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Implicaciones de la escritura : las literaturas en lenguas originarias como reivindicación lingüística

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Implicaciones de la escritura. Las literaturas en lenguas originarias como reivindicación lingüística

Colotlán, 29/11/2011

Roland Schmidt-Riese (Eichstätt)1

Alemania, de manera tradicional, tiene simpatía por las culturas

originarias. Casi, pero con más acierto, diría que tiene ternura. No puede ser cuestión, en una conferencia científica, de reclamarme de esa

ternura, aunque evidentemente la comparto. Decir que Alemania

simpatiza con las culturas indígenas es una constatación del orden de las ciencias culturales, que no son mi campo de trabajo. Incluso, como todo tipo de enamoramiento, aquella ternura alemana puede ponerse en tela de juicio. Podría revelarse, en última instancia, simplemente como emanación de cierto egoísmo.

Con todo eso, permítanme, proceder a una breve reflexión sobre el trasfondo histórico de lo que llamo ternura. No creo que sea anterior al romanticismo, esto es, en términos cronológicos, a principios del siglo XIX. El romanticismo es heredero, en parte, del siglo de las luces.

Continúa la investigación, iniciada por la iluminación, acerca de las bases de la condición humana. El cambio de paradigma que opera, lo constituyen sus métodos. Procura aproximarse a la condición humana mediante el sentimiento (en vez de mediante la observación y la

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reflexión). Procura informarse de las raíces de la cultura presente indagando la naturaleza y el pasado.

El interés por el pasado, incluso se podría decir la nostalgia o la locura del pasado, el romanticismo los transmite al ámbito académico. Las ciencias todas se lanzan a investigar sus objetos bajo la perspectiva de su devenir histórico. En el ámbito de la filología, es este movimiento, es la historización de todo análisis, la que produce la lingüística como ciencia autónoma. Investigar el pasado, preferentemente el pasado medieval, es sin embargo una empresa paradójica. El investigador estudia el pasado para entender el presente. Anda en busca de su propia identidad

enfrentándose con una identidad que no es la suya, la del tiempo pasado.

Ciertamente, en lo que fueron las humanidades, el interés por el pasado medieval fue encauzado hasta cierto punto por el interés de afirmar la propia nación. La revolución francesa y las guerras napoleónicas habían planteado la necesidad de que los pueblos se constituyeran en naciones.

Sin embargo, la naciente lingüística alemana quedó lejos de estudiar sólo el pasado alemán. Por un lado, lo superó en el tiempo, estudiando las lenguas de la India antigua, por otro lado lo superó en el espacio, estudiando las literaturas medievales románicas, y preferentemente las de Francia. Así, en este juego identitario, en la aventura de salir

conquistando identidades, la curiosidad por la cultura ajena, vecina o antepasada, pero relacionada con la propia, pudo superar el afán de afirmar la identidad que se tenía por propia.

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Y en todo caso, la identidad que de lejos prometió afirmar la propia, antepasada en línea recta, la literatura alemana medieval para Alemania, pudo revelarse de cerca como desconcertantemente diferente, extraña.

De esa manera, la salida al pasado sirvió, antes que a afirmar, a levantar certidumbres sobre la propia nación.

Alemania pudo tener un motivo especial para comprometerse con las culturas indígenas de América, una especie de solidaridad clandestina.

Dije que la exigencia de constituirse en nación, a Alemania le fue lanzada desde Francia. La literatura alemana medieval nace en gran medida mediante la traducción y la adaptación de modelos elaborados en Francia. Es decir, descubrimos ya dos momentos, la época mediecal y la napoleónica, en los que Alemania se vio desafiada por Francia, en términos culturales y de identidad. Pero hay más.

No estoy seguro de querer afirmar una memoria cultural de tan largo plazo, en ausencia de pruebas de que realmente existieron relatos históricos o histórico-míticos, transmitidos de manera oral desde la época de los acontecimientos hasta el momento en que surgieron de nuevo a la superficie del discurso. Podría tratarse más bien de un efecto del deseo de excavar el pasado resentido en la época posterior. Pero no importa, ya que de todas formas estamos hablando del discurso

romántico.

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Con esta cautela, pues, me parece que un tercer momento, anterior aun, lo pudo constituir la circunstancia de que los pueblos germánicos

experimentaron durante siglos la necesidad de manejar la evidencia de la inmensa superioridad de la cultura material romana. La propensión de Alemania a ir a buscar elementos de su identidad en una época anterior pudo deberse a uno de esos tres o a todos tres o incluso a otros

momentos de enajenación. No abordé ni siquiera la superioridad

intelectual y militar que mantuvo Francia a lo largo de los siglos XVII y XVIII. En todo caso, el deseo de superor estos momentos de

enajenación pudo llevar a esa propensión de ir buscando identidad en el pasado. La experiencia de la enajenación pudo subyacer a la virtual solidaridad resentida con respecto a otros pueblos enajenados en la perspectiva de los alemanes.

