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Cisnes negros en el Mediterráneo occidental

Y OPORTUNIDADES SIGNIFICATIVOS

3.1 Cisnes negros en el Mediterráneo occidental

El Mediterráneo occidental se enfrenta a varias crisis simultáneas en sus dos orillas.

Por un lado, el sur de Europa arrastra varios años de crisis económica con un crecien-te coscrecien-te social y desgascrecien-te de sus siscrecien-temas políticos. Por otro lado, en las sociedades

del Magreb y de Oriente Medio se están manifestando los primeros síntomas de una profunda transformación social, acompañada de una gradual pérdida del miedo a cuestionar los sistemas de gobierno que son vistos como un impedi-mento a la hora de alcanzar mayores niveles de desarrollo humano.

El impacto económico de la primavera árabe no ha sido tan favorable como se esperaba y, mientras algunas políticas económicas acertadas sobre liberalización, apertura y com-petencia de los regímenes derrocados han quedado desacre-ditadas, otras perniciosas sobre subsidios, empleo y gasto público se siguen demandando por parte de la población. Por ello, buena parte del futuro de las transiciones norteafricanas se juega en el campo económico (Escribano, 2013b) y va a ser muy difícil que los gobiernos lleven a cabo las reformas necesarias, lo que hará más traumáticas las reformas cuando finalmente lleguen (su ausencia también gene-ra conflictos como se ha visto dugene-rante la caída del Gobierno islamista egipcio en julio de 2013). El vector geoeconómico más preocupante para España sería la posibilidad de un escenario de protestas generalizadas y parálisis económica de consecuencias políticas inciertas, por no hablar de cambios de régimen en países como Marruecos y Argelia.

A pesar de los altibajos en las relaciones hispano-magrebíes, éstas han estado mar-cadas durante las últimas démar-cadas por una continuidad y una estabilidad en las instituciones y en los mecanismos de toma de decisión. Aunque ahora se vea como algo poco probable, no cabe descartar que los cambios económicos y sociales que puedan producir las actuales crisis en el Mediterráneo occidental tengan como resul-tado la modificación de las dinámicas que ahora son relativamente previsibles, tanto a nivel institucional como social. La aparición de “cisnes negros” (eventos que se creen altamente improbables pero que, cuando ocurren, tienen un enorme impacto, y que después de ocurridos se racionalizan en retrospectiva) puede tener unos efectos profundos en la seguridad y estabilidad de los países de la Zona.

El sur del Mediterráneo seguirá muy probablemente experimentando turbulencias políticas y sociales durante años, tras décadas de aparente estabilidad bajo sistemas políticos altamente autoritarios. Es de prever que algunos de los fenómenos asocia-dos al llamado “despertar” árabe se intensifiquen en los próximos años, alterando la percepción de estabilidad que había prevalecido. España, por su posición como frontera inmediata con el Magreb, se vería sometida a tensiones crecientes entre dos

opciones complejas y mutuamente excluyentes: por un lado, acompañar con hechos el apoyo formal a las transiciones democráticas en su vecindario meridional, tanto de forma bilateral como en foros multilaterales, y, por otro lado, evitar que los cambios políticos en su vecindario puedan conducir al caos y al desgobierno, aunque para ello haya que apoyar veladamente a sectores que busquen reinstaurar o preservar el autoritarismo y el Estado policial.

Ante el escenario de mayor conflictividad en el Mediterráneo occidental, España debe preparar planes de contingencia en previsión de situaciones de inestabilidad que comprometan sus intereses y seguridad. Para ello, la política exterior de España debería desarrollar una mayor capacidad de anticipación a procesos de ese tipo y, aunque parezcan poco probables, contar con un abanico de respuestas previstas con antelación y tener una buena política de comunicación hacia las opiniones públicas, tanto la propia como las de los países del sur. A continuación se plantean algunos de los “retos previsibles” a los que hay que anticiparse.

El primer reto previsible al que necesariamente se enfrentará la política exterior española en el Mediterráneo occidental en años sucesivos es la inestabilidad política. Las razones de fondo que propiciaron el inicio de las revueltas anti-autoritarias en otros paí-ses árabes (malestar social, penurias socioeconómicas, corrup-ción, falta de expectativas de la juventud, etc.) siguen presentes allí donde no ha habido cambio de régimen, como en Argelia y Marruecos. A eso hay que sumar las crisis que se podrían producir en un escenario de sucesión presidencial conflictiva en Argelia o de cuestionamiento de las instituciones del Estado en Marruecos, incluida la Monarquía.

Al mismo tiempo, aquellos países que ya han iniciado sus transicio-nes (Egipto, Libia y Túnez) se enfrentan a grandes dificultades como son la caída de ingresos, los escasos éxitos en materia socioeconó-mica de las nuevas autoridades, la debilidad relativa de las actuales

estructuras estatales, los intentos de descarrilar los procesos por parte de actores anti-democráticos internos y del exterior, la polarización social, etc. Para España y sus socios europeos, la cautela se hace necesaria a la hora de actuar en un contexto tan lleno de incertidumbres, aunque esa cautela no debería confundirse con un apoyo sin reservas al statu quo o con la inacción, pues algunos problemas no harían más que agravarse.

