas y centralistas, o más bien un conflicto de dos regiones (Arizpe y Pitic), como ya lo habían sugerido Sergio Ortega y Saúl Jerónimo (Ortega; 1993 y Romero; 2001). La investigadora habla del “predominio de una zona sobre otra”, relacionado con la pugna por la defensa de intereses comerciales (Trejo; 2004). El conflicto alcanzó límites insospechados cuando la violencia partidista cundió a lo largo del estado. Pero… ¿de qué estado estamos hablando? ¿Geopolíticamente qué era Sonora en el siglo XIX?

Cuando los enfrentamientos entre gandaristas y urreistas ocurrían, Sonora era un estado libre y soberano más de la joven república mexicana. Sus límites norteños abarcaban el sur de lo que es hoy el estado de Arizona y hacia el Sur ya se había

cuyo sagrado nombre se enoja… dicen que es loco: y a la verdad sus palabras y obras lo manifiestan bastantemente…” (Del vicario Pedro de Leyva al obispo de Sonora, citado en Enríquez; 2001: 28).

67 Ponencia presentada por la suscrita en el Simposio de la Sociedad Sonorense de Historia celebrado en Hermosillo, Sonora en noviembre de 2006.

Historia General de Sonora, Introducción: 1997: 17.

definido la frontera con Sinaloa tal y como está ahora. Sin embargo, años atrás Sonora estaba conformado por las provincias de Sonora (incluido Arizona) y de Sinaloa y tenía el nombre de Estado Interno de Occidente, creado así por acta constitutiva de la federación en 1824.

Las desavenencias entre sinaloenses y sonorenses pronto se dejaron sentir, de manera que en 1830, después de una serie de vicisitudes y debates políticos, las provincias se dividieron por decreto del ejecutivo federal en “dos estados libres, autónomos e independientes, el de Sinaloa y el de Sonora” (Quijada; 1997: 19-27).

Sonora quedó con jurisdicción sobre los departamentos de Arizpe y Horcasitas. Siete años después Sonora fue dotada de una nueva división territorial que se expresa en la siguiente tabla:

Tabla 3

División política de Sonora en 1837

Distritos Partidos

Arizpe Horcasitas Hermosillo

Loreto de Baroyeca

Moctezuma, Arizpe y San Ignacio Horcarsitas y Guadalupe de Altar Hermosillo y Salvación de Buenavista Baroyeca, Álamos y Sahuaripa Fuente: Quijada; 1997: 79.

Desafortunadamente, aún faltan estudios sobre la posesión indígena de la tierra durante estos años de incertidumbre. En la Historia General de Sonora, Armando Quijada habla en términos generales de propiedad comunal y pequeñas propiedades (Quijada; 1997: 36). A ojos vista así lo parece, sin embargo, habría que considerar las particularidades de cada grupo étnico de Sonora (yaquis, mayos, kunkaak, tojono odam, guarijíos, pimas y kikapús, a saber) y las formas bajo los cuales sus tierras recibieron el impacto de la independencia respecto a España.

Huelga comentar que el investigador señalado sí se detiene a explicar la transformación de la tenencia de la tierra entre los sonorenses no indios.

El caso del territorio de los yaquis es especialmente interesante pero, al parecer, no fue este la causa de la rebelión de Juan Ignacio Jusacamea, (homónimo del yaqui sublevado en el siglo XVIII), también conocido como Juan

Banderas.69 Pese a que desde 1828 se había estipulado “la división de la tierra comunal en pequeñas propiedades privadas y se repartieron títulos de propiedad a los indígenas, y con la tierra sobrante se pretendió estimular la colonización de blancos y mestizos” (Quijada; 1997: 63), todo parece indicar que el sustrato del levantamiento de Banderas fue la intromisión yori en la forma de gobierno yaqui, es decir, en su ancestral ejercicio de autonomía. Se incluye aquí el asunto electoral.

Es posible que aunque las autoridades del gobierno estatal o federal fincaran a los indígenas modos distintos de poseer la tierra, a los yaquis no les afectasen estas medidas en tanto ellos, en corto, podían mantener sus propias formas de heredad.70 No sucedió así con su organización política (que, como vimos en el apartado anterior, mucho está vinculada con la religiosa), la cual sufrió el acoso del yori apenas iniciaba la vida independiente de México. Si los conflictos por la tierra no se presentaron también en esos años, es porque el Estado no estaba en capacidad de facto para intervenir en el territorio indígena, ya sea usurpando sus tierras u ofreciéndolas en colonización al mejor postor, cosa que sí sucedió a partir de la segunda mitad del siglo XIX, con la consolidación del liberalismo que alcanzó su máxima expresión en la figura del presidente Porfirio Díaz.