Hasta el momento no he afirmado nada sobre América. Nada sobre el pasado ni sobre el presente de sus pueblos. He querido explicitar la posición desde la que les estoy hablando. Ya que de todas formas, que la explicitación haya sido acertada o no, iluminadora o no, y aun estando en Colotlán, es desde Alemania que les hablo. Todo lo que aun diré, será dicho desde esa mirada, que es una una mirada desde lejos. Con todo, quiero insinuar que un poco de romanticismo podría venir bien en el momento actual. Las culturas originarias de América son culturas del presente, no del pasado. Es lo que estamos viviendo en este encuentro.

Sin embargo, tienen un pasado, y tienen incluso más pasado en América que las culturas europeas, africanas o asiáticas que llegaron después. Son

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ellas las culturas creadas en América, las únicas propias del continente.

En este sentido, incluso los americanos identificados con una de las culturas llegadas después podrían estar interesados en las culturas

originarias. Cuando he dicho que un poco de romanticismo podría venir bien, no he querido decir que hace falta entusiasmarse por el pasado. Al contrario, entusiasmarse por el presente. Pero entrar, esta fue la

sugerencia, en un juego de identidades, o si se quiere, lanzarse a la aventura de buscar la propia identidad enfrentándose con la

desconocida, con la que se comparte el territorio nacional.

El pasado de las culturas originarias de América está ricamente

documentado en sitios arqueológicos, en los ritos y la cultura tradicional de los pueblos actuales y en los relatos histórico-míticos. Los relatos pueden considerarse literatura, aun cuando no cumplen con todos los criterios normalmente sostenidos en la definición de este término. Es este un punto sobre el que podríamos discutir. Lo cierto es que los relatos histórico-míticos, muchos o tan sólo algunos de ellos, fueron documentados en la época colonial, mediante la escritura latina y al menos en gran medida por los mismos agentes históricos que

propugnaron la cristianización. Cristianización que puede considerarse enajenación.

De ahí, el papel de la escritura en la historia de los pueblos originarios puede resultar ambiguo. El papel de la literatura, por el momento, queda sin definir, ya que no definimos sus límites. Lo cierto es que el mito, aunque cambiante, fundamenta la cultura, mientras que la literatura la

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explora al explicitarla y la explicita explorándola. Las culturas originarias en el mundo actual se benefician de los dos movimientos, de la

explicitación y la elaboración, explicitación que se ahonda en su pasado y renace de él, elaboración que anticipa su avenir.

Estamos llegando finalmente al tema central de esta conferencia, el de la escritura. En términos etimológicos, escritura es lo mismo que literatura.

Voy a atenerme, sin embargo, al concepto de escritura en sentido

moderno. Siendo lingüista, estaré más cómodo con él. La aproximación al tema no estará enteramente perdida, ya que en varias ocasiones

volveremos sobre situaciones insinuadas hasta aquí. Iré comparando la funcionalidad de la escritura en Europa con las que tiene en América, y las del pasado con las del presente. Empiezo sin embargo con una consideración más general, acerca de la escritura en sí.

El modo de ser de la escritura es su materialidad. Esto es así por lo menos en un sentido tradicional. En nuestro presente, las materialidades se están evanesciendo y este evanescimiento aborda también la escritura.

La computadora representa nomás una materialidad aparente. En sentido tradicional, escribir es efectuar con la mano una secuencia de signos convencionales en un material cualquiera, de preferencia

recurriendo a algún instrumento afilado. Luego, llamamos escritura la secuencia de tales signos una vez efectuada o bien la técnica de

efectuarla y el conocimiento de las convenciones que determinan los signos. La materialidad de la escritura es la condición de su

permanencia.

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La escritura vuelve permanente el comunicado. Y volviéndolo permanente lo desvincula de la situación en la que fue ideado, lo

desvincula de tiempo y lugar. Desvincular el comunicado de la situación de habla es el modo de operar de la escritura y es el núcleo de su

funcionalidad. La permanencia del comunicado es su independencia del tiempo, la materialidad es su independencia del lugar. Porque el material en el que escribí, la hoja de papel en los tiempos más recientes, puede ser llevado de un lugar para otro, puede viajar. Su permanencia en el tiempo abre además la posibilidad de la copia, de copias múltiples, la de la impresión que aun más eterniza mi comunicado, que aun más lo desvincula de mí.

La permanencia del comunicado garantiza la posibilidad de una

recepción posterior y la de una recepción múltiple. El enfoque funcional puede variar según los ámbitos en los que se emplea la escritura.