Un segundo reto a tener en cuenta en el convulso espacio norteafricano se refiere a un escenario –en apariencia poco probable pero tampoco del todo inverosímil– en el que las presiones internas en el Sur lleven a sus autoridades a querer desviar la atención de sus opiniones públicas “tensando la cuerda” con el exterior. Existen precedentes en ese sentido si se atiende al historial de las pendulares relaciones hispano-ma-rroquíes, sobre todo cuando se detecta fragilidad en la situación política interna en España (tensiones territoriales, crisis económica, etc.) y se han producido con gobiernos de distintas ideologías.

Los pulsos vecinales podrían manifestarse mediante diversos procesos, como la in-tensificación de las reivindicaciones marroquíes sobre Ceuta y Melilla o los islotes españoles, el incremento de la presión migratoria procedente del África subsahariana y del Magreb, el auge de discursos populistas –tanto nacionalistas como religiosos–

que pongan a España en el centro de sus reivindicaciones, así como la creación de un clima más hostil hacia la presencia económica y empresarial española. Esto último en el caso de Argelia podría implicar un riesgo elevado para el suministro energético de España (sobre todo de gas natural), que depende de forma creciente –y, a ojos de muchos, excesiva– de las importaciones desde Argelia.

El último de los grandes retos previsibles apunta a las posibles consecuencias en el Mediterráneo occidental de conflicto y enfrentamientos bélicos en Oriente Medio. A los conflictos “tradicionales” hay que añadir una Siria sumida en un devastador conflicto interno que puede tener efectos desestabilizadores en toda la región, desde Turquía hasta el Magreb, e incluso forzar la intervención de una comunidad internacional fragmentada; un Gobierno israelí cuyas polí-ticas alejan las perspectivas de una paz negociada con los palestinos; un Egipto inmerso en una transición convulsa en la que la polarización social es a la vez elevada y poten-cialmente contagiosa, mientras que el Ejército y sus aliados pretenden excluir por la fuerza a los Hermanos Musulmanes de cualquier proceso político; un Irán que sigue aspirando a convertirse en un actor central en Oriente Medio y en el Golfo Pérsico, y que mantiene sus pulsos con varios vecinos y po-tencias internacionales; y unas monarquías árabes, como la jordana, que ven crecer el descontento social y dependen del exterior para su supervivencia.

A lo anterior hay que sumar a unos EEUU sobrepasados por las transformaciones regionales que muestran indecisión y, cada vez más, voluntad de mantenerse en un segundo plano, lo que está alterando los equilibrios regionales. Como resulta-do de ello, algunos países del Golfo –principalmente Arabia Saudí y Qatar– tratan de aumentar su influencia en el resto del mundo árabe destinando cuantiosos recursos financieros y ejerciendo el proselitismo mediante sus corrientes ideológicas vincula-das al puritanismo salafista. El Mediterráneo oriental le queda lejos a España, pero de lo que allí ocurra dependerá en buena medida su seguridad de acceso a los recursos energéticos de Oriente Medio. En suma, es probable que la política exterior española sea puesta a prueba en distintos frentes de esa región. Es necesario que haya una planificación previa, teniendo en cuenta los distintos y cambiantes escenarios que se pueden presentar.

Dicho lo cual, es probable que las mayores complicaciones para la política exterior española en el Mediterráneo occidental provengan de los “retos imprevistos” que vayan surgiendo en momentos puntuales. Dependiendo de las consecuencias que

estos tengan, se podrían convertir en “cisnes negros” que obligarían a revisar las bases de las relaciones bilaterales y los paradigmas de seguridad.

3.1.1. Recomendaciones

El proceso y los efectos del “despertar árabe” están muy lejos de su agotamien-to. Las relaciones con los países árabes no volverán a ser como antes de 2011 y llevará mucho tiempo establecer un nivel de interlocución e

interacción adecuado. La acción exterior española acompañará a la política europea de vecindad en el Sur, pero se recomienda influir en su definición desde una estrategia previa de interven-ción en la Zona. Para afianzar esa influencia, España debería concertar sus posiciones con países afines como Francia, Italia, Portugal y Grecia, con los que comparte muchos de los riesgos emergentes.

Si siempre ha sido necesario para influir en la UE disponer de una estrategia de intervención propia, ahora –tras los sucesos de Ucrania en 2014– es necesario esforzarse para evitar una postergación de la vecindad del Sur en detrimento de la del Este. Lo ocurrido en Ucrania: cambio de gobierno, inestabilidad política y social, fragmentación y riesgo de enfrentamiento, ocu-rre ya en varios países de la Zona y ninguno de ellos está vacu-nado contra el contagio de las revueltas. Por ello se recomienda seguir reivindicando y justificando la necesidad de atender los riesgos y la estabilidad del Sur en los foros multilaterales.

Desde el punto de vista de los riesgos de seguridad, parece nece-sario reforzar la estabilidad de los gobiernos locales, mientras que desde el punto de vista de las oportunidades, resulta aconsejable

apoyar las reformas estructurales que puedan sostener su gobernabilidad. En parti-cular, la estabilidad de Marruecos y de Argelia resulta prioritaria para los intereses nacionales de seguridad, por lo que se tendrán que reforzar los aspectos estratégi-cos de esa interacción que refuercen su seguridad y fomenten su modernización.

Paralelamente, y por si esa estabilidad se deteriora, se tendrán que desarrollar planes de contingencia que faciliten la gestión de crisis, la contención de daños y la resiliencia frente a estos pésimos escenarios.