A lo largo del siglo XIX, los yaquis prácticamente vivían de la agricultura y, en menor medida, de la ganadería. Las avenidas anuales del Río dejaban una capa de limo que hacía del territorio yaqui una zona muy feraz en la que se cosechaba maíz, garbanzo, frijol y lentejas. Los yaquis también aprovechaban los recursos marítimos (pesca y recolección de sal). En el Valle había ganado vacuno y caballar.

La actividad comercial era prácticamente nula (Trejo; 2004).

Los yaquis cultivaban para el autoconsumo y en caso de tener excedentes, estos se comercializaban en el estado, sobre todo en el puerto de Guaymas. Trejo advierte que esto representaba una gran ventaja para los yaquis en caso de entrar en sublevación, ya que “…sus fuentes de abastecimiento no corrían peligro de caer

69 Ignacio Zúñiga lo describe de la siguiente manera: “hombre de genio para manejar y entusiasmar a sus secuaces, dotado de imaginación fogosa, de elocuencia y de un talento raro, con lo que pudo haber hecho muchos mayores males…” (Zúñiga; 1985: 37)

70 Sin embargo, Zúñiga menciona que Juan Banderas azuzaba a los yaquis y a otros indígenas hablándoles del peligro que corrían sus tierras, entre otros puntos (Zúñiga; 1985).

en manos del gobierno. Dicho coloquialmente, el valle no era susceptible de confiscación” (Trejo; 2004: 83).

Asimismo, Trejo sugiere la hipótesis de que el préstamo de servicios al gandarismo al igual que las mismas rebeliones yaquis, dependían de su ciclo agrícola. Los yaquis primero se preocupaban por asegurar la cosecha, por algo los levantamientos gandaristas estallaron entre el verano y el mes de noviembre, cuando estas ya se habían levantado (Trejo; 2004). En Progreso y Libertad algo similar he propuesto, aunque a la inversa, cuando señalo que los alzados tenían preparado un levantamiento en 1908 para “luego que lloviera, antes que levantaran el trigo”, pues Las lluvias de verano se convertían en aliadas de los rebeldes porque borraban huellas y dificultaban la persecución (Padilla; 2006a).

Un diagrama presentado en la tesis doctoral de Zulema Trejo, expresa a través de guiones y puntos los lazos clientelares vinculados a Manuel María Gándara. Los guiones continuos manifiestan relaciones combinadas, es decir, clientelares y por parentesco. Interesante es para este trabajo, la incorporación étnica dentro del esquema, como parte de una red clientelar. En él veremos que los yaquis y otras etnias ocuparon un lugar importante en esta relación.

Mientras liberales y conservadores mantenían al país sumido en la perplejidad, en Sonora la medición de fuerzas se dio mayormente a través de la lucha entre centralistas y federalistas. Que si se trataba de facciones ideológicas o económicas no es asunto que deba abordar en esta tesis, pero sí es importante resaltar que dentro de ellas quedaron inmersos los indios yaquis, quienes vieron en la figura de Manuel María Gándara una posibilidad de solución a sus necesidades y demandas de respeto de su autonomía étnica. Esta sería una constante en las relaciones de los yaquis con las élites políticas de la entidad y allende sus fronteras (Padilla: 2006).

¿Cuál fue el móvil de identidad entre los yaquis y el gandarismo? O más bien

¿fue asunto de identificación el que llevó a los yaquis a adherirse al movimiento de Gándara? Al respecto, Quijada señala que los yaquis “aceptaron las ideas conservadoras y los intereses que representaba Gándara porque constituían un peligro para su organización tradicional las fuerzas de transformación representadas por el liberalismo federalista…” (Quijada; 1997: 64).