Cuando se trata de información administrativa, el enfoque claramente es de atesorar, de mantener disponible la información para uno o varios momentos en un futuro sin definir. Entonces, la escritura sirve de sustento a una memoria externa. Cuando se trata de poesía, el enfoque es más bien el de facilitar el comunicado a lectores anónimos,

posiblemente alejados, en tiempo y lugar, múltiples.

Hay un tipo de comunicado reciente que son los mensajes electrónicos que se sustraen hasta cierto punto a esta perspectiva. En ellos, la

escritura sirve solamente para superar el espacio, para salvar las

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distancias, pero no el tiempo. En ellos, la recepción ideal es la inmediata y es la recepción única. Los mensajes no pretenden ni atesoramiento ni memoria. Esto no impide que sean de hecho atesorados. Los mensajes por celular o en las redes sociales, parece, serán conservados para la eternidad, aunque con fines independientes de los del emisor.

Desvincular el comunicado, independizarlo de su autor, de su tiempo, cultura y situación personal es una posibilidad a penas creíble, casi como la navegación interestelar. Ahora sí, conlleva el riesgo del malentendido, y este riesgo aumenta en sentido proporcional cuánto más el

comunicado se aleja de su origen. Así es que el desvinculamiento produce la necesidad de asegurar el comunicado, de imbricarlo por

completo en el lenguaje. Al desvincular el comunicado de la situación en que se produce, se lo desvincula al mismo tiempo de las contribuciones semánticas del contexto. Ya no operan ni la deixis situacional, la

referencia a las entidades que constituyen la situación, ni la referencia a los contextos de actuación. Se vuelven inseguros los universos de

conocimientos específicos y generales, los de los conceptos y convencimientos con los que enfrentamos el mundo.

Ya que el autor no puede dar por asegurado ninguno de estos contextos (o los puede dar por asegurados sólo en la medida en la que restringe el ámbito de sus posibles lectores, que lo restringe a personas que conoce, a personas de su propio grupo, de su propio presente), tiende a sustituir la falta de los contextos por el lenguaje, siendo más explícito en su texto de lo que sería, si hablara con otras personas en una situación dada. La

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escritura produce la necesidad de ser explícito para hacerse entender y así requiere el desarrollo de los recursos lingüísticos necesarios a poder serlo, recursos léxicos y sintácticos sobre todo. A la necesidad de

organizar el comunicado escrito de forma distinta a la que se organiza en una situación de habla, de organizarlo de manera más esmerada, se suma el deseo de hacer precisamente eso.

El comunicado escrito que pasará a ser atesorado, uno siente el deseo de trabajarlo para que quede lindo, atractivo, esto en ningún ámbito más que en la poesía, y también porque trabajar el lenguaje siempre es

trabajar el pensamiento también, que ensayar el lenguaje es ensayar el pensamiento, que también subyace a la creación literaria. Necesidad y deseo de desarrollar el lenguaje llevan a la creación de estructuras

lingüísticas nuevas. Esto es inevitablemente así. El desvinculamiento del comunicado lo requiere. De ahí, la escritura queda asociada con el

conjunto de las estructuras lingüísticas nuevas, queda asociado con el lenguaje escrito.

La escritura no es condición necesaria ni del movimiento de distanciarse de la actual situación de habla, de formar comunicados que la

transcienden ni, en última instancia, de la creación literaria. Pero sí tiene una estructura y un funcionamiento específicos y de ahí arroja nuevas condiciones para la comunicación. Para orientarse en este intrincado campo, es útil distinguir entre escritura como medio de realización de un comunicado y escritura como tipo de lenguaje. El comunicado puede realizarse o por medios fónicos (por la voz) o por medios gráficos (por

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un sistema de escritura), y en principio puede pasarse de un medio de realización para el otro. El poema escrito puede ser leído y así volver a entrar o entrar por primera vez en la voz. El enunciado, lo que dijo una persona, puede anotarse por escrito. Pero estos cambios de realización material del comunicado se producen en situaciones muy específicas.

Solamente los avances técnicos el siglo XX han brindado a la lingüística la oportunidad de grabar los comunicados orales y de estudiarlos en detalle. Los resultados de esas investigaciones han sido desconcertantes.

El lenguaje hablado difiere del lenguaje escrito en un grado

insospechado. Ahora, con respecto al problema de la notación, las

grabaciones permiten rescatar no solamente las palabras utilizadas por el hablante, sino también su modo de pronunciarlas, de encadenar su

enunciación para formar contornos prosódicos, de altura de voz, de variar la velocidad de la pronuncia, de cortar su habla por intervalos, de acompañarla por gestos, por los movimientos de sus ojos, de sus cejas, por la posición de su cuerpo. Todos estos contornos normalmente se pierden en la escritura, pero es posible rescatarlos.

Ahora sí, la empresa del rescate de todos estos contextos pudiera

revelarse una pesadilla o, por ser más optimista, recordar ciertos cuentos de Borges. Más la notación integral del comunicado procura ser fiel, más se acerca a él para coincidir con él en lo infinito. Los estudios más recientes no rescatan solamente los movimientos de la voz, sino

también los gestos. Las grabaciones se hacen por video. La

pronunciación puede anotarse de manera cada vez más detallada, la

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fonética no impone límites a la exactitud deseada. Con respecto a lo que nos interesa, sin embargo, estos diseños de experimentación de los lingüistas se presentan como aberrantes. Ya que intentan cobrarle a la escritura una funcionalidad que difícilmente le es propia, o sea,

representar la comunicación más cotidiana de manera integral.

En la vida común, fuera del laboratorio, la escritura nunca es una mera cuestión técnica. Ya que escribir sirve para conservar lo escrito, utilizar la técnica gráfica induce a recurrir a procedimientos del lenguaje escrito.

Para distinguirlo de la escritura en sentido de técnica gráfica, también se le puede llamar lenguaje de la distancia comunicativa. En todas las

sociedades hay una gama de situaciones de comunicación, entre la más íntima o cotidiana, entre personas que se conocen bien y conocen perfectamente los asuntos de los que hablan, y la comunicación más pública y formal, anónima, orientada hacia asuntos más allá de la vida cotidiana.

Considerando las sociedades sin escritura, ágrafas, también ellas tienen sus ámbitos de distancia comunicativa. Estos ámbitos pueden ser de índole mítica, religiosa, jurídica, médica o política. La escritura no es condición necesaria de la distancia comunicativa ni tampoco del desarrollo de recursos lingüísticos adecuados a esa distancia. En las sociedades ágrafas el lenguaje mítico, religioso, jurídico, médico o

político no es idéntico al lenguaje cotidiano. Sin embargo, en la medida en que hay textos tradicionales transmitidos en estos ámbitos, la

transmisión se hace por vía oral, esto es, de un individuo a otro. Es la

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memoria individual la que atesora el texto tradicional y lo conserva para la comunidad. Lo conserva hasta el momento de pasarlo nuevamente a la voz, ante la comunidad.

Es decir, el texto no se independiza enteramente, permanece ligado a la memoria y a la voz de uno o de varios individuos. Y es en la memoria o en la voz individual que también puede transformarse. Incluso, lo ideal sería que se transformara, que no permanezca inalterable, sino que se adecue permanentemente al desarrollo de la comunidad. Entonces el individuo lo transforma en nombre de la comunidad y para ella.

No así el texto escrito. El texto escrito, ya lo vimos, se hace

independiente de su autor. Supera el tiempo y es, o casi, inalterable. El trabajo de adecuarlo al desarrollo de la vida social, de cobrarle sentido en última instancia, es el lector quien lo tiene que hacer. El lector tiene a su disposición una infinitud de textos, muchos más de los que pudiera leer en una sola vida. Entonces elige los que va a leer y les atribuye sentido en función de sus experiencias, haciendo también nuevas experiencias sobre el texto. No necesariamente las mismas que hace otro lector o las que haría en otro momento de su vida, en una segunda lectura.

Esta misma libertad que el texto ofrece al lector, también la ofrece al autor. El texto se sale mediante la materialidad de la escritura del

infinito torrente de la conciencia, obtiene un sitio en la orilla de ese río y se hace un objeto. Que es donde y como el autor lo trabaja de la manera

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y cuantas veces desea. En la orilla del río, sacado fuera de la simultaneidad de producción y recepción que determina los

comunicados orales, el texto escrito ni siquiera tiene que escribirse ni leerse ni seguido ni de un tirón. Su materialidad salva de lo inexorable del tiempo incluso la sola producción y la sola recepción.

La autonomización del texto, su pasar a ser objeto, facilita distinguir entre la forma del comunicado y su contenido. Ya que el texto está ahí y no se mueve, el lector (que puede ser en ocasiones el propio autor) tiene la oportunidad de orientar su atención hacia el nivel de organización que quiera, desde el gráfico hasta el conceptual, y hacia sólo uno de ellos, si así lo desea. Es todo lo contrario de lo que ocurre en la situación de habla. Imbricado en la situación comunicativa con el locutor, el alocutor tiene que procesar los niveles fonético, fonológico, léxico, morfológico, sintáctico, conceptual y pragmático del enunciado a un mismo tiempo, paralelamente. También puede enfocar sólo uno de ellos, pero en seguida se habrá perdido. Es lo que experimentamos escuchando lenguas que dominamos imperfectamente. La evaluación léxica puede demorar y así bloquear el registro incluso de las informaciones fonéticas que siguen.