De ser así, esto significaría que los yaquis supieron visualizar los proyectos políticos de los dos personajes en cuestión y después de la merma por el descalabro de Banderas, optaron por no arriesgar su propuesta étnica y unirse a la de un yori que tangencialmente podía beneficiarlos. Importante es hacer ver que fuentes orales yaquis señalan que Urrea era propietario de una hacienda o un campamento de descanso en el valle del Yaqui, aunque al parecer no existen documentos históricos que así lo constaten, y sí en cambio, Manuel Iñigo, padre de Fernando Iñigo, el cual ocupaba un lugar destacado en las redes políticas del siglo XIX sonorense (Trejo; 2004).71

Incursiones, invasiones y pestes

Es importante añadir que no fue el yaqui el único grupo indígena que saltó al escenario en el panorama sonorense del siglo XIX. Los apaches forman un grupo étnico de origen atapascano, nativo de la región de Nuevo México. Su ancestral nomadismo, sumado a la presión geográfica provocada por la colonización del sur de los recientes Estados Unidos de Norteamérica, hizo estragos en las provincias de la Nueva Vizcaya, lugares que hoy conocemos como Coahuila, Chihuahua y Sonora. Empero, fue a partir de la década de los treinta del siglo XIX, cuando sus incursiones en el norte de México se hicieron más frecuentes, provocando más daños y el encono de otros grupos étnicos y, por supuesto, de los blancos.

Es difícil definir a ciencia cierta hasta dónde llegaba el territorio apache, debido a la trashumancia que los identificaba; sin embargo, puede decirse que comprendía básicamente los estados norteamericanos de Arizona y Nuevo México, y los estados mexicanos de Chihuahua y Sonora. La parte más occidental de su territorio colindaba con tierras de pimas altos, a quienes hostilizaban continuamente.

Esta inmensa región fue el hogar de la cultura apache donde los blancos no pudieron penetrar hasta el siglo XIX (Antonchiw: 1984). Los apaches, por sus características de sociedad errante, cazaban y recolectaban por donde pasaban.

Esta forma de vida se convirtió en un problema mayúsculo cuando arribó a los confines norteños el concepto aplicado de “propiedad privada”, traído por colonos

Conversación con Silvestre J., Estación Vícam, Son.; marzo de 2006.

españoles, en el sur, e ingleses, en el norte. Así, todo lo recolectado o cazado ya tenía dueño (Padilla y Ramírez; 2006).72

Durante el siglo XVIII, las autoridades coloniales pusieron en práctica diferentes estrategias para detener a los apaches, la más común fue la campaña militar. Sin embargo, haciendo gala de malicia virreinal, Bernardo de Gálvez ideó un plan que consistió en establecer tratados de paz que se pactarían cerca de los presidios. Allí, los indios podían ser controlados, vigilados sus movimientos y provistos de lo necesario para subsistir, incluso alcohol en abundancia. El objetivo principal era desorganizarlos y hacerlos dependientes de los españoles y del licor (Antonchiw;

1984).

Se puede decir que la táctica funcionó hasta la caída del régimen colonial, ya que a esta política de “pacificación” no se le dio seguimiento después de la independencia de México. Además, con el tiempo, las instituciones heredadas de la época colonial -específicamente la del presidio- fueron decayendo, por lo que las fronteras se hicieron nuevamente vulnerables a los apaches, así como a la ambición de los filibusteros norteamericanos (Padilla y Ramírez; 2006).

De esta manera, las correrías apaches al estado de Sonora durante el siglo XIX se incrementaron y su avance llegaba cada vez más al sur, provocando la desolación de muchas poblaciones fronterizas. A pesar de que en el ámbito de la milicia el asunto apache se calificaba como “urgente” (Zúñiga; 1985: 46-9), en la práctica las campañas a veces no podían llevarse a cabo, por lo apremiante de otros problemas regionales como los ya señalados y los que estoy por describir.

Si algo distingue la historia de México del siglo XIX es la enorme pérdida territorial sufrida por causa de la guerra con los Estados Unidos de Norteamérica y por tratados disparejos como el de Guadalupe Hidalgo o La Mesilla. Particularmente, el contexto sonorense de la firma de La Mesilla está caracterizado por una fuerte preocupación de la población respecto a los norteamericanos limítrofes. Atrás había quedado la ignominiosa expulsión de los españoles y el encono de élite provocado por los enfrentamientos entre José Cosme Urrea y Manuel Gándara. La invasión de los Estados Unidos a México estaba ahí, sin embargo, como una herida abierta.

72 Ponencia presentada por Ana Luz Ramírez y la suscrita en el VII Congreso sobre Salud-Enfermedad de la Prehistoria al siglo XXI, celebrado en la Ciudad de México en septiembre de 2006.