Así, con vistas a la reflexión sobre el comunicado, sobre la propia

lengua y el lenguaje, con vistas a la reflexión metalingüística, la escritura es de una gran ventaja. Nuevamente, no es condición necesaria, la

reflexión metalingüística puede ser ejecutada también en el ámbito oral.

Pero se ejecuta con más comodidad en el espejo de la escritura. No

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solamente literatura es lo mismo que escritura, en términos

etimológicos, sino también gramática. También gramática quiere decir escritura o arte de la escritura, y es lo mismo que literatura. Parece que las culturas que desarrollaron una gramática de su propia lengua en sentido de un sistema de categorías abstractas capaces de iluminar el funcionamiento lingüístico de los textos, pasaron primero a anotar estos textos mediante la escritura.

Sin embargo, la relación entre escritura y gramática es estrecha en otro sentido más. No solamente la escritura suministra la base material sobre la que puede incidir la reflexión metalingüística para desembocar, tras un periodo de siglos, en un sistema de categorías gramaticales. Dada la relación entre escritura como técnica de realización y como tipo de lenguaje, adaptado a las exigencias de la distancia comunicativa, el lenguaje que la gramática describe es precisamente el lenguaje escrito.

De ahí la sorpresa del siglo XX, al pasar el lenguaje hablado a la

escritura. Pero hay más. Porque la gramática no solamente describe el lenguaje escrito, sino que lo quiere enseñar. La gramática selecciona las formas legítimas y las defiende en contra de las formas de lo hablado que los alumnos pueden querer introducir. De ese modo, escritura y gramática forman un sistema cerrado: la gramática se apoya en la escritura al tiempo que le dicta sus reglas.

Concluyo estas consideraciones generales y paso a las consideraciones históricas, anunciadas al principio. Lo que más me interesa es la relación que mantiene la escritura con las lenguas y con las comunidades que las

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utilizan, las lenguas y también la escritura. Para empezar, quiero

formular una hipótesis algo provocadora. Ustedes la pueden contestar sin problema, que tampoco yo voy a mantenerla, en fin de cuentas. Pero me sirve para iluminar el terreno en que nos movemos. La hipótesis es que es la escritura la que hace una lengua ser lengua. Tal afirmación (imposible en términos estrictos) parece ser aberrante, pero tiene más sentido de lo que parece a primera vista. Tiene sentido por lo menos en una situación histórica específica, que es la que produjo las lenguas románicas, entre ellas, el español.

El sentido de la hipótesis depende, ya que acabamos de hablar de la escritura, del sentido que se quiera atribuir al término de lengua. Cuando en el uso común, el concepto que corresponde a lengua, parece ser

evidente, no es así en la lingüística. En términos lingüísticos, lo que se observa son conjuntos de inventarios léxicos y de reglas gramaticales.

Estos conjuntos se consideran sistemas lingüísticos. El problema no radica en identificar los sistemas lingüísticos, sino en el hecho de que un sistema lingüístico normalmente encuentra sistemas parecidos en su entorno. Entonces considerar estos sistemas parecidos dialectos de una misma lengua o bien lenguas diferentes, aunque emparentadas ? Es ésta una cuestión que la lingüística no puede resolver.

El criterio de la comprehensión mútua entre los hablantes es muy relativo, ya que el éxito comunicativo se consigue con un mínimo de coincidencias formales (dadas las condiciones favorables), y deja de conseguirse en condiciones desfavorables, aun con un máximo de

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coincidencias entre los sistemas. El lingüista puede hacer constar las coincidencias y las divergencias entre sistemas parecidos. Cuantificarlas no le resultará fácil, pero podría intentarlo. Lo que no puede hacer, tomando en serio su trabajo, sobre la base de las divergencias

constatadas, es determinar si se trata de dialectos o de lenguas diferentes. Ya que nuevamente, hay casos en que un mínimo de

divergencias sustenta la atribución a lenguas diferentes, y otros en que un máximo de divergencias no impide la atribución a una misma lengua común. Los únicos que pueden decidir sobre el caso son los propios hablantes.

Eugenio Coseriu propuso que el criterio de deliberación debería ser si las comunidades atribuyen sus formas de hablar a un mismo origen común. Me convence este criterio. Nuevamente, no corresponde a lo que opina el lingüista quien puede hipotetizar estadios históricos de identidad lingüística entre grupos actuales que no guardan ninguna memoria de ella. La decisión de lo que es una lengua es de orden político y social, no científico. Requiere un consenso de la comunidad que se identifica con el supuesto origen común.

En el caso de que al sistema lingüístico corresponde un sistema de escritura, el problema resulta más fácil. Porque el desarrollo de la escritura está ligado al desarrollo de una lengua escrita, diferente de todos los dialectos, pero relacionada con todos ellos. Entonces se puede definir como lengua un conjunto de dialectos relacionados con una misma lengua escrita, que pudiera llegar a ser hablada también, y en este

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caso la llamaríamos lengua estándar. A veces, la lengua se confunde con la lengua estándar, porque la lengua estándar es la que se enseña en los colegios y la que también se enseña a los extranjeros. Pero en términos estrictos, no es así. La lengua es los dialectos más el dialecto estándar. El desarrollo de un estándar puede llevar décadas o siglos, y en todo caso, es un proceso histórico guiado por la comunidad. La lengua es, también en este caso, un concepto histórico, no científico.

Para llegar a tener escritura, hay en principio no más de dos opciones. O bien la comunidad desarrolla un sistema de escritura o bien adopta un sistema que está a su alcance y lo adapta a sus necesidades. La

adaptación puede ser tan intensa que el sistema que le sirvió de base ya no se reconoce. Una comunidad también puede emplear dos o más sistemas de escritura paralelamente, uno más tradicional y otro recién adoptado, como fue el caso de los pueblos mesoamericanos en la

primera época colonial. Cierto, la investigación supone en la actualidad que una serie de culturas desarrollaron sistemas de escritura, con

independencia las unas de las otras.

Sea en Egipto, en Mesopotamia, en la India, en China, en Mesoamérica o quizá también en los Andes, el desarrollo de la escritura requirió un sistema elaborado de agricultura, que por un lado permitió una

producción de exceso y el desarrollo urbano, por otro lado produjo la necesidad de un elaborado sistema de documentación de datos, sobre la distribución de tierras y el almacenaje de las cosechas. La escritura, parece, nació varias veces y siempre en el ámbito administrativo, para

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pasar luego a ser aprovechada para el atesoramiento de los textos

sagrados. Los guardianes del orden religioso debieron ser atraídos por el simbolismo de la objetivación de lo lingüístico y la permanencia al

parecer ilimitada del comunicado que ofrecía la escritura.

Administración y mito. La literatura se desarrolló después y sobre esta base, pero no incidió sobre los orígenes de la escritura.

Aun así y admitiendo la hipótesis de varios focos en los que se inventó la escritura, el caso más común es la adopción de un sistema de escritura empleado ya por una cultura vecina. Esto parece ser el caso de la

propagación de los sistemas de escritura mesoamericanos, esto fue el caso en Europa. Los pueblos germánicos emplearon a lo largo de algunos siglos dos sistemas diferentes, uno más tradicional, pero ya alfabético, basado en el alfabeto latino, y el latino como tal, para

finalmente abandonar el tradicional y usar en adelante el sistema latino sólo. Adaptar un sistema de escritura a la propia lengua, no constituye un mayor problema. Lo que sí ocurre es que la introducción de la escritura produce consecuencias sobre la lengua y sobre la comunidad que la introduce, de manera inevitable.

En los últimos 200 años, pero más en los últimos cien o tan sólo cincuenta años, un número considerable de lenguas han pasado a ser lenguas escritas. De ahí, la lingüística ha tenido un campo de

observación rico y variado y lo ha aprovechado para desarrollar

modelos para captar las regularidades de este proceso. El más conocido es el modelo elaborado por Einar Haugen. Este autor distingue, en la

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creación de lenguas escritas, los cuatro procesos parciales de la

selección, codificación, implementación y elaboración. Un caso ejemplar sería la creación del noruego, lengua que dejaba de existir hasta 1800. Se hablaban diversos dialectos en el país, siendo organizados en sentido de una lengua estándar por el danés escrito, lengua razonablemente cercana en sus estructuras a los dialectos. Fue la independencia política de

Noruega, la que produjo el deseo de tener una lengua nacional propia.

Entonces se eligieron un grupo de dialectos que servirían como base al futuro noruego estándar (selección), se crearon una ortografía,

diccionarios y gramáticas estándares (codificación), se empezó a enseñar el estándar así definido en las aulas a los niños (implementación) y se ensanchó el alcance funcional de ese noruego, estableciendo

terminología para los campos más diversos, sobre todo los técnicos y científicos (elaboración). De esa manera, la historia del noruego pasó a ser una réplica de la historia de las lenguas escritas europeas mucho más antiguas, una réplica por así decir de laboratorio, exitosa. Las categorías de Haugen captan el proceso en su conjunto con tanta nitidez que la lingüística pasó a identificar los mismos procesos en la edad media.

Todavía, la introducción de la nueva lengua escrita tuvo las mismas consecuencias a mediano plazo sobre los dialectos que las lenguas escritas introducidas en la edad media. Los dialectos se pierden.

A un ritmo muy desigual según los distintos países y ámbitos

lingüísticos. En Suiza, Alemania o en Italia a un ritmo más lento que en Francia o Portugal, pero perdiendo terreno de todos modos y sin

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remedio. En algunos casos, los dialectos se ven sustituidos por variantes regionales del estándar, creadas a partir del contacto entre estándar y dialectos. En determinado momento, la generación que aun tuvo el dialecto como lengua materna determina educar a sus hijos en lengua estándar, pero les transmite, generalmente sin querer, algunos rasgos del antiguo dialecto que conservó en su propia versión del estándar.

La estandarización que se basa en la lengua escrita, reconocida como variedad ejemplar por el conjunto de la comunidad, reduce la variación dialectal, cuando no la elimina. Este proceso puede tardar décadas o siglos, pero acontece. Invierte la dialectalización, es decir, la progresiva diferenciación de un mismo sistema que ocurre cuando comunidades cada vez más pequeñas de hablantes quedan sin comunicarse entre ellos.

Proceso que produjo los dialectos. No estoy seguro de que esto sea un consuelo, pero quizá lo es.

La estandarización es una pérdida de variabilidad y de posibles modos de decir. Esta pérdida es el precio a pagar por el alcance comunicativo que supera los límites del dialecto y por la simbolización social de la lengua común que es el estándar. La elaboración de la lengua escrita garantiza el reconocimiento de la lengua como lengua. Se puede luchar por el mantenimiento de los dialectos o por la flexibilización del

estandar en sentido de admitir elementos o giros dialectales. Pero no se lucha por la abolición del estandar, una vez que ha entrado en

funciones. Porque entonces no habría cómo cubrir estas funciones, a no ser por el estandar de una lengua distinta.

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He dicho que la lingüística ha identificado los mismos procesos en la creación de lenguas escritas en la edad media, pero yo tengo la duda de si los ha identificado con razón. No solamente el ritmo es

completamente distinto, ya que es muchísimo más lento en aquellos siglos. En la edad media, los procesos parciales uno y tres, la selección y la implementación, no tuvieron agente histórico que las promoviera.

Ocurrieron de manera espontánea o autodeterminada. Ahora, el que haya quien desencadene y oriente un proceso o que el proceso ocurra de manera espontánea hace una gran diferencia. Estrictamente hablando, no es el mismo proceso. La codificación, proceso parcial número dos, en la edad media sencillamente no ocurrió. Es decir, se crearon lenguas escritas, dotadas de amplias posibilidades de expresión, sin que nadie determinara los límites exteriores de sus léxicos ni de sus gramáticas. Y fue clave en este proceso la literatura.

Con respecto al proceso parcial número cuatro, la elaboración, esta sí ocurrió y fue propugnada de manera consciente, pero siempre al compás de la producción de los textos. Es decir que no se crearon

terminologías al vacío, constituidas en forma de glosarios, sino a la hora y en el momento en que hacían falta en la redacción de textos. De esa manera, la elaboración interna, la de los recursos lingüísticos obedeció estrictamente al interés de la elaboración externa, al deseo de emplear las nuevas lenguas escritas en ámbitos a los que no habían llegado aun.

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Es todo menos cierto que en la edad media se eligiera uno de los dialectos para que sirviera de base a una lengua escrita que nadie pretendió que se creara. Con respecto al francés, fue la lingüística del siglo XIX la que inventó un dialecto del que nadie tenía noticia en la edad media para poder afirmar que en seguida fue transformado en lengua nacional. Con respecto al español, la lengua escrita por cierto fue de base castellana, pero no coincidió en ningún momento con el

dialecto castellano. La escritura del romance – que no se consideraba una lengua diferente del latín y sí la variante hablada de esa misma lengua – brotó en focos distintos, alejados en el tiempo y en el espacio, pero la meta no fue crear una lengua escrita. Sencillamente se trataba de anotar el lenguaje hablado tal y como se hablaba.

El romance se anotaba de manera diferente en esos focos, en cierta, pero no inmediata relación con los dialectos que se hablaban en las diversas regiones. Sólo después y al cabo de varios siglos, los sistemas de notación se aproximaron, orientándose preferentemente en el tipo de notación de los centros políticos. Aun así, la variación ortográfica

permaneció elevada, mucho más de lo que hoy podemos imaginar y sin que molestara. Fue mediante la habitualización de escribir como se hablara, en la redacción de textos romances, que nació la idea de que el castellano pudiera ser una lengua distinta del latín. Este proceso no fue necesario, pero sí se dio. El latín hubiera podido seguir siendo la única lengua escrita, pero de hecho se vio desafiada, luego concurrida por la escritura del romance, tímida al principio. Así que en lo que respecta el español, de hecho fue la escritura la que produjo la lengua.

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Si he hablado tanto de la edad media, no fue por hablar de la edad media. Mencioné el nacimiento del español en la escritura, en un proceso que tardó siglos, para ver si podemos aprender algo de esta historia. Antes de pasar a evaluar lo que hemos visto de la edad media, sin embargo, quisiera referirme brevemente al proceso de poner por escrito las lenguas originarias de América en la primera época colonial, para ver cómo se situa entre la edad media y el presente.

La puesta por escrito en alfabeto latino del náhuatl, del mapudungun, del maya, del tzotzil y tzeltal, del quechua, mochica, purépecha,

zapoteco, otomí, totonaco y de muchas otras lenguas fue por cierto iniciado por miembros de las órdenes religiosas, por individuos ajenos a las comunidades y sin pedir aviso a las comunidades. Sin embargo, no hubiera sido posible sin que de hecho participaran miembros de las mismas comunidades, sin que hablantes nativos ofrecieran datos y controlaran los resultados hipotéticos. Los europeos, esto es, tan solo algunos pocos de entre ellos, se lanzaron a la empresa guiados por su ambición de aprender las lenguas de la manera más perfecta que pudieran, para comunicar de la manera más perfecta que pudieran lo que querían comunicar. En este sentido buscaron las soluciones más adecuadas a las lenguas, las encontraran o no.

Esta puesta por escrito histórica, la de los siglos XVI y XVII, se ubica en el tiempo aproximadamente a mitad del camino entre la edad media y el presente. Sin embargo, recuerda mucho más los tipos de creación

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de lenguas escritas del presente que las de la edad media. Se trató de empresas formalmente definidas y conscientemente monitoreadas. La selección, codificación y elaboración de los recursos lingüísticos se llevaron a cabo en poquísimo tiempo, a lo largo de años o décadas, no de siglos. Bien es verdad, los frailes se concertaron entre sí, pero no con las comunidades. En este sentido, en el de evitar la búsqueda del

consenso, incluso superaron la edad moderna. El único aspecto que los vincula con la edad media, debido a su situación y su interés específicos, es que la implementación de la lengua escrita en las comunidades no tenía ninguna prioridad para ellos.

Ahora sí, y dejando de lado el tiempo colonial, que es lo podemos aprender de la edad media, o bien de la comparación de los procederes de esos diferentes momentos ? Me parece que por los menos tres cosas.

La primera, no tener miedo a la variación, sea de orden gráfico, sea de órdenes ya propiamente lingüísticos. La ortografía única y coherente es una preocupación de orden simbólico, pero yo entiendo que forma parte de un orden simbólico en declive, ligado al mundo burgués. El que escribamos en la computadora parece contradecir esta postura, pero no es así. Precisamente en la computadora hay programas de

corrección. Las máquinas de búsqueda reconocen una serie de variantes de una misma palabra.

El segundo aspecto alentador que reconozco en la puesta por escrito medieval, es el lento proceso de convergencia de las diversas maneras de escribir una misma lengua. En la actualidad, son las comunidades las

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que determinan el ámbito de lo que quieren considerar dialectos de la misma lengua de ellas, pero deberían considerar el criterio del supuesto origen común. No se puede prescindir del consenso para llegar a

soluciones logradas, pero el consenso necesita tiempo para ser encontrado.

Considero como poco pertinente la exactitud fonética de la escritura, tan apreciada. Si bien es verdad que constituye una ventaja en el primer aprendizaje de la escritura, luego ya no se requiere con necesidad. La exactitud fonética siempre es relativa. Los criterios etimológico y

morfológico de la ortografía pueden asegurar una misma escritura para una serie de dialectos. Es más importante este aspecto.

Finalmente me parece alentador el papel de la literatura medieval. La literatura es la técnica que aprovecha al máximo el desvinculamiento del comunicado de la situación de habla, ya que supone no solamente

interlocutores posibles, sino autores posibles. Lo que se dice en la

literatura, no sabemos con exactitud quién lo dice, para quién ni por qué lo dice. Lo presenciamos. La literatura se adelantó por varios siglos a la gramática y aseguró que los romances, aun sin que tuvieran gramática, fueran reconocidos como lenguas, virtualmente a la altura del latín. Que se inventen sistemas de escritura de los más adecuados en términos fonéticos para las lenguas originarias de América, no va a cambiar tan pronto su imagen social. El que tengan literaturas que valen la pena ser conocidas, cambiará su imagen.

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Pero la literatura no solamente tiene efectos sobre la sociedad nacional.

Puede tener y ante todo, un efecto sobre las propias comunidades. Y es que precisa de la escritura. La escritura le roba la lengua a la comunidad, objetivándola. Esto es el daño que hace. La literatura les restituye a las comunidades esta lengua robada por la escritura, ya que ensaya la

identidad ancestral en pequeños giros infinitos, volviéndola entendible a manera universal.